Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...
viernes, 3 de octubre de 2014
Viajemos sin manual (ansiedades posmodernas)
“Tristes viajes los de hoy, sin viento en las velas…”
-Martín Varea-
Vivir. Ese éxtasis sesentero que Jeams Dean nos delegó, ese “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio” de Mario Santiago, hoy ya no está asociado al viaje interior ni a la iluminación como experiencia mística. Hoy el concepto se ha deformado en publicidad que nos dice que no hay tiempo: hay que probarlo todo, mejor dicho: hay que comprarlo todo. Debemos hacerlo todo ahora. Antes de que el cuerpo se denigre. Hay que vivir rápido.
La juventud está asociada al derroche. Todo está dirigido a los jóvenes. Porque somos nosotros los que tenemos energía y salud- no necesariamente para aventurarnos- sino para comprar y vender. El deseo, en occidente, es más bien ansiedad. Nunca es satisfecho y nunca muere. Viaja por los cuerpos como alimentos y objetos que una vez usados, pierden su valor. Ruido. La enfermedad de occidente también es el ruido: actividad frenética que no busca comunicar, sino callar al otro. La enfermedad que hace que cada cosa que se encuentra, sea reemplazada por otra.
Viajar es importantísimo para el joven de hoy. Antes los viajes eran expediciones hacia tierras inhóspitas. Con dragones y monstruos marinos. Las estrellas eran la única guía. Para los griegos, el camino de la sabiduría empezaba con una acción simple: mirar el cielo. En el siglo tercero a.c, Eratóstenes ya pudo medir el diámetro de la Tierra. La cultura Helénica valoraba más las preguntas que las respuestas, por eso dedicaban su vida a la búsqueda de la sabiduría. Lástima que a nosotros nos tocó vivir en la era de la vulgaridad. Hoy viajar es un hobbie. Algo que se debe hacer, no para vivir, sino para decir que se ha vivido. Visitar museos en tiempo record. Embutirse de comida exótica. Y por las noches, atorarse de cocktels para tener sexo con hombres y mujeres desconocidos. El joven de hoy no es un viajero, es un pasajero. No un pasajero que deviene y sueña, sino uno que pica y pasa. Sin pizca de esa nostalgia del caminante antiguo. Sin dejar huella ni llevarse nada. Nada más que un selfie. Turistas vulgares que apenas rozan la vida. Compran libertad con tarjeta de crédito, a plazo y con intereses. Abrazan héroes de hierro que no saben quiénes son mientras se hacen un selfie para el Facebook. Porque tiene que quedar un registro, algo que pruebe que estuvieron allí, para poder decir que se ha vivido.
Tristes viajes los de hoy, sin viento en las velas.
Una vez con la barriga llena, y con un gran registro de fotografías, se puede decir que se ha vivido. Pero cuando el chuchaqui te agobie y no encuentres Alka-Seltzer que lo ahuyente, ya no encontrarás tus huellas. No estarán porque no estás tú. Porque ya no existes. Viviste rápido, pero no has muerto joven. Ya no eres el futuro de la patria. La joven promesa. Ya no hay promociones para ti.
He aquí la gran farsa: el delirio no está en la rapidez. Quizás el mayor éxtasis se encuentre en el silencio. En el momento en el que se deja de hablar para escuchar. Y se descubre el despiadado pero bello desierto de lo real...
Detengámonos. Escuchemos. Viajemos sin manual. “Solo se conoce bien algo cuando lo domesticas”- Le dice el zorro al Principito cuando éste se niega a conocerlo, porque alega que no tiene tiempo, pues debe conocer más lugares y más personas.
"¿Qué es domesticar?
-Crear lazos.
-¿Qué hay que hacer para domesticar?
-Tener paciencia- responde el zorro."
(Diners)
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