Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 17 de abril de 2017

Sobremesa



Las manos de mi madre llegan al patio desde temprano, todo se vuelve fiesta cuando ellas juegan junto a otros pájaros que aman la vida y la construyen con el trabajo;
arde la leña, harina y barro, lo cotidiano se vuelve mágico…
Mercedes Sosa



Ilustración: Luis Eduardo Toapanta. Para Mundo Diners



Son las ocho y media de la mañana. Fin­gimos dormir mientras el sonido de licuadora, el olor del huevo revuelto y del café pasado recién hecho dicen que no estamos solas. “Ya está el café”, dice ella. Nosotros actuamos como si estuviéramos recién despiertas y ba­jamos al comedor. La mesa, que siempre es redonda, es igual a las que uno se encuentra en los bosques de hadas: llena de manjares, la invitación a un viaje peligroso. Nunca fal­tan el queso, el jugo, la miel de panela ni la papaya cortada en trocitos cuadrados. Somos cuatro mujeres, en principio, porque siempre hay variantes. Alguna se ha ido de viaje, otra ha incorporado a su novio en el ritual, otra es una prima. Porque en la mesa redonda, que es como un barco que navega en un mar sin tiempo, las personas van y vienen. Pero hay algo que no cambia. Siempre está ella, la ca­pitana del barco, la sucesora, porque esta es obviamente la herencia de mis abuelos. Mi abuela regaba plantas, cuidaba hijos, hacía comida, pero sobre todo tomaba café: once cafés diarios. Y para eso no necesitaba otra cosa que su larga mesa cuadrada, hecha para las dos cosas más importantes de esta vida: la comida y las palabras. Dicen que las de mi abuelo eran mágicas y acogían a personajes como aquel tío que venía los martes sin falta, y aunque pasaba una hora sentado en la mesa meciendo su café, solo hacía una pregunta: “¿Ha llovido?” Independientemente de la res­puesta que recibiera,  se contestaba a sí mis­mo: “Allá también llovió”. Luego entrecerraba los ojos, mecía el café y dejaba que el tiempo transcurriera. Más tarde cogía su abrigo y se despedía. Y así todos los martes.
Nuestro ritual consiste en tomar café o té o chocolate o lo que sea, y hablar. Imagi­nar. Recordar. La mesa se convierte en la mesa del sombrerero loco en la que todos cambia­ban de puesto para seguir festejando eterna­mente un No-Cumpleaños. Levantarse después de que el desayuno termine es un pecado. Pueden terminarse los alimentos pero nunca el café o el té o chocolate o lo que sea. Cuan­do llega el periódico mi mamá nos lee medio en broma medio en serio, bueno, más en bro­ma que en serio, el horóscopo de Walter Mer­cado. Luego imaginamos el futuro, recorda­mos la noche de ayer, a veces alguien entra en crisis porque ha perdido sus sueños y quiere encontrarlos por partes o botados debajo de la mesa. Luego el perro, que obviamente es parte del ritual, se pasea por el comedor y sal­ta en dos patas, mi mamá dice que el can es brillante y tiene poderes telepáticos, yo sospe­cho que solo quiere un pedazo de pan. “Es increíble la inteligencia de este animal”, dice, y luego cuenta que la NASA ha descubierto 70 planetas nuevos, que el oro viene del espa­cio o que uno de sus sueños sería nadar en una enorme piscina de agua mineral rosada. Cuando los temas de conversación parecen agotarse, ella trae más café y a veces hasta agua caliente pura, cualquier cosa es válida con tal de conversar, de estar juntas un rato más. Entonces pregunta: “¿Quién habrá in­ventado las bufandas?, ¿o las camas?”, o nos hace un cuestionario existencial: “¿Qué creen que fueron en sus vidas pasadas?” Mientras todos sueñan con haber sido Cleopatra, mi madre afirma —segura y orgullosa— que fue una vaca. Luego habla del aire, de la música, del tiempo, y poco a poco las palabras se des­prenden de sus labios y vuelan por el aire, la mesa se levanta y vuela por el cosmos. No existe el tiempo, solo el café o el té o lo que sea. Si volvieran a nacer, ¿qué quisieran ser? ¿Hada madrina? ¿Pájaro? ¿Piedra? Yo no creo en las otras vidas, pero si existieran, qui­siera regresar a esta, y seguir tomando café con ella.

