“Un
cineasta es como un mirón, un voyeur. Es como si la cámara fuera la cerradura
del cuarto de tus padres. Los espías y te das asco, te sientes culpable. Pero
no puedes dejar de mirar”, dice un personaje de “The Dreamers” ,
película de Bernardo Bertolucci, citando a su vez, Cahièrs du cinéma . Sí, toda
obra artística debe ser una búsqueda, un ojo que espíe, que indague en lo
prohibido, que se atreva a mirar más allá.
Sin embargo para mí también funciona al revés: el placer no es sólo
del que espía, sino del espiado. Sabes
que te están mirando… y no cierras la cortina.
Así como espío situaciones, palabras e imágenes, abro una ventana para
exponerme ante el mundo. Y la acción creativa consiste en eso, en construir esa
ventana.
Hay situaciones en las que todo parece confabularse, el universo está lleno de signos que intentan armar un rompecabezas
perfecto. Entonces quisiera guiñarle el ojo a Dios, o mejor dicho, devolverle
el guiño, pero cuando me dispongo a hacerlo me doy cuenta de que no hay nadie
al rededor. Soy yo, el universo y ese guión invisible que aún nadie ha
escrito. ¿Qué me queda? , ¡escribirlo!, es decir, construir ese cómplice. Crear un agujero que invite a espiar lo que gusta y
asusta, un ojo que registre mi vida, y así, convertirme en mi propio
testigo... y sentir el privilegio de espiarme a mí misma.
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