Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 14 de agosto de 2017

Lucas Amaru




Es difícil relatar algo que no recuerdo. Algo que solo viene a mi memoria por partes, de a poco; algo que viví tan intensamente, que olvidé; un momento que llegué a ser tan yo, que me convertí en otra. Cuando pienso en ello, la piel se me eriza. Recuerdo fragmentos que voy armando, como un rompecabezas.

Los días previos fueron eternos. Lucas se retrasaba. Mi casa se convirtió un aquelarre de mujeres preparando pócimas, baños, masajes. Cociné dulce de higos para que su olor me indujera el parto, me hice acupuntura, me senté en hierbas, me bañé en lechuga, tomé pepas de chirimoya, té de frambuesa. Intentábamos tener sexo (sí, intentábamos, porque tal era el estrés que cada vez que nos lo proponíamos solo acabábamos peleando y en lugar de producir oxcitocina la perdía) Nada dio resultado. Él seguía tranquilo, en su planeta solo para uno. Dicen que cuando los bebés están listos, segregan una hormona que hace que la madre entre en labor. No somos nosotras quienes deciden su
nacimiento, peor los doctores, son ellos, solo ellos. Pasaban los días y yo seguía embarazada. Tal vez lo peor- como todo- era la presión social. Mi tía llamaba todos los días a las 6 de la mañana. ¿Qué fue hijita?, ¿Ya?. Una amiga me dio el mejor consejo: saciar antojos reprimidos. Nada de té de hierbas ni baños hippies, lo que hay que hacer es comerte esa hamburguesa que te prohibiste durante los 9 meses o tomar una cerveza bien helada. El único efecto que causó en mi esa técnica fue subir en una semana lo que no había logrado en todo el embarazo con el pretexto de que cada comida era “la
última”. El último shawarma, la última pizza, el último chaulafán…

No quería inducirme el parto ni una cesárea programada por una simple razón: necesitaba al azar. El azar es el que hace que una historia sea historia. O al menos, eso pensaba yo, sí, quizá desde el cliché. Quería que el agua de fuente se rompa en el lugar menos adecuado y me sorprenda, como en las películas. Quería ir a la clínica en un taxi respirando agitadamente. Quería-inocentemente- un parto en el agua con tambores de fondo. Llegaba a la semana 42 y nada. Antes de tomar la pastilla fuimos a comer una pizza.

Entonces, mientras hablaba del azar, se cumplió mi fantasía: se rompió la fuente… y con ella el tiempo y el alma. Se abrió una puerta, una dimensión. Se rompió el tiempo y el alma. No recuerdo mucho más. Truenos. Tierra. Dolor. Gritos. Simplemente afloró mi esencia más profunda, aquello que no tolero de mi misma. Llegué a un estado que más que humano era animal. O humano demasiado humano. Pero mi segunda fantasía no se cumplió: no tuve un parto natural en agua y con tambores de fondo. Tras horas de dolor y poca dilatación, fui llevada al quirófano, sintiendo que perdía la batalla.

El 18 de agosto del 2016 temblábamos con una prueba de embarazo positiva en las manos. Ese día fuimos a las montañas. El Mario se empeñó en que yo subiera una pequeña loma en El Cajas. Después de lloriqueos y quejas e incluso una amenaza de divorcio, llegamos a la cumbre. Al otro lado, se extendía una laguna enorme, una laguna que jamás hubiéramos podido ver sin subir la montaña. El regalo, la recompensa. Dejé de lloriquear, se acabaron las peleas. Nos callamos. Atónitos ante la belleza.

Se hizo un Silencio.

Reconocí el mismo silencio en el quirófano, cuando de una cajita mágica, Lucas Amaru salió hacia el mundo. Esta vez no fue un estallido el que interrumpió el silencio, fue el silencio, imponente, el que detuvo el mundo. Porque Lucas no lloró. Solo miraba, como un animal cósmico que quiere descifrar el Universo. El sonido de mi corazón taquicárdico, la horrible voz del anestesista, las palabras de consuelo del Mario, todo dejó de ser, y quedaron sus ojos, destruyendo el Tiempo.

Nos llevaron al cuarto y lo pusieron sobre mi pecho tembloroso. Así dormité, despacito, como quien tiene un tesoro en sus manos. Amanecía, yo no sabía que con la noche también se iría parte de mi ser, no sabía que cuando el sol saliera, me convertiría para siempre, en otra persona…

(Mundo Diners)
Ilustración: Mario Salvador

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