(Mundo Diners)

jueves, 13 de abril de 2017

TRES

Muchos amigos se fueron antes que yo y me dejaron solo,
por eso si en invierno hace frío,
 bajo al infierno un poco…
Andrés Calamaro



Él: me indujo a comprar mis primeros Vans, a los once años. Usaba un zapato mío y yo uno suyo. Andábamos por la escuela sintiéndonos súper especiales, sintiendo que alguien nos quería. Me llamaba por teléfono después de clases y me hacía escuchar Nirvana a través del auricular, yo le ponía Fito Páez y él me decía que eso no era música, pero de todas maneras ambos estábamos orgullosos de los gustos del otro, odiábamos a los Back Street Boys, la banda favorita del resto de la clase.
Se me declaró el último día de quinto grado y le dije que sí. Salimos a vacaciones y nos vimos una vez, en la casa de una amiga a la que le decíamos La Mona. Escuchamos un casete de Los Hombres G, comimos galletas de chocolate, y solo por unos segundos, nos dimos la mano. El primer día de sexto grado le dije que era mejor terminar, mi mamá me había dicho que a esa edad no se tienen novios. Me hizo la ley del hielo. Todo el año.

Ella: el día que nos conocimos, en primer curso, las dos dibujamos un sol y una luna para un ejercicio de la clase de lenguaje. Le obligué a leer El mundo de Sofía para tener con quién comentar. Y más tarde: corrimos por las calles de La Floresta sin zapatos a las seis de la mañana; pusimos una carpa en la sala y nos metimos a tomar cerveza y a escuchar The Doors por tres días seguidos. Cuando estaba triste se dormía en mi cama, aunque hubiera farreado como el diablo seguía durmiendo como un angelito; cuando yo temblaba del chuchaqui ella me curaba el alma con películas baratas y hamburguesas de a dólar; me compró la pastilla del día después en plena lluvia y me trajo gomitas de corazones; me acompañó al hospital cuando pensé que tenía un infarto y solo era resaca.

Ellos: se conocieron a los veinte años. Eran dos planetas sin órbita que han errado por el espacio millones de años y un día se encontraron sin querer. Se abrazaban tan fuerte que a veces se lastimaban. Ella tomaba fotos, él tomaba norteño, ella también tomaba norteño, y ahí era cuando las cosas se les iban de las manos, los fantasmas salían y terminaban llamando a la policía (eran de esos amores en los que interviene la policía). Con ella, él ya no sentía que ese bicho le comía el esófago. Con él, ella ya no se comía tanto las uñas.

Los tres: compro media de norteño a las tres de la tarde. El chico que me gusta es un gamín que prefiere las drogas a mi amor. Ellos me ven tan bajoneada que deciden incluirme en su relación, no es por pena, son más bien las ganas de innovar. Queremos ser la primera relación de tres. Estamos revolucionando el sistema, ¿cachas? Pero nuestra iniciativa utópica dura lo que dura el efecto del alcohol. A las nueve estamos sobrios, yo debo regresar a la casa a hacer los deberes y ellos deben continuar con su vida de novios, de novios de dos, ¿tres? Ya sabemos la historia: tres son multitud, dos son multitud, uno es multitud.
***
En su mochila hay pipas, libros que nunca lee, restos de jacho, esferos reventados, cepillos de dientes, medias impares, también hay una cajita pequeña de metal. La cajita tiene cenizas. Las cenizas son cafés y no huelen a nada.
Esa noche compramos una copia pirata de Thelma & Louis. Esa noche ella soñó que iba a una fiesta y que lo encontraba ahí. Lloraba, le decía que había tenido una pesadilla, había soñado que él había muerto. Él se reía, le abrazaba y le decía que no hable huevadas. Pero la cajita seguía en su mochila. Y nosotros en una cama que flotaba en un río revoltoso lleno de pirañas, calaveras y relojes. Días antes de que sucediera, ella había pegado en su pared la letra de una canción: “El amor más grande que conocí, sin querer un día pasó por mí, por la vía láctea se encontrarán, en algún planeta, en algún lugar…”

