1972. Un hombre camina por
las calles de Los Ángeles en plena madrugada. No va a ninguna parte. Busca una
botella, un tabaco, un arma. Cualquier cosa que le haga olvidar que no puede
dormir, que no puede dormir porque no puede olvidar. Olvidar que lleva semanas
sin hablar con nadie, que se está divorciando, que se ha quedado sin trabajo,
que vive en un auto, que últimamente sólo le interesan la pornografía y las
armas. Ya no distingue el día de la noche. Cuando se le acaba el alcohol,
entra a un cine porno. Cuando sale, vaga.
Vuelve a vagar.
El hombre termina en el
hospital. El alcohol le ha provocado heridas en el estómago. Pero sobrevive.
Renace. Y esta vez quiere vivir como alguien que ha superado la muerte. Quiere
escribir, plasmar en un guión sus vivencias noctámbulas. Pero decide que en la
ficción la ciudad no será Los Ángeles, sino Nueva York, y el personaje no será
un escritor, sino un taxista.
1975. Sobre un ejemplar de
“La náusea”, de Jean Paul Sartre, yace un arma. Digamos que la pistola está ahí
porque es una fuente de inspiración, no un arma. Los dedos de Paul Schrader
teclean sin parar, saben que si se detienen, también se detiene el mundo. Si paran por
un segundo, las palabras se disolverán en el aire y desparecerán para siempre.
Schrader sabe que escribir es la única forma de curarse, que su insomnio no
saldrá de su memoria ni de su cuerpo si se queda callado. Escribe casi sin
respirar. Escribe. No como quien quiere atrapar una historia sino como quien
quiere deshacerse de ella, sacársela de encima, o de adentro. Escribe como sólo
es posible cuando se tiene una pistola.
15 días después, apenas 15
días después, inspirado por una canción de Harry Chapin llamada “Taxi” y por la portada de la
revista Newsweek donde informan del intento de asesinato al presidente Gerald Ford, ha terminado el guión de Taxi Driver.
1976. En Hollywood son los
productores quienes eligen a los directores y por último a los guionistas, pero
Paul Schrader, que en ese entonces solo había escrito una película (Yakuza,
1974), se atrevió a escoger. No le vendió su guión a una compañía sino que
buscó el director adecuado. Tras deshacer negocios con Brian de Palma, el
primer candidato escogido por el guionista para dirigir la película, el libreto
de Taxi Driver llega a Martin
Scorsese, quien, después de leerlo, decide asistir a todas las reuniones a las
que estén invitados los productores Julia y Michael Phillips (encargados del
proyecto) para convencerlos de dirigir el filme. Tras el estreno exitoso de su
primera película, Malas calles (1973),
no le toma mucho esfuerzo, y poco tiempo después se lleva a cabo el rodaje.
Scorsese le propone el papel
principal a Harvey Keitel, protagonista de Malas
calles, pero éste lo rechaza alegando que no quiere repetirse ni quemarse.
Finalmente, Socorsese elige al actor que poco antes había sido el joven Vito
Corleone en El Padrino II: Robert De
Niro.
Al estrenarse, Taxi Driver recauda
más de 28 millones de dólares, superando por mucho su presupuesto de 1.3
millones. Gana
la Palma de Oro en Cannes, recibe varias nominaciones a los premios Óscar, incluyendo
mejor película, mejor director y mejor actriz de reparto para la muy
adolescente (13 años) Jodie Foster; gana dos premios BAFTA, uno se lo lleva la
misma Foster y otro el compositor Bernard Herrmann (autor, entre otras, de la
banda sonora de Vértigo, El ciudadano Kane y Psicosis) por mejor música original.
Situada a principios de los
años 70, Taxi Driver cuenta la
historia de Travis Bickle (De Niro), un veterano de Vietnam depresivo y
misántropo que padece de insomnio crónico y decide trabajar como taxista. Desde
su taxi, por las noches, Travis descubre una ciudad de huérfanos, la ciudad de
los que no tienen casa o los que no tienen sueño.
Cuando no está trabajando,
Travis va a un cine porno de medio pelo o escribe monólogos en su diario.
Cuando Betsy (Cybill Shepherd), una chica que trabaja en la campaña
presidencial del senador Charles Palantine y que ha accedido a salir con
Travis, deja de hablarle porque él le lleva al cine porno en su primera cita,
Travis se siente completamente rechazado y se aísla, aún más, del mundo. Se
obsesiona con las armas y empieza a trazar un plan esquizoide para “depurar la
ciudad”, empezando por asesinar al candidato y salvar a una pequeña chica
(Foster) de la prostitución.
Schrader sabía que un guión
es también una metáfora. En el caso de Taxi
Driver y en palabras del propio Schrader, Travis Bickle es una metáfora de
la soledad urbana. Tal vez esa sea una de las razones por las que Travis se
convirtió en uno de los personajes más
recordados e icónicos de la historia. Según un artículo publicado en The
Guardian, durante el aniversario por los 40 años del estreno de la cinta Robert
De Niro declaró que en estas cuatro décadas no hubo un día en el que alguien no
le recordara la frase más celebrada del filme: ‘You talkin’ to me?’
