Seis mujeres sobreviven a la Guerra Civil Norteamericana en una casa. Es el año 1864. Los días transcurren tranquilos, hasta que una mañana una de las chicas encuentra en el bosque a un soldado herido. Todo cambia. Las relaciones se ven afectadas por el deseo. El deseo se ve afectado por la violencia. Este es el argumento de The Beguiled o en español El Seductor (2017) la más reciente película de Sofía Coppola que acaba de ganar el premio a Mejor Dirección en el Festival de Cannes 2017. Se trata de un remake de una película también llamada El seductor dirigida por Don Siegel en 1971 y protagonizada por Clint Eastwood.
La directora de Lost in traslation (2003)
vio en este argumento una potencial situación para ensayar, una vez más, sobre
aquello que le obsesiona: los temas que giran en torno al misterio del mundo
femenino. Lo más interesante del remake de S.Coppola es que cambia el punto de
vista hacia las mujeres. Entonces lo que antes era una película de un solado
herido que iba a dar a la casa de seis mujeres, se convierte en la historia de
seis mujeres cuya estabilidad se ve truncada por la llegada de un hombre. La
película transita del erotismo hacia la violencia, tiene momentos
melodramáticos contrapuestos a otros que parecen incluso gore. Pero si se la
quisiera encasillar dentro de un género este sería el del triller psicológico.
Si en Marie Antoniette (2006) S.Coppola ya exploró las posibilidades estéticas
de la adaptación de época, en esta podría decirse que da un paso más, no
solamente es un ejercicio plástico sino que explora la psique de sus
personajes.
Sofía
Coppola vuelve a trabajar con sus actrices fetiches: Kristen Dunst, quien ya es
una especie de dupleta creativa de la autora y a quien ha sido interesante
verla crecer y cambiar de rol en los distintos films de S.Coppola, y Elle
Fanning quien parece recorrer el mismo camino. Aunque es la primera vez de
Nicole Kidman con S.Coppola parece encajar perfecto en este universo de rubias
misteriosas. Estas actrices, al repetirse en su filmografía, pasan a formar
parte de su universo simbólico.
Desde
su primer filme Sofía Coppola dejó clara su estética personal. Su cine tiene
una marca de autor y en todas de sus películas se reconocen sus rasgos
distintivos: mujeres rubias (por lo general representadas por las mismas
actrices), colores pastel, música indie (The Strokes, o la banda de su mismo
esposo, Phoenix, New Order, etc), los encuadres plásticos que parecen pinturas
clásicas. Esta película no es la excepción. Hay que destacar el trabajo de Philippe Le Sourd, el director de fotografía
quien ha trabajado también con Wong Kar Wai en The Grandmaster (2013). En este
caso Sourd logra componer
encuadres totalmente coppoleanos: elegantes,
sutiles, sensibles, femeninos. Como se trata de una película de época, la
delicadeza se acentúa aún más y por momentos nos da la sensación de estar
dentro de un cuadro impresionista. La factura de la película es impecable. Pero
más allá de eso, y lo que la convierte en una película de autor quizá sea el
hecho de que S.Coppola trabaja con el cliché y lo desconstruye. Es decir, parte
de la imagen de una mujer “santa” “pura” “perfecta”, quizá la imagen de “la americana” por excelencia, para ahondar en
aspectos conflictivos y oscuros que parecerían contradecir con esta primera
apariencia. La rubia que masca chicle en su Opera Prima, la María Antonieta que
se baña en una tina de espuma, en este caso es la niña que va a recoger setas
venenosas al bosque. La rubia de S.Coppola es una misma figura que se repite en
su filmografía y que esconde algo denso. Una vez fue el suicidio, otra el
asesinato, ahora es la represión del deseo.
