Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 16 de diciembre de 2015

I had rather not



“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.”
-Alejandra Pizarnik



Tiendo a volar. Naturalmente mi cuerpo se inclina hacia el cielo. Mis manos cerca del mentón, mis ojos conectados con algo más allá. El cuerpo ligeramente inclinado hacia arriba. Ya no estoy aquí. Habito un espacio-tiempo diferente. Cada vez que estoy haciendo algo práctico, siento que necesito amarrarme una piedra con una soga para que constantemente me devuelva a la realidad. Soy como un globo a gas que sin un peso se eleva. SI me sueltas, me voy. Entenderme con el mundo exterior es una tarea complicadísima. Las tareas simples, son para mi, las menos simples. Cortar un pedazo de pan es una empresa inalcanzable. Freír un huevo, un acto apoteósico. Tal vez por la miopía, la geografía externa no me resulta tan atractiva. Siempre me ha atraído más lo que sucede adentro de los ojos, aunque con el tiempo una se canse del paisaje impresionista.  Mi amor por el cine surgió porque ese era el único lugar en el que podía pensar en paz. Aún me acuerdo de las mañanas de domingo en que mi papá nos llevaba a mi hermana y a mi al cine. Apenas se apagaban las luces empezaba la película… la película de mi cabeza. No ver la pantalla era para mi una decisión deliberada. Prefería no hacerlo. Prefería adentrarme en las imágenes de mi cabeza. Y ahí, en ese lugar con las luces apagadas, en el que nadie me veía,  volar sin sentir culpa. El cine era para mi casi el único espacio de libertad. Porque afuera, en el mundo real, pensar, estar en una misma, estaba prohibido (y sigue estándolo). Mientras todos querían correr, bailar, hablar, yo prefería pensar. ¿En qué?, se preguntaban todos, suponiendo que serían fórmulas matemáticas complejas o algo relacionado a algún tipo de genialidad. Nada de eso (o sí). Pensar es prohibido en una sociedad que prioriza la productividad. Y cuando alguien piensa, más vale que sea algo importante. Tengo un primo chiquito que es igual: tiende a volar. Una vez, ni bien se disponía a emprender el viaje,  su abuela le hizo la incómoda señal física que consiste en simular un aterrizaje con la mano (esa que tantas veces me hacían a mi) , él, perdonando la abrupta irrupción en su mundo interior, se justificó diciendo: “Tranquila, sí estaba pensando en algo real…”. Inconscientemente sintió la presión de pensar algo importante. Algo serio. Algo real. El capitalismo no permite soñar. Ni despierto ni dormido. No permite estar. Ni ser. Obliga a accionar. No es la acción exterior, sino la pasividad, el arma más temida por el sistema. ¿Qué tal si en vez de trabajar nos dedicamos a analizar la anatomía de un insecto?. O a encontrar el universo en un grano de azúcar, o a filosofar en la peluquería. Me atrevo a considerar mi inutilidad como forma de resistencia. Me atrevo a lanzar un manifiesto de lo absurdo. Reivindico el derecho a pensar lo inútil. Reivindico el derecho a ver la pared. A volar. A pensar. No en cosas profundas ni en la existencia ni el Universo (o si). No en la muerte ni en la Geometría o la Teología (o sí). No en Sirio y su gemela malvada ni en el mensaje del canto de las ballenas (o si). No en Rohmer ni en el mar ni el gato de Schrödinger (o si). No en la alquimia ni en Platón ni en Deleuze (o si). No en Toth, Dios de la escritura, contador de estrellas (o si). Reivindico mi derecho a perder el tiempo. A estar. A consumir dióxido de carbono. A ocupar un lugar. A observar. Reivindico mi derecho a dormir. A callar. A no participar. A no ir a la escuela. ¿No es suficiente ya con mirar todos los días la misma cara, guardar recibos, caminar, respirar?. Aunque sea casi tan imposible como una paradoja en el Tiempo, imagino una revolución comandada por Bartleby. Detenerse un día. En media calle. En plena lluvia. Así porque sí. Y no hacer nada.
Si, Alejandra, la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.

(Diners)