(Descubriendo el agua tibia/ parte 2)
"Cuando los dioses nos quieren castigar, conceden nuestros deseos..."
No es el De Lorean pero se parece mucho. Cuando lo abordo me doy cuenta de que no tengo piso. Ya no hay caminos, pero como diría el Doc Emmett Brown: ¡a donde vamos no necesitamos caminos!... Pienso en Thelma y Louis, en Creta Kanoo, en la antagonista del vestido rojo de "Abre los ojos". Y piso el acelerador...
Presiento la desgracia y me acerco hacia ella. Me adelanto. Porque antes de desaparecer prefiero quemarme (It's better to burn out than to fade away...). Porque las cenizas contarán mi historia, pero el viento la borrará para siempre. Recurro al sacrificio de la huella. El sacrificio romántico por el que peco en esta era posmoderna, peco de emo. Acercarse a la desgracia es matar el fantasma. Porque en su goce está el final. Muerte y amor son una sola cosa (hoy lo sé más que nunca). La repetición es la muerte. La condena no es la gota de agua fría en la superficie del cráneo: es el tiempo en el que demora en caer. El intervalo.
La única solución, la única isla en medio del mar de la nada, sería quemar la flor amarilla, ser verdaderamente mortal...Hacer lo que sabiamente hizo Woody al final de "Maridos y mujeres". Cuando la chica guapa le quiere besar, él le dice algo así como: "No sé por qué, pero creo saber cómo va a terminar esta historia..." y se abstiene racionalmente. Pero somos máquinas sin voluntad que repiten para entender. Porque nadie entiende. Sólo cortando la repetición se podría entender. Pero no queremos. O al menos yo no quiero. Thánatos no me deja en paz. Wilde dijo: "La única diferencia entre un capricho y un deseo es que el capricho dura para siempre". Mi viaje es un capricho. Mi amor es un capricho. Mi muerte es un capricho.
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