(Mundo Diners)

miércoles, 12 de abril de 2017

Todo lo que Travis Bickle quiso saber sobre Nueva York y nunca se atrevió a preguntarle a Holden Caulfield.




A CUARENTA AÑOS DEL ESTRENO DE LA PELÍCULA TAXI DRIVER Y MÁS DE SESENTA AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE LA NOVELA EL GUARDÍAN ENTRE EL CENTENO, LA AUTORA DE ESTE TEXTO PROPONE UN PARENTAZGO ENTRE AMBAS. LA RELACIÓN PARECE INEVITABLE.   




1972. Un hombre camina por las calles de Los Ángeles en plena madrugada. No va a ninguna parte. Busca una botella, un tabaco, un arma. Cualquier cosa que le haga olvidar que no puede dormir, que no puede dormir porque no puede olvidar. Olvidar que lleva semanas sin hablar con nadie, que se está divorciando, que se ha quedado sin trabajo, que vive en un auto, que últimamente sólo le interesan la pornografía y las armas. Ya no distingue el día de la noche. Cuando se le acaba el alcohol, entra  a un cine porno. Cuando sale, vaga. Vuelve a vagar.

El hombre termina en el hospital. El alcohol le ha provocado heridas en el estómago. Pero sobrevive. Renace. Y esta vez quiere vivir como alguien que ha superado la muerte. Quiere escribir, plasmar en un guión sus vivencias noctámbulas. Pero decide que en la ficción la ciudad no será Los Ángeles, sino Nueva York, y el personaje no será un escritor, sino un taxista.        

1975. Sobre un ejemplar de “La náusea”, de Jean Paul Sartre, yace un arma. Digamos que la pistola está ahí porque es una fuente de inspiración, no un arma. Los dedos de Paul Schrader teclean sin parar, saben que si se detienen, también se detiene el mundo. Si paran por un segundo, las palabras se disolverán en el aire y desparecerán para siempre. Schrader sabe que escribir es la única forma de curarse, que su insomnio no saldrá de su memoria ni de su cuerpo si se queda callado. Escribe casi sin respirar. Escribe. No como quien quiere atrapar una historia sino como quien quiere deshacerse de ella, sacársela de encima, o de adentro. Escribe como sólo es posible cuando se tiene una pistola.

15 días después, apenas 15 días después, inspirado por una canción de Harry Chapin llamada Taxi y por la portada de la revista Newsweek donde informan del intento de asesinato al presidente Gerald Ford, ha terminado el guión de Taxi Driver.

1976. En Hollywood son los productores quienes eligen a los directores y por último a los guionistas, pero Paul Schrader, que en ese entonces solo había escrito una película (Yakuza, 1974), se atrevió a escoger. No le vendió su guión a una compañía sino que buscó el director adecuado. Tras deshacer negocios con Brian de Palma, el primer candidato escogido por el guionista para dirigir la película, el libreto de Taxi Driver llega a Martin Scorsese, quien, después de leerlo, decide asistir a todas las reuniones a las que estén invitados los productores Julia y Michael Phillips (encargados del proyecto) para convencerlos de dirigir el filme. Tras el estreno exitoso de su primera película, Malas calles (1973), no le toma mucho esfuerzo, y poco tiempo después se lleva a cabo el rodaje.

Scorsese le propone el papel principal a Harvey Keitel, protagonista de Malas calles, pero éste lo rechaza alegando que no quiere repetirse ni quemarse. Finalmente, Socorsese elige al actor que poco antes había sido el joven Vito Corleone en El Padrino II: Robert De Niro.

