Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

jueves, 15 de junio de 2017

El dolor de nacer.




En una sala amplia con música New Age, varias mujeres panzonas intentan abrir sus brazos, sus piernas, saltar, hacer los ejercicios con la mayor naturalidad posible, aunque en el fondo la mayoría- o al menos yo- nos sentimos como un pato. Los hombres también las acompañan. Muevan el periné!, menéen las caderas!, tóquense los senos!, dice la instructora con convicción. Los hombres- pienso- deben sentirse extraños entre tantas mujeres moviendo la vagina. ¿Cuántas semanas?, ¿Varón?, ¿Mujer?, se preguntan las madres entre si. Unas con inocencia, otras- tal vez todas en algún momento- se comparan. Cuál es la mejor panza, quién se ve mejor, cuál ha sido el mejor embarazo, etc. Los otros padres son mayores que nosotros y parecen tener experiencia en esto. Hablan de marcas de pañales, de lactancia, visten al muñeco de plástico con solvencia, saben distinguir entre las contracciones reales y las de braxton hicks. Escucho atenta. Es un mundo nuevo para mi. Pero cuando me toca hablar me siento extraña. Les cuento que hemos venido del ginecólogo y nos han dicho que nuestro bebé, en lugar de estar de cabeza, ha decidido esperar sentado. Bien sentado. ¿Tú tienes muchos miedos? Me pregunta una de ellas con un dejo de piedad. Yo te veo bastante ansiosa. Hay estudios que dicen que cuando el bebé se sienta es porque siente los miedos de la madre. Alguna me dice que a estas alturas ya debería estar posicionado, otra dice que aún tiene tiempo de girar. Me dicen que gatée, que alce las piernas, que me pare de cabeza. Cuentan sus experiencias: sus bebés ya están encajados. ¿Por qué el mío no?.¿Qué hice mal? ¿Y si fuera cesárea qué?, ¿Me quedaría con la sensación de “yo no pude” para siempre? ¿Tengo muchos miedos?. No, no tengo miedo. Mentira: me cago del miedo. ¿Y qué?. Todo es confusión en mi cabeza. Hago un recuento de las últimas semanas: un doctor dice que el parto en el agua es la peor atrocidad, otro dice que es lo mejor que puedes hacer, la doula dice que me bañe en agua caliente pero mi tía Conchita dice que eso puede acelerar el parto, la maternidad es renunciar, renunciar a tus deseos, a ti, dice el ginecólogo. Por lo general cuando termina el curso las parejas salimos juntas. En la calle, cuando todos sacan la llave del carro, nosotros sacamos el paragüas. Pero esa noche nos vamos antes de que la clase termine: no estoy de ánimo para mover el periné.
No tenemos auto, no tenemos trabajo fijo, y nuestro bebé- al contrario que el de ellos- está sentado. Son banalidades, me digo a mi misma, da igual como esté y da igual no tener un maldito carro. Pero tengo un nudo en la garganta. Y lo peor es que no sé bien por qué. Antes de entrar al apartamento exploto. Lloro mientras subo las gradas, siento que me ahogo en mi propio llanto. El corazón me da tumbos.
Al otro día vamos a caminar al Metropolitano. Por la tarde veo un tutorial de YouTube e intento, sin éxito, pararme de cabeza: caigo patas arriba como tortuga que ya no puede levantarse. Opto por ponerme en cuatro en la baldosa fría y gatear por toda la casa, hasta que me ardan las rodillas. Al otro día vamos al eco. El bebé se ha dado la vuelta. Pero eso no es lo mejor. Lo mejor es que vemos cómo, en su planeta solo para uno, el bebé abre despacio su boquita y traga pequeños bocaditos de líquído amniótico. Salimos ligeros, caminamos por la calle como pisando nubes. Decidimos festejar con helado de chocolate.

Días después, entiendo, al fin, lo que me pasó aquella noche. Esa noche lloré porque no encajaba, no el bebé… sino yo. Reconozco la sensación, la he sentido antes, en el colegio, el primer día de clases, en la fiesta de algún desonocido, esas ganas de conocer un nuevo mundo y a la vez el miedo. Esa sensación agridulce de crecer. El dolor y la maravilla de cambiar de piel. Una mujer embarazada es una especie de puente. No es ni lo uno ni lo otro. Ya no soy una niña pero tampoco me siento “toda una mujer”, ya no soy mujer pero tampoco soy madre, todavía. En pocos días mi mundo se acabará. Cuando él nazca, como diría Hesse, deberá romper un mundo, y ese mundo soy yo. Naceré también, la madre que aún no soy y que me cuesta ser, y el padre, y la familia.
No solo es el bebé quien nacerá: naceremos todos, otra vez.




(Mundo Diners)