Humean montañas de basura a ambos lados de la carretera. Seres
andrajosos suben y bajan por ellas. Un adolescente, recostado sobre una pila de
cartones y trapos, lee.
Ha encontrado un libro y lo lee con dificultad, pero hechizado.
Para él ha desaparecido el basural, sus manos heladas y sucias pasan
las hojas del libro.
El adolescente ha terminado de leer su libro. Se encienden estrellas
sobre la basura. Es la primera vez que lee un libro desde el comienzo hasta el
final. Es la primera vez que descubre que alguien que no lo conoce y a quien
nunca vio, sabe exactamente lo que le pasa y lo que piensa. Aprieta el libro.
Llora. O casi. Acaba de comprender que no está solo en el universo.
-José Sbarra
Por allá por el
2012 fui presa de una “fiebre Murakami”. Después de leer Kafka en la orilla
(2002) me obsesioné con el alucinante universo de este escritor japonés que
unos aman tanto como otros odian. Quizá lo odian por la misma razón por la que
yo no podía dejar de leerlo, porque es adictivo, porque vende. Y un escritor
que vende no es digno de ganarse un Nobel, claro. No lo sé. Tampoco me importa.
Lo que importa es que en ese tiempo devoraba sus libros, uno tras otro, y
recuerdo haber pensado que si tuviera la oportunidad de tomar un café con un
escritor, sería con él. No porque fuera mi favorito, sino porque pienso que más
que un escritor, él es una especie de detective metafísico (tal vez uno de los
personajes de sus propios libros) que sabe algo.
Lo que parecería
imposible, sucederá: Haruki Murakami viene a Quito este noviembre. De todas formas, no podré entrevistarlo ni
nada parecido. Seré una espectadora más en el mar de gente que lo verá en el
Teatro Nacional de la Casa de la Cultura, este 8 de noviembre. Pero por otro lado, las preguntas que le
haría tal vez no serían nada que él
pueda contestar. O quizá sí. Si es que, como lo creo, Murakami no es humano,
sino su doble siniestro.
Leer Murakami se
parece a comer un Sniker, mientras
afuera llueven pájaros. Leer Murakami también es como tomar una copa de vino
escuchando Miles Davis, sin saber que desde la ventana trasera, alguien te
observa. Parecería que a medida que se avanza en la lectura, el alma se escapa
a otra parte… Su literatura produce un placer pop, y a la vez, algo
profundamente místico; los personajes que escuchan Radiohead y toman Coca-cola,
interactúan con espectros, crisálidas en el aire, little people, viven en
grandes ciudades en las que además de metro y enormes avenidas, existen pozos
que conducen a otras dimensiones con dos lunas en el cielo. Aunque sea
inevitable dividir estos aspectos en dos categorías que a nuestros ojos
occidentales son opuestos: pop/misticismo, gringo/japonés (no es coincidencial
que Murakami se haya iniciado en la literatura escribiendo en una lengua que no
era la materna, el inglés, para después auto-traducirse al japonés, y que estas
dos lenguas/culturas se entremezclen todo el tiempo en sus relatos), hay que
decir que en el universo murakamiano los fantasmas no se encuentran
necesariamente en casas abandonadas o en épocas pasadas, sino aquí y ahora, en
apartamentos ordinarios, es decir que conviven con personajes completamente
contemporáneos. Algunos dirán que esto se debe a su condición de japonés
occidentalizado, cosa que por un lado es
cierto. Pero hay que considerar que en el actual Japón todavía existen rituales
mágicos, y la espiritualidad sigue viva. Eso que occidente vemos como un tema
dual en oriente está inevitablemente
entreverado.
En la literatura
de Haruki Murakami los personajes principales están (casi) siempre narrados en
primera persona y son masculinos. Quizá esto tenga algo de autobiográfico. Se
podría decir este personaje misántropo, torpe social, introvertido, atraviesa casi todos sus relatos: Watanabe en Tokio Blues,
Tengo en 1Q84 , Torou Okada en La Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, por citar unos ejemplos. El personaje
murakamiano masculino es una suerte de héroe contemporáneo, algo melancólico
pero más bien prosaico, que suele relacionarse con dos tipos de mujeres: las
primeras son terrenales, divertidas, habladoras y ocurridas, se podría decir
que son más reales (Midori, Sakura, May Kasahara, etc ) y las segundas están
siempre vinculadas a situaciones escabrosas relacionadas con la muerte (Señora
Saeki, Creta Kanoo, Naoko, Shiro,etc). El sucidio de Naoko en Tokio Blues, la
desaparición de Kumiko en la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la
violación de Shiro en Los años de perigrinación del chico sin color. Hay que
aclarar que estas mujeres están lejos de esa trillada idealización de los
personajes femeninos que suele haber, muchas veces de maneras muy sutiles, a lo
largo de la historia de la literatura. No se trata de musas . Los
personajes femeninos de Murakami representan aquello que atraviesa
inevitablemente a la feminidad: Eros y Thánatos. El personaje masculino se sabe inferior
ante una naturaleza femenina misteriosa y desbordante, una marea que no puede
controlar, que le supera, quizá la inmanencia. La femenidad resulta espeluznante
porque refleja a la naturaleza humana, y, por ende, nos hace conscientes de la
propia mortalidad.