Al estrenarse, Taxi Driver recauda más de 28 millones de dólares, superando por mucho su presupuesto de 1.3 millones. Gana la Palma de Oro en Cannes, recibe varias nominaciones a los premios Óscar, incluyendo mejor película, mejor director y mejor actriz de reparto para la muy adolescente (13 años) Jodie Foster; gana dos premios BAFTA, uno se lo lleva la misma Foster y otro el compositor Bernard Herrmann (autor, entre otras, de la banda sonora de Vértigo, El ciudadano Kane y Psicosis) por mejor música original.

Situada a principios de los años 70, Taxi Driver cuenta la historia de Travis Bickle (De Niro), un veterano de Vietnam depresivo y misántropo que padece de insomnio crónico y decide trabajar como taxista. Desde su taxi, por las noches, Travis descubre una ciudad de huérfanos, la ciudad de los que no tienen casa o los que no tienen sueño.   

Cuando no está trabajando, Travis va a un cine porno de medio pelo o escribe monólogos en su diario. Cuando Betsy (Cybill Shepherd), una chica que trabaja en la campaña presidencial del senador Charles Palantine y que ha accedido a salir con Travis, deja de hablarle porque él le lleva al cine porno en su primera cita, Travis se siente completamente rechazado y se aísla, aún más, del mundo. Se obsesiona con las armas y empieza a trazar un plan esquizoide para “depurar la ciudad”, empezando por asesinar al candidato y salvar a una pequeña chica (Foster) de la prostitución.

Schrader sabía que un guión es también una metáfora. En el caso de Taxi Driver y en palabras del propio Schrader, Travis Bickle es una metáfora de la soledad urbana. Tal vez esa sea una de las razones por las que Travis se convirtió en  uno de los personajes más recordados e icónicos de la historia. Según un artículo publicado en The Guardian, durante el aniversario por los 40 años del estreno de la cinta Robert De Niro declaró que en estas cuatro décadas no hubo un día en el que alguien no le recordara la frase más celebrada del filme: ‘You talkin’ to me?’ (“Cada día durante 40 fucking años, alguien venía y me decía: ¿me estás hablando a mí?”). Ahora, ¿Por qué Travis marcó tanto?  ¿Qué puede tener un taxista insomne para que la gente lo recuerde 40 años después?

“Parece haber llegado vagabundeando de una tierra en la que siempre hace frío, de un país cuyos habitantes apenas hablan. Travis entra y sale a la deriva de la vida nocturna de Nueva York, como una sombra oscura entre otras sombras más oscuras. Pasando desapercibido, sin motivos para que nadie se fije en él. Travis parece confundirse con su entorno. Al igual que la Tierra se desplaza hacia el sol, Travis Bickle se encamina hacia la violencia.", dice el propio Schrader.

En su libro “Trascendental style in film. Ozu Bresson Dreyer.” Paul Schrader se pregunta cómo un arte profano como el cine podría  acercarse a lo sagrado. “Para expresar lo sagrado es necesario un anti-cine”, dice. Y en una entrevista con la revista Fata Morgana, comenta que la relación entre sacralidad y violencia es muy estrecha en su obra, empezando porque el término “sagrado” en latín también se lee como “maldito”. Por otro lado, el ser humano solo puede volverse sagrado al morir. “El proceso de sacralización está estrechamente ligado a un acto de violencia”, dice el entrevistador de Schrader hablando de Taxi Driver. Y esta contradicción entre violencia y sacralidad está presente en Travis Bickle: para acercarse a su ideal de pureza debe asesinar a sangre fría.  

Travis no tiene sentido del “superyó”. Su psicología –desde una mirada freudiana–  se acerca más a la de un “perverso”. Para él no existen las normas sociales, no existe la prohibición. No siente culpa al transgredir ya que para él no existe el límite (lleva a Betsy a un cine porno con la mayor naturalidad y luego no entiende por qué ella se enoja). El perverso no tiene noción del Padre, del sistema, de La Ley.

