Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

domingo, 29 de septiembre de 2019

Mapas mentales



 


Mi ojo izquiedo ve muy poco. No sé por qué, pero siempre lo he pensado como una raíz sombría conectada al inconsciente. También lo he comparado con el lado oscuro de la Luna. Hace unos días tuve que hacerme varios exámenes de rutina, para lo que me pusieron unos colirios fuertes que prácticamente me dejaron ciega el día entero. No ver. Ver sombras. Ver con los ojos cerrados. Entre esas tinieblas sutiles, recordé una frase que el pintor italiano Amadeo Modigliani le dijo a su amada: “¿Qué mira un ciego?”. Después me sumí en la enoñación y los colores reconociendo en mis huesos el cansancio. Estaba frustrada. Me habían contratado para escribir una obra de teatro y al final se habían echado para atrás, dejándome sin dinero y con más de cien páginas que yo no había pedido escribir; por otro lado, el contrato que estaba apunto de firmar para vender un guión que llevaba años escribiendo, se había desecho de una manera surreal. Cuando estaba a punto de cerrar el trato, el productor se había arrepentido, alegando, entre otras cosas, que “su estómago no lo sentía”. ¿Por qué y para qué había escrito esas historias? ¿Para guardarlas en el cajón? Con la romántica y obstinada idea de que la vida es un puzzle cuyas piezas se van completando y no una película de Lucrecia Martel, buscaba señales. Sacaba el Tárot una y otra vez. Los Arcanos hablaban pero yo no sabía descifrarlos. El que más se repetía era El Diablo. La carta que habla de los deseos ocultos, de los negocios turbios, de la creatividad sensual . ¿Pero qué tenía que ver eso con mi experiencia? Todavía no lo entendía. Una señal, es todo lo que necesitaba. Le dije a un amigo que me recomendara una lectura, quizá ahí encontraría una respuesta. Quería leer algo como un pastel de chocolate pero también como un revolver. Algo que me hiciera llorar y que me devolviera las ganas de escribir. Mi
amigo me dio su lista. Yo había escuchado a Patti Smith cantando “Gloria” y la había bailado sola, imaginanado su delirio, pensándola elevada o salvajemente lúcida. Luego la vi en “Rolling Thunder Revue” el documental sobre Bob Dylan, y la amé otra vez. Esta man es voladísima, pensé. Y aunque la droga de Patti no es otra que el café, apenas abrí Éramos unos niños, encontré lo que buscaba: un cocktel de estrellas. Una adolescente que llega a Nueva York sin dinero y con un ejemplar de Iluminaciones, de Rimbaud. Que come pan con lechuga y mira el cielo. Había en su historia algo salvaje que me recordaba a la figura de la vagabunda o la peregrina. La libertad, el compromiso, no con la vida sino con el Arte; su relación con Robert Mapplethorpe me recordó a un período de mi adolescencia en el que no importaba nada más que lo que estaba escrito en los libros. Cómo convertían su piso o las habitaciones de hotel en teatros con objetos encontrados y poemas siempre a medias. Robert le dice a Patti: “nadie mira como nosotros”. ¿Qué mira un ciego? Imaginaba mi ojo izquierdo como un puente. Pero, ¿ las páginas escritas y olvidadas? ¿Cuál era el sentido de haber trabajado tanto sin tener resultado? ¿Qué tenía que aprender de esa experiencia?. Esas preguntas
todavía eran piedras molestando en los zapatos. Visité a un amigo del pasado. Me enseñó su película que había hecho con harto corazón y poco dinero. Cuando acabé de verla subimos a la terraza y compartimos un cigarrillo. Nos quedamos conversando hasta la madrugada. Le conté sobre mi rompecabezas inconcluso y él me lazó el anzuelo final. Entendí que sin darme cuenta, había estado buscando en el lugar incorrecto, relacionándome con la gente incorrecta. Ver con el corazón, elegir con el corazón, parecería fácil pero no lo es... La trampa siempre está. Entendí que al invertir tanta energía en gente equivocada, estaba esperdidicando lo que de verdad quería hacer. Pensé otra vez en Patti. Entendí que no solo me había identificado con ella porque me gusta el café, y Murakami, porque yo también me sacó las cartas del Tarot para entender la vida; lo que me había cautivado de su universo era su corazón, o su mirada, su capacidad de ver lo invisible. Su vida se había regido por causas inútiles; no había viajado para conocer ciudades sino siguiendo los pasos de sus héroes desaparecidos: Mishima, Jim Morrison o Genet. Cerré los ojos. Agradecí el encuentro con mi amigo. El hallazgo de estos libros. Agradecí que todavía puedo ver con los ojos cerrados.


(Mundo Diners)