Otra
de las temáticas repetitivas de S.Coppola es la de retratar personajes
femeninos que viven atrapados en “cárceles de oro”. En Las vírgenes suicidas esta
cárcel era la familia tradicional y adinerada, en Los in traslation la cárcel
fue el matrimonio, en Marie Antoniette, el palacio de Versalles. En este, su
sexto filme, esta cárcel no sólo es simbólica. Las seis mujeres están
prácticamente encerradas en una casa. La casa parece un barco fantasma que
recuerda un poco a la casa de la película Los Otros de Alejandro Amenábar. La
guerra está ahí, rodeando el ambiente. Aunque no se la ve, se la siente. Es un
elemento más que aporta a la represión de los personajes, a las tensiones
acumuladas, a los no dichos. En esta casa parece funcionar una escuela en la
que Nicole Kidman interpreta a la directora, una mujer de 40 años religiosa,
Kirsten Dunst es la maestra de las señoritas y Elle Fanning la alumna adolescente
que está empezando a descubrir su sexualidad; las tres niñas (Oona Laurence,
Angourie Rice y Addison Riecke) aumentan el corpus femenino. La presencia del
soldado (Colin Farrell) trastoca la vida de las chicas. Por momentos todas lo
desean, y él también desea a cada una de ellas en distintos momentos. Con quien
el soldado tiene más empatía es con Edwina (Kirsten Dunst), pero todo cambia
cuando ella lo encuentra en la cama con Alicia (Elle Fanning). Herida, Edwina
lanza al soldado por las escaleras. John queda muy herido y Miss Martha
(Kidman) decide que amputarle la pierna es lo mejor, y lo hace mientras él
duerme. Cuando John despierta y se da cuenta que le han quitado su pierna está
completamente ardido. Las mujeres han sacado lo peor de él y empieza a
convertirse en un monstruo. Ellas, al verse potencialmente impotentes ante él,
deciden unirse.
Es
interesante pensar que incluso en una historia en la que el argumento está
demostrando una clara situación en la que predomina el poder femenino, haya sido
tratada (en la primera película) desde el punto de vista del personaje
masculino. Es el soldado quien mira, quien llega, quien se convierte en la
víctima de las mujeres.
En
el cine se ha visto varios casos en los que es la mujer bella, siempre bella, la que llega a perturbar el mundo masculino. Es
el caso de Atracción fatal (1987), Damage(1992), Match Point (2005), los
ejemplos son infinitos ya que parten del personaje femenino etéreo más
explotado en el cine: la mujer fatal. La genialidad de Sofía Coppola y la
sutileza del feminismo en esta obra es dar la vuelta a este fenómeno
mitificando esta vez al personaje masculino. El deseo es humano y por eso ha
estado vetado para los personajes femeninos. Son los hombres quienes desean, cuyo
mundo se destruye por la presencia perturbadora de una mujer. Son ellos presas
de un deseo “incontrolable” y justificado. La mujer no desea, es un personaje
pasivo y etéreo que provoca la locura en el universo masculino. Una locura
justificada. ¿O no entendemos al personaje a Chris Wilton (Jonathan
Rhys-Meyers) al final de Match Point?, ¿Y a Dan Gallagher (Michael Douglas) que
resulta la víctima de Atracción fatal y no le queda otro camino que matar?. Sofía Coppola permite desear a sus personajes
femeninos, y entonces, los humaniza. Estos personajes que tienen toda la
apariencia de ser “pasivos y etéreos” dan un giro y llevan la acción. Y el
asesinato es simbólico. “Cada hombre mata lo que ama” dijo Oscar Wilde. Este
asesinato es el asesinato del deseo y el que paradójicamente reivindica el
deseo femenino. En The Beguiled el hombre se convierte en el objeto del deseo,
y las mujeres en seres deseantes. Lo que ha sucedido a varios personajes
masculinos tanto en el cine como en la literatura, esta vez les pasa a las rubias
de S.Coppola: son presa de un deseo incontrolable que se convierte en una bola
de nieve y que conduce inexorablemente al asesinato. Quien no puede hacerse
cargo de su deseo no puede hacer más que matar. Al matarlo, el hombre se vuelve
etéreo y las mujeres reales. Esta metáfora invierte los roles comúnmente
tratados en el terreno de la ficción y convierte a El Seductor en una obra
maestra que concibe a los personajes femeninos, quizá por primera vez, como
seres deseantes.
(Mundo Diners)