Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

martes, 17 de octubre de 2017

Cesárea







Desde que tengo uso de razón he escuchado a mi madre hablando de contracciones, de dilatación, de pujos. Cada que puede aprovecha para contar como fue la primera contracción, cómo pudo controlar el dolor respirando, lo que sintió cuando yo nací (fue,dice, el momento más feliz de su vida). Describe el color del cielo amaneciendo a través de la ventana del hospital, como un regalo que representaba la victoria de la luz después de la batalla con la oscuridad, metáfora obvia del nacimiento. Tal vez por eso siempre he añorado conocer la maternidad. Creía que al hacerlo podría encontrar un secreto nuevo que había estado durmiendo en mi. Algo así como descubrir un orgasmo. Me refiero a las posibilidades del cuerpo, de la feminidad, que abren puertas de la mente y del alma. Por eso yo quería un parto natural. Dicen que los hijos, desde que nacemos, hacemos todo para complacer a las madres, hasta tener hijos. Tenemos hijos para ganarnos el amor de nuestros padres, hijos que a su vez tendrán más hijos para ganarse nuestro amor. Quería que mi madre esté orgullosa de mi. Pero sobre todo, yo misma quería estar orgullosa de mi. Quería ser fuerte. Sentir esa posibilidad de ser mujer hasta el extremo, haberla vivido en carne propia. Había escuchado a tantas mujeres decir que no sabían lo valientes que eran hasta que dieron a luz naturalmente. Algunas, incluso, afirman que no sabían lo que era “ser mujeres” hasta que parieron naturalmente. Yo
también quería vivir eso. Recuerdo que antes de estar embarazada las acusaciones sobre la cesárea me
molestaban. Me molestaban porque había una asociación entre el dolor y la feminidad que a mi modo de ver, era innecesario. Me molestaba porque  el sistema patriarcal se había encargado de reproducir la máxima “parirás con dolor” en las mujeres de hoy en día haciéndolas creer que eran “más mujeres” mientras más dolor fueran capaces de sentir. La mujer que tiene su bebé por cesárea pero que intentó un parto natural es vista con cierta piedad, como una sub-mujer, pero que al menos intentó serlo. Pero la mujer que decide tener su bebé por cesárea porque no quiere sufrir no es solo mala madre, es pésima madre. Y un bodrio de ser humano. Estas ideas me indignaban. ¿Por qué para ser respetadas debíamos pasar por tanto dolor?, ¿Pasar del dolor significaba ser "menos mujer"?. Por todas estas ideas había pensado que si alguna vez estaba embarazada daría a luz por cesárea, por pura bronca. Pero no fue así. Al vivir el embarazo supe que el parto, más allá de las explicaciones racionales, sería una especie de puente entre el embarazo y la maternidad. Presentía que en ese puente se crearía un vínculo imprescindible ente la madre y el bebé. Tenía pesadillas en las que yo estaba ausente de mi propio parto, simplemente me entregaban al bebé y no sabía a qué rato había sucedido. 

Eso, exactamente eso, fue lo que sentí en la cesárea. ¿Por qué tuve una cesárea?, tal vez no dilataba, tal vez ya no había tiempo, tal vez simplemente no pude. Las razones ya no importan. Sentí que entré en el terreno de la maternidad perdiendo de entrada. Con miradas compasivas y un dejo de “no pudo”. Aunque había pasado por el dolor necesario que al parecer es requisito para ser madre, había fracasado. Me habían partido la piel en miles de capas, me habían anestesiado dejándome una cicatriz que me llevaré a la tumba, pero yo no era valiente, yo no era “mujer”, yo, aunque tenía un bebé que había formado adentro mío, no era madre, o por lo menos, no merecía serlo. Era una perdedora. Una perdedora con una cicatriz que no me dejaba ni toser, con un cuerpo deforme y torpe que ahora debía atender a otro ser humano. Me dolía pensar que no me sentía igual que mi madre después de parir, feliz y realizada. No, yo me sentía partida, dividida, fragmentada, sola. Sin fuerzas, sin entender qué pasaba. Estando en ese estado me trajeron a Lucas. Entonces nos miramos. Él con sus ojos que huelen a estrella, me miraba y lloraba, yo con los ojos anestésicos, vacíos, cansados, le miraba sin entender, pero le miraba, porque su mirada era lo único verdadero que yo tenía, porque su mirada era como un hilo en medio del abismo. Nos mirábamos como dos seres de distintas especies que no se entienden pero se miran. Que tienen miedo, pero se miran. Que no saben quiénes son, pero se miran. Que aún nosaben como amarse, pero se miran.

(Mundo Diners)