También hay algo de esquizoide en su comportamiento. Travis no tolera un rechazo. Algo en su inconsciente se quiebra cuando lo rechazan. El rechazo de Betsy es para él el rechazo del Gran Otro. Y es a partir de ese hecho que busca descargar el odio que tiene hacia sí mismo contra los demás. Intenta matar a un político (símbolo de la autoridad máxima) y como no logra hacerlo, asesina a sangre fría al proxeneta (Harvey Keitel) que prostituye a Iris (Foster). Y no siente culpa al hacerlo. De hecho, para él eso es lo correcto: proteger la inocencia a cualquier costo.

***

1951. Un adolescente viaja de Pennsylvania a Nueva York. Tampoco puede o quiere dormir. Tiene 16 años y lo han expulsado de Pencey Prep, un colegio/internado para niños adinerados. Vaga por las calles en busca de un hotel, de una prostituta, de un cigarrillo, de alguien que acepte tomar un café con él y le diga dónde van los patos en invierno. Pero la ciudad le queda grande.

Holden Caulfield se queda en un hotel de medio pelo. En los bares no le venden alcohol porque es menor de edad. Nadie acepta tomar un café con él y nadie responde a su pregunta sobre el paradero de los patos porque a nadie le parece relevante. Aunque contrata a una prostituta, Holden no se acuesta con ella. La situación le parece muy deprimente. “Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, odio subir y bajar en ascensor, odio a los tipos que te arreglan los pantalones en Brooks”, dice el protagonista de la primera novela de J.D. Salinger, El guardián entre el centeno. Holden narra en primera persona las aventuras de la noche en que huye del colegio y se encamina hacia la ciudad, donde camina hasta el amanecer sumido en reflexiones pesimistas sobre el mundo moderno y la adultez. Está hastiado. Le ha desencantado el desencanto mismo. El mundo que lo rodea le parece falto de magia, falto de inocencia, y sobre todo falso.

Holden se rebela contra un sistema educativo cuyo único fin es la construcción de un mundo adulto completamente absurdo: frío y sinsentido. Por eso no quiere crecer y perder la inocencia. Lo único que Holden todavía aprecia es a su pequeña hermana Phoebe. Al igual que en el caso de Travis, aquí aparece el lado frágil de un adolescente apático. Cuando su hermanita de 10 años le dice que encuentre algo que hacer, él le responde que la única profesión que aceptaría, es ser guardián entre el centeno.  “Me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser.”

Holden era un protector de la pureza. El sentido que podía darle a su vida era evitar que los niños cayeran al abismo.

Cada año se venden alrededor de un millón de ejemplares de El guardián entre el centeno. Sin embargo, su autor jamás se sintió cómodo con esa fama. "Me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente", dice Holden. Y es lo que de alguna manera hizo Salinger después del éxito: aislarse. Esto es, también, una forma de mantener su pureza. “Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida”, dijo el escritor, que desde su adolescencia escribía con una linterna, escondido entre las sábanas, y que, durante los cuatro años que fue al ejército durante la II Guerra Mundial, llevó siempre consigo una máquina de escribir. El guardián entre el centeno se publicó en 1951 y años después, alrededor de 1967, Salinger se fue al campo a vivir y allí permaneció hasta su muerte en 2010, a los 91 años de edad.  

***

1980. No sé si David Chapman podía dormir, pero gran parte del planeta dejó de hacerlo (al menos por una noche) por culpa suya. Fue la noche del lunes 8 de diciembre, después de que un texano de 25 años sin antecedentes policiales asesinara a John Lennon. Tras disparar cinco veces a uno de los músicos y activistas más importantes de la historia, Chapman, se sentó al lado del cadáver, y mientras esperaba a que llegara la policía, se puso a leer El guardián entre el centeno en voz alta.