(“Cada día durante 40 fucking años, alguien venía y me decía: ‘¿me estás hablando
a mí?’”). Ahora, ¿Por qué Travis
marcó tanto? ¿Qué puede tener un taxista
insomne para que la gente lo recuerde 40 años después?
“Parece haber llegado
vagabundeando de una tierra en la que siempre hace frío, de un país cuyos
habitantes apenas hablan. Travis entra y sale a la deriva de la vida nocturna
de Nueva York, como una sombra oscura entre otras sombras más oscuras. Pasando
desapercibido, sin motivos para que nadie se fije en él. Travis parece
confundirse con su entorno. Al igual que la Tierra se desplaza hacia el sol,
Travis Bickle se encamina hacia la violencia.", dice el propio Schrader.
En su libro “Trascendental style in film. Ozu Bresson Dreyer.” Paul Schrader se
pregunta cómo un arte profano como el cine podría acercarse a lo sagrado. “Para expresar lo
sagrado es necesario un anti-cine”, dice. Y en una entrevista con la revista
Fata Morgana, comenta que la relación entre sacralidad y violencia es muy
estrecha en su obra, empezando porque el término “sagrado” en latín también se
lee como “maldito”. Por otro lado, el ser humano solo puede volverse sagrado al
morir. “El proceso de sacralización está estrechamente ligado a un acto de
violencia”, dice el entrevistador de Schrader hablando de Taxi Driver. Y esta contradicción entre violencia y sacralidad está
presente en Travis Bickle: para acercarse a su ideal de pureza debe asesinar a sangre fría.
Travis no tiene sentido del “superyó”.
Su psicología –desde una mirada freudiana– se acerca más a la de un “perverso”. Para él
no existen las normas sociales, no existe la prohibición. No siente culpa al
transgredir ya que para él no existe el límite (lleva a Betsy a un cine porno
con la mayor naturalidad y luego no entiende por qué ella se enoja). El
perverso no tiene noción del Padre, del sistema, de La Ley.
También hay algo de
esquizoide en su comportamiento. Travis no tolera un rechazo. Algo en su
inconsciente se quiebra cuando lo rechazan. El rechazo de Betsy es para él el
rechazo del Gran Otro. Y es a partir de ese hecho que busca descargar el odio
que tiene hacia sí mismo contra los demás. Intenta matar a un político (símbolo
de la autoridad máxima) y como no logra hacerlo, asesina a sangre fría al
proxeneta (Harvey Keitel) que prostituye a Iris (Foster).
Y no siente culpa al hacerlo. De hecho, para él eso es lo correcto: proteger la
inocencia a cualquier costo.
***
1951.
Un adolescente
viaja de Pennsylvania a Nueva York. Tampoco puede o quiere dormir. Tiene 16
años y lo han expulsado de Pencey Prep, un colegio/internado para niños
adinerados. Vaga por las calles en busca de un hotel, de una prostituta, de un
cigarrillo, de alguien que acepte tomar un café con él y le diga dónde van los
patos en invierno. Pero la ciudad le queda grande.
Holden Caulfield se queda en
un hotel de medio pelo. En los bares no le venden alcohol porque es menor de
edad. Nadie acepta tomar un café con él y nadie responde a su pregunta sobre el
paradero de los patos porque a nadie le parece relevante. Aunque contrata a una
prostituta, Holden no se acuesta con ella. La situación le parece muy
deprimente. “Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de
Madison Avenue, odio subir y bajar en ascensor, odio a los tipos que te
arreglan los pantalones en Brooks”, dice el protagonista de la primera novela
de J.D. Salinger, El guardián entre el
centeno. Holden narra en primera persona las aventuras de la noche en que
huye del colegio y se encamina hacia la ciudad, donde camina hasta el amanecer
sumido en reflexiones pesimistas sobre el mundo moderno y la adultez. Está
hastiado. Le ha desencantado el desencanto mismo. El mundo que lo rodea le
parece falto de magia, falto de inocencia, y sobre todo falso.
Holden se rebela contra un
sistema educativo cuyo único fin es la construcción de un mundo adulto
completamente absurdo: frío y sinsentido. Por eso no quiere crecer y perder la
inocencia. Lo único que Holden todavía aprecia es a su pequeña hermana Phoebe.
Al igual que en el caso de Travis, aquí aparece el lado frágil de un adolescente
apático. Cuando su hermanita de 10 años le dice que encuentre algo que hacer,
él le responde que la única profesión que aceptaría, es ser guardián entre el
centeno. “Me imagino a muchos niños
pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie
allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de
un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el
precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va,
tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería
el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero
es lo único que verdaderamente me gustaría ser.”
Holden era un protector de
la pureza. El sentido que podía darle a su vida era evitar que los niños
cayeran al abismo.
