Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 30 de octubre de 2019

Primer día de clases





Tenía tres años y las guarderías me causaban una mezcla de terror y náusea, depresión y vacío existencial. Me acuerdo clarito de mi lonchera azul, del termo con tapa roja; la ilusión y la angustia de mi primer día en Pre-Kinder. 
Cris, mira los juguetes, mira qué linda la escuelita, insistía mi mamá, pero sus palabras causaban el efecto inverso. Mientras más me lo decía, más terrorífico me parecía ese universo de colores. ¿Quiénes eran esas personas ajenas con las que me abandonaban? Cuando mi mamá se iba, yo no me quedaba solamente llorando, no.  Yo gritaba hasta ponerme azul. Mordía a las “tías”. Pateaba donde podía. El clímax sucedió una mañana en la que, después de un cuadro en el que seguramente escupí a la profesora o algo parecido, me llevaron castigada a la oficina de la Señora Rectora. Ella me miraba con severidad. Entonces, sin saberlo, realicé mi primer acto heroíco y anarquista, a los tres años. Vomité sobre su escritorio, como propuesta revolucionaria. Y esa fue mi venganza adelantada al sistema educativo. Supongo que fui expulsada. 
Después de pasar por varias apuestas de educación alternativa, decidí quedarme en la más tradicional. La belleza de una señorita maestra que había sido Reina de Quito derrocó a cualquier pedagogía humanista. No me importó la educación Montessori, la cabellera de la chica que a mis ojos parecía un Hada, hizo que me quedara, al fin,  en el Pre- Kinder.

Miento si diría que no quiero que mi hijo Lucas vaya a la guardería. De hecho, me he sentido culpable al escuchar a las otras mamás cuando dicen que si pudieran nunca les mandarían a sus hijos al colegio…  que es una suerte pasar con ellos todo el día. La mayoría de mamás suelen encontrar justificación en que escolarizar a sus hijos es la única salida para poder trabajar, es decir, mientras haya dinero de por medio, están perdonadas. Pero mi razón personal no es solo económica,  es que necesito tiempo para mi ¿suena agresivo, no?. Después de pasar dos años y medio en la casa, jugando, lavando platos, trabajando cuando él duerme, he perdido un poco el sentido del tiempo, de mi misma; me he convertido en un ser fusionado cuyo mejor traje es la pijama. Ya no sé como es el mundo, ni como soy yo… Extraño conversar con otro adulto, trabajar en oficina, salir a una reunión de lo que sea. Pero cuando salgo, le extraño a él. Entonces cuando al fin decidimos que a partir de este año el Lucas irá a la escuelita, no pienso en el tiempo que añoraba y al fin tendré, sino en el abismo.

Nuestras “rutinas” familiares son "especiales" por no decir otra cosa.  Lucas baila Rock con el papá hasta tarde, le bañamos en las mañanas, no escucha La Vaca Lola sino Queen, y en vez de jugar con cubos de madera habla con sus amigos imaginarios con un celular que ya no sirve;  entonces, justo cuando conoce a su profe Waldorf, me pregunta, “¿dónde está mi celular?”. Si va a entrar a la Guarde habrá que ordenar nuestras vidas. Ponemos nuevos horarios. Le doy la cena a las seis, después preparo el baño, y él, como si quisiera acolitarme, lo hace todo al pie de la letra. Mientras le baño