Era su libro favorito y a pesar de que ya tenía un ejemplar en su casa, esa mañana compró otro. Dicen que firmó sobre el libro: “Esta es mi declaración”. Que cuando le pidieron su testimonio en la corte se limitó a citar fragmentos de la novela. Según El Diario El País, la mañana del crimen, Chapman visitó el lago de Central Park… Quién sabe si, como Holden Caulfield, se habría preguntado a dónde irían los patos en invierno.

También dicen que cuando Chapman asesinó a Lennon, dijo algo así como “ustedes no saben lo que es no ser nadie”. El sentimiento de anonimato extremo había llevado al asesino a la soledad más densa. No soportaba ser nadie, ser ordinario, gris, pasar desapercibido. Aquello que Salinger anhelaba, Chapman odiaba; tanto, que prefirió cometer un crimen y pasar en la cárcel el resto de su vida. Prefirió la prisión al anonimato. Que la gente lo reconociera en la calle. Que el mundo supiera su nombre. Para él no había nada más desolador que sentirse uno más: quizá esto sea una metáfora del drama del hombre moderno, si la angustia de tiempos pasados era ser diferente, la de hoy es ser igual.  

El asesino al que la prensa calific como﷽﷽﷽﷽﷽ al que la prensa calificno habos mezclada con lluvia y humotaxista insomne. con ella, protege la puerza y lo sagrado,ó como “adicto”, “agente de la CIA” y “fanático religioso”, buscó una marca (aunque ésta haya sido su perdición) para, desesperadamente, distinguirse del resto. A partir de esa fecha, la única novela de Salinger, que a esas alturas ya era más que un Best Seller, fue prohibida en varios países. Y no fue la única vez que se la asoció a un crimen.

1981. John Hinckley, un tipo de 25 años, intentó asesinar al entonces presidente Ronald Reagan. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, él respondió que para impresionar a Jodie Foster, personaje clave de Taxi Driver.

Aunque el libro que lo inspiró no fue El guardián entre el centeno sino La náusea, de Sartre, el guinosta Paul Schrader dijo, “Travis es una especie de héroe existencial europeo en un contexto americano. Es El extranjero, el hombre de “las memorias del subsuelo.” La angustia existencial para un americano funciona al revés… En lugar de interiorizarlo, lo saca fuera. El problema de Travis es el mismo que el del héroe existencial, es decir, “¿debería existir?”… No entendemos correctamente la naturaleza del problema, por lo que el impulso autodestructivo, en lugar de ser dirigido hacia el interior, como en Japón, Europa o cualquiera de las culturas más antiguas, se emplea hacia afuera..Hay una línea en La Yakuza que dice: Cuando un japonés está en las últimas, él cerrará la ventana y se matará a sí mismo; cuando un americano está en la misma situación, cerrar, EVITABLE.  ESTE TEXTO PROPONE UN PARENTAZGO ENTRE AMBAS. á la ventana para matar a alguien más. Cuando en el final de la película, Travis se dispara a sí mismo de manera lúdica, eso es lo que ha estado intentando hacer realmente”, dice Schrader.   





    
 
Nueva York es una canción de Bernard Hermann. Un invento de Scorsese. Un mal sueño de Salinger. Un cuadro de Michael Chapman. Un delirio de Paul Schrader. Una ciudad que se derrite sobre los vidrios de los autos, mezclada con agua y humo, un poema impresionista que la lluvia dibuja sobre el parabrisas de un taxista insomne.
El taxista somnoliento y malgenio intenta beber café mientras maneja. Alguien lo detiene, la silueta de un muchacho flaco se dibuja entre la niebla. El chico sube al taxi, saca un cigarrillo y lo enciende. Travis lo mira por el retrovisor y le pregunta dónde va. Pero Holden no va a ninguna parte, quiere gastar su dinero en un taxi sin destino. Travis se molesta, no quiere perder su tiempo, y le pide al joven pasajero que elija un destino fijo. Tras pensarlo un poco, Holden sonríe y dice: quiero ir adonde van los patos en invierno.

Travis pisa el acelerador.

(Mundo Diners)