Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

jueves, 2 de noviembre de 2017

Sabina




A propósito de Dangerous Method, de David Cronenberg. 







Una cosa que siempre se le escapó a Freud, algo que siempre fue como una falla en el psicoanálisis, una fisura, fue lo que en su propio lenguaje se conoce como la “contra-transferencia”. Se llama “transferencia” al síndrome que consiste en que el paciente se enamora del analista; pero no solo los pacientes transfieren sus deseos y miedos a sus doctores, a veces también los analistas se identifican con los problemas de sus pacientes, y se involucran con ellos… demasiado. No son pocas las historias de terapia y aventuras eróticas, sobre todo al comienzo del psicoanálisis. El propio Freud se culpó toda la vida por no haber podido evitar involucrarse sexualmente con algunas de sus pacientes. Pasó también con Anaïs Nin y Allendi y luego Otto Rank, y con Gustave Jung y Sabina Spielrein. De esta última relación surgió la película Dangerous Method (2011) de David Cronenberg. Como toda buena película, habla de varias cosas: de la relación de Jung con Sabina como paciente y luego como amante, de cómo ella se convierte en terapeuta, de la amistad de Jung y Freud que se ve afectada al final de sus vidas, de los hallazgos de ambos terapeutas, pero, sobre todo, visibiliza el genio de Spielrein. Todo el mundo sabe quién es Sigmund Freud. Todo el mundo sabe quién es Gustave Jung. Pero a nadie le suena el nombre de Sabina Spielrein. No se sabe que ella fue una terapeuta de la talla de Jung y Freud, que llegó a psicoanalizar a Jean Piaget. No se sabe que fue ella quien formuló por primera vez la tesis de que hay algo de placer en el dolor, y algo de dolor en el placer. Fue ella quien desarrolló los principios de la famosa teoría de la “pulsión de muerte”, incluso, según Karsten Alnaes, que ha escrito una novela basada en su vida, el “instinto de muerte” de  Freud no es más que una copia de la tesis de Spielrein.   

En la película de Cronenberg, cuyo guión fue escrito por Christopher Hampton, Sabina, que está interpretada por Keira Christina Knightley, llega al consultorio de Jung casi convulsionando. Tiembla. Sus demonios internos no le dejan vivir. Poco a poco en las sesiones terapéuticas se va develando su verdadero conflicto: a Sabina le excita el dolor físico. Recuerda que cuando era niña y su padre le golpeaba, ella se escondía para masturbarse. Como nunca entendió esta relación entre placer y dolor, vivió culpándose por ello, y esta represión la llevó a la casi locura. Pero la terapia con Jung funcionó. Y Sabina no solo que se entendió mejor a sí misma sino que se sintió capacitada para ayudar a los demás. Hizo su tesis basada en la asociación placer-dolor, vida-muerte, teoría que más tarde Freud adoptaría y llamaría “pulsión de muerte”.  Cronenberg muestra a Sabina como una mujer salvaje que hacía todo al extremo, y que claro, era inteligentísima y tenía madera para ser terapeuta también. Para Jung, ella fue un reto profesional, pero la terapia empezó a tambalear cuando él empezó a desearla. Además de un desafío profesional, ella representaba un peligro, era una mujer en estado puro, piel locura y vida. E inteligencia que estallla en sensualidad. Ella le propone ser su amante y Jung tambalea, no quiere cometer ese error profesional. Esta brillante biopic plantea una buena pregunta para el psicoanálisis: ¿Por qué en el psicoanálisis puede ser tan difícil mantener una distancia profesional?. Parecería que  dos personas que se juntan, la una a escuchar y la otra a hablar, de su vida, de sus problemas, de aquello que no puede hablar con nadie más, comparten inevitablemente una cualidad indispensable para los amantes: son libres. Cuando una persona, por un momento se saca la máscara social y se permite ser quien realmente es, y la otra la mira así sin veladuras, no pueden hacer otra cosa que desearse. Y parecería que este el fin inevitable del análisis. Y más o menos eso es lo que creía Otto Gross, quien también aparece representado en el filme. Él dice que una de las fallas del psicoanálisis es la de reprimir. Que la sexualidad no se debería reprimir y que la monogamia es una farsa. Entonces, tras los consejos de amigo, Jung justifica su deseo y se rinde. Con su nueva amante encuentra un espacio íntimo especial, solo cunado están juntos son libres, tanto para hablar de Wagner como para hacer el amor. Van de la razón al sexo, primero son cerebro y después son un poco animales, viven una sexualidad tan intensa que resulta una suerte de desposeción. Pero Jung, que en el aspecto íntimo no quería ser como Freud, se siente como un perro. No quiere traicionar a su esposa con su paciente. Entonces la abandona, cobardemente. Muy cobardemente.  Y ella se hace pedazos….
Más tarde recaen, pero solo a manera de despedida. Jung llora por no poder quedarse con ella para siempre. Sabrina también llora. Saben que su amor, como todos los amores eternos, está destinado a estrellarse. Saben que lo suyo no puede trascender, no porque él esté casado ni porque ella esté “loca”, sino porque si estarían juntos más de una noche ya no serían extraños, y ya no serian libres, y ya no se amarían.
Más tarde vuelven a encontrar. Ha pasado el tiempo: ella está casada y embarazada y él tiene otra amante. Sus vidas ahora parecen estables, pero saben que nunca volverán a ser tan tan jodidamente libres como cuando fueron amantes. Desde la calma, pero contentos de haber vivido una historia hermosa y extraña, se despiden. Y lo que sigue, aunque se sugiere, no se ve. No se ve que Sabina quiso abrir un centro para niños con trastornos psíquicos porque siempre pensó que su rol de terapeuta tenía que ayudar a que la gente a ser libre, y que por eso pensó, equivocadamente, que la URSS le apoyaría. No fue así. Murió asesinada junto a sus dos hijas en la Sinagoga.

(Babieca)

No hay comentarios:

Publicar un comentario