Es, tal vez, en
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, donde esta metáfora no puede ser más
clara. Tras la desaparición de su esposa, Torou Okada encuentra un pozo que se
convierte en el único lugar en el que se siente cómodo. Tras varias visitas,
Okada es absorbido por este túnel viscoso, quizá una vagina, pero una vagina
que deja de ser sinónimo de fecundidad y se convierte en un lugar peligroso,
una cavidad desconocida con recovecos inhóspitos que le conducen a otra
dimensión (quizá una matriz) donde todo es posible. Esta matriz ya no es un nido cálido con el
que suele asociarse al útero, sino más bien un pantano escabroso: el
subconsciente o el Hades. Un espacio en el que el miedo y el deseo están tan
entreverados que podrían definirse en una sola palabra, un paisaje del
subconsciente que a veces puede tener forma de Hotel. Ese lugar es temible porque no es más que el símbolo del interior, ahí todos pueden cumplir sus pulsiones y satisfacer los deseos que en la realidad ordinaria
están reprimidos. Ahí nada está prohibido, porque ahí, todos son sus dobles.
***
Y aquí llegamos
al tema clave en la literatura de Murakami: el doble. En sus relatos hay
siempre un mundo onírico, pero no, Murakami no es surrealista ni forma parte de
ningún tipo de “Realismo mágico”. Su estilo se acerca más a un misticismo en el
que los estados internos se materializan. La metáfora funciona al revés: no se
construye una realidad exacerbada que es el pretexto para expresar la
subjetividad de los personajes, sino que los personajes, movidos por
anhelos subconscientes, manipulan la realidad al punto de transformarla. Y esto hace que sean presa de
una extraña ubicuidad. En Kafka en la Orilla, Kaka Tamura, un chico de 15 años
que huye de su casa, despierta una mañana con las manos manchadas de sangre. Él
no recuerda haber cometido ningún crimen. Pero Nakata (el personaje que
protagoniza la segunda historia paralela) sí ha matado a alguien. En Años de
peregrinación del chico sin color, todos los amigos de la adolescencia se
alejan de Tsukuru por una razón que él desconoce, más tarde se entera de que se
debe a que supuestamente él violó a una de las chicas, Shiro. Tsukuru no
recuerda haberlo hecho, pero, alguna vez tuvo un sueño en el que vivía
siniestros momentos eróticos con su amiga. Es como si el otro yo de los
personajes se desprendiera de sus cuerpos, y volara hacia un lugar en el que
pudiera saciar ese deseo reprimido, hacer lo que verdaderamente/inconscintemente,
desea.
Pero, ¿quién es ese doble? ese otro al que se teme, ese
lado oscuro de la luna, esa mitad que es inevitablemente la propia carne pero
no se puede ver. “La imagen del espejo no era la mía. De
hecho, sí, su aspecto exterior era idéntico al mío. Pero no acababa de ser yo.
Lo supe instintivamente. No. No es exacto. Hablando con precisión, sí era yo.
Pero otro yo. Un yo que jamás debería haber tomado forma. Sin embargo, lo único
que comprendí era que él me odiaba con todas sus fuerzas. Con un odio parecido
a un poderoso iceberg que flota en un mar oscuro. Con un odio que no podrá
jamás ser aliviado por nadie” dice el personaje principal de su cuento El
Espejo.
En Sputnik mi
amor, uno de los personajes cuenta que en las
antiguas ciudades, las puertas se construían con los huesos de los guerreros
muertos. Después, a estos huesos se los cubría con sangre. Esperando que las
almas de los guerreros adquieran un poder mágico. “Escribir una novela es algo parecido.
Por más huesos que reúnas, por magnífica que sea la puerta que construyas, sólo
con eso no tendrás una novela viva. Una historia, en algún sentido, no es algo
de este mundo. Una verdadera historia requiere un bautismo mágico que conecte
este mundo con el otro.” Escribe Murakami, como hablando de sí mismo. Porque
en sus historias hay algo más que literatura, hay magia. Su escritura, más que
escritura es un puente que une dos mundos…
***
Murakami hablará
ante mil personas. Dirá, tal vez, que escucha jazz para inspirarse. Alguien le
preguntará sobre su devoción por los gatos. Quizá cuente esa anécdota en la que
tomó la decisión de convertirse en un escritor en un partido de béisbol. O
sobre la tienda de vinilos en su juventud. Pero nadie, nunca, le preguntará, ¿puede
el deseo ser tan fuerte y tomar forma humana?,
¿Se puede estar en dos lugares a la vez? O, señor Murakami, ¿Es usted
humano?. Murakami dirá que es admirador de Fitzgerald y Carver. Pero no hablará
de la sangre con que están escirtas sus historias, no hablará de las puertas
que sólo él sabe abrir, tampoco hablará del Bosque, ni de cómo en algunas
noches de luna llena, el alma puede volar hacia otro tiempo. No hablará de los
espejos.
Murakami
terminará su conferencia y yo me perederé entre el público. Mis preguntas jamás
llegarán a sus oídos. Nunca sabré si sus personajes son reales o sus mitades sombrías. Porque tal
vez, el que vino a Quito (quién pensó que Murakami iba venir a Quito, eso es
absurdo) no sea él … Murakami estará en
Japón o en algún lugar en el que haya dos lunas en el cielo, mientras otro, muy
parecido a él, viajará a las islas encantadas, a ver, por primera vez, tortugas
gigantes en la arena.
(Mundo Diners)