Cada
año se venden alrededor de un millón de ejemplares de El guardián entre el centeno. Sin embargo, su autor jamás se sintió
cómodo con esa fama. "Me
gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane
instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida
con la gente", dice Holden. Y es lo que de alguna
manera hizo Salinger después del éxito: aislarse. Esto es, también, una forma
de mantener su pureza. “Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un
escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida”,
dijo el escritor, que desde su adolescencia escribía con una linterna,
escondido entre las sábanas, y que, durante los cuatro años que fue al ejército
durante la II Guerra Mundial, llevó siempre consigo una máquina de escribir. El guardián entre el centeno se publicó
en 1951 y años después, alrededor de 1967, Salinger se fue al campo a vivir y
allí permaneció hasta su muerte en 2010, a los 91 años de edad.
***
1980. No sé si David Chapman
podía dormir, pero gran parte del planeta dejó de hacerlo (al menos por una
noche) por culpa suya. Fue la noche del lunes
8 de diciembre, después de que un texano de 25 años sin antecedentes policiales
asesinara a John Lennon. Tras disparar cinco veces a uno de los músicos y
activistas más importantes de la historia, Chapman, se sentó al lado del
cadáver, y mientras esperaba a que llegara la policía, se puso a leer El guardián entre el centeno en voz alta.
Era
su libro favorito y a pesar de que ya tenía un ejemplar en su casa, esa mañana compró
otro. Dicen que firmó sobre el libro: “Esta es mi declaración”. Que cuando le
pidieron su testimonio en la corte se limitó a citar fragmentos de la novela. Según El Diario El País, la mañana del crimen, Chapman
visitó el lago de Central Park… Quién sabe si, como Holden Caulfield, se habría
preguntado a dónde irían los patos en invierno.
También
dicen que cuando Chapman asesinó a Lennon, dijo algo así como “ustedes no saben
lo que es no ser nadie”. El sentimiento de anonimato extremo había llevado al
asesino a la soledad más densa. No soportaba ser nadie, ser ordinario, gris,
pasar desapercibido. Aquello que Salinger anhelaba, Chapman odiaba; tanto, que
prefirió cometer un crimen y pasar en la cárcel el resto de su vida. Prefirió
la prisión al anonimato. Que la gente lo reconociera en la calle. Que el mundo
supiera su nombre. Para
él no había nada más desolador que sentirse uno más: quizá esto sea una metáfora
del drama del hombre moderno, si la angustia de tiempos pasados era ser
diferente, la de hoy es ser igual.
El asesino al que la prensa
calific ó como “adicto”, “agente
de la CIA” y “fanático religioso”, buscó una marca (aunque ésta haya sido su perdición) para,
desesperadamente, distinguirse del resto. A partir de esa fecha, la única novela de Salinger, que a
esas alturas ya era más que un Best Seller, fue prohibida en varios países. Y
no fue la única vez que se la asoció a un crimen.
1981. John Hinckley, un tipo
de 25 años, intentó asesinar al entonces presidente Ronald Reagan. Cuando le
preguntaron por qué lo había hecho, él respondió que para impresionar a Jodie
Foster, personaje clave de Taxi Driver.
Aunque el libro que lo inspiró no fue El guardián entre el centeno sino La náusea, de Sartre, el guinosta Paul Schrader dijo, “Travis es
una especie de héroe existencial europeo en un contexto americano. Es El extranjero, el hombre de “las
memorias del subsuelo.” La angustia existencial para un americano funciona al
revés… En lugar de interiorizarlo, lo saca fuera. El problema de Travis es el mismo que el del héroe
existencial, es decir, “¿debería existir?”… No entendemos correctamente la
naturaleza del problema, por lo que el impulso autodestructivo, en lugar de ser
dirigido hacia el interior, como en Japón, Europa o cualquiera de las culturas
más antiguas, se emplea hacia afuera... Hay una línea en La Yakuza
que dice: Cuando un japonés está en las últimas, él cerrará la ventana y se
matará a sí mismo; cuando un americano está en la misma situación, cerrará la ventana para matar a alguien más.
Cuando en el final de la película, Travis se dispara a sí mismo de manera
lúdica, eso es lo que ha estado intentando hacer realmente”, dice
Schrader.
Nueva
York es una canción de Bernard Hermann. Un invento de Scorsese. Un mal sueño de
Salinger. Un cuadro de Michael Chapman. Un delirio de Paul Schrader. Una ciudad
que se derrite sobre los vidrios de los autos, mezclada con agua y humo, un
poema impresionista que la lluvia dibuja sobre el parabrisas de un taxista
insomne.
El taxista somnoliento y
malgenio intenta beber café mientras maneja. Alguien lo detiene, la silueta de
un muchacho flaco se dibuja entre la niebla. El chico sube al taxi, saca un
cigarrillo y lo enciende. Travis lo mira por el retrovisor y le pregunta dónde
va. Pero Holden no va a ninguna parte, quiere gastar su dinero en un taxi sin
destino. Travis se molesta, no quiere perder su tiempo, y le pide al joven
pasajero que elija un destino fijo. Tras pensarlo un poco, Holden sonríe y
dice: quiero ir adonde van los patos en invierno.
Travis pisa el acelerador.
(Mundo Diners)
Ideal saber el autor de tan buen texto.
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