Una cosa
que siempre se le escapó a Freud, algo que siempre fue como una falla en el
psicoanálisis, una fisura, fue lo que en su propio lenguaje se conoce como la “contra-transferencia”.
Se llama “transferencia” al síndrome que consiste en que el paciente se enamora
del analista; pero no solo los pacientes transfieren sus deseos y miedos a sus
doctores, a veces también los analistas se identifican con los problemas de sus
pacientes, y se involucran con ellos… demasiado. No son pocas las historias de
terapia y aventuras eróticas, sobre todo al comienzo del psicoanálisis. El
propio Freud se culpó toda la vida por no haber podido evitar involucrarse
sexualmente con algunas de sus pacientes. Pasó también con Anaïs Nin y Allendi y luego Otto
Rank, y con Gustave Jung y Sabina Spielrein. De esta última relación surgió la
película Dangerous Method
(2011) de David Cronenberg. Como toda buena película, habla de varias cosas: de
la relación de Jung con Sabina como paciente y luego como amante, de cómo ella
se convierte en terapeuta, de la amistad de Jung y Freud que se ve afectada al
final de sus vidas, de los hallazgos de ambos terapeutas, pero, sobre todo,
visibiliza el genio de Spielrein. Todo el mundo sabe quién es Sigmund Freud.
Todo el mundo sabe quién es Gustave Jung. Pero a nadie le suena el nombre de Sabina
Spielrein. No se sabe que ella fue una terapeuta de la talla de Jung y Freud, que llegó a psicoanalizar a Jean Piaget. No se sabe que fue ella quien formuló por primera vez la tesis de
que hay algo de placer en el dolor, y algo de dolor en el placer. Fue ella
quien desarrolló los principios de la famosa teoría de la “pulsión de muerte”,
incluso, según Karsten Alnaes, que ha escrito una novela basada en su vida, el
“instinto de muerte” de Freud no es más
que una copia de la tesis de Spielrein.
En la película de Cronenberg, cuyo guión fue escrito por
Christopher Hampton, Sabina, que está interpretada por Keira
Christina Knightley, llega al consultorio de Jung casi
convulsionando. Tiembla. Sus demonios internos no le dejan vivir. Poco a poco
en las sesiones terapéuticas se va develando su verdadero conflicto: a Sabina
le excita el dolor físico. Recuerda que cuando era niña y su padre le golpeaba,
ella se escondía para masturbarse. Como nunca entendió esta relación entre
placer y dolor, vivió culpándose por ello, y esta represión la llevó a la casi
locura. Pero la terapia con Jung funcionó. Y Sabina no solo que se entendió
mejor a sí misma sino que se sintió capacitada para ayudar a los demás. Hizo su
tesis basada en la asociación placer-dolor, vida-muerte, teoría que más tarde
Freud adoptaría y llamaría “pulsión de muerte”. Cronenberg muestra a Sabina como una mujer salvaje que hacía todo al extremo, y que claro, era
inteligentísima y tenía madera para ser terapeuta también. Para Jung, ella fue
un reto profesional, pero la terapia empezó a tambalear cuando él empezó a
desearla. Además de un desafío profesional, ella representaba un peligro, era una
mujer en estado puro, piel locura y vida. E inteligencia que estallla en
sensualidad. Ella le propone ser su amante y Jung tambalea, no quiere cometer
ese error profesional. Esta brillante biopic
plantea una buena pregunta para el psicoanálisis: ¿Por qué en el psicoanálisis
puede ser tan difícil mantener una distancia profesional?. Parecería que dos personas que se juntan, la una a escuchar
y la otra a hablar, de su vida, de sus problemas, de aquello que no puede
hablar con nadie más, comparten inevitablemente una cualidad indispensable para
los amantes: son libres. Cuando una persona, por un momento se saca la
máscara social y se permite ser quien realmente es, y la otra la mira así sin
veladuras, no pueden hacer otra cosa que desearse. Y parecería que este el fin
inevitable del análisis. Y más o menos eso es lo que creía Otto Gross, quien
también aparece representado en el filme. Él dice que una de las fallas del psicoanálisis
es la de reprimir. Que la sexualidad no se debería reprimir y que la monogamia
es una farsa. Entonces, tras los consejos de amigo, Jung justifica su deseo y
se rinde. Con su nueva amante encuentra un espacio íntimo especial, solo cunado
están juntos son libres, tanto para hablar de Wagner como para hacer el amor.
Van de la razón al sexo, primero son cerebro y después son un poco animales,
viven una sexualidad tan intensa que resulta una suerte de desposeción. Pero
Jung, que en el aspecto íntimo no quería ser como Freud, se siente como un
perro. No quiere traicionar a su esposa con su paciente. Entonces la abandona,
cobardemente. Muy cobardemente. Y ella
se hace pedazos….
Más tarde recaen, pero solo a manera de despedida. Jung
llora por no poder quedarse con ella para siempre. Sabrina también llora. Saben
que su amor, como todos los amores eternos, está destinado a estrellarse. Saben
que lo suyo no puede trascender, no porque él esté casado ni porque ella esté “loca”,
sino porque si estarían juntos más de una noche ya no serían extraños, y ya no
serian libres, y ya no se amarían.
Más tarde vuelven a encontrar. Ha pasado el tiempo: ella está casada y
embarazada y él tiene otra amante. Sus vidas ahora parecen estables, pero saben
que nunca volverán a ser tan tan jodidamente libres como cuando fueron amantes.
Desde la calma, pero contentos de haber vivido una historia hermosa y extraña,
se despiden. Y lo que sigue, aunque se sugiere, no se ve. No se ve que Sabina
quiso abrir un centro para niños con trastornos psíquicos porque siempre pensó
que su rol de terapeuta tenía que ayudar a que la gente a ser libre, y que por
eso pensó, equivocadamente, que la URSS le apoyaría. No fue así. Murió
asesinada junto a sus dos hijas en la Sinagoga. (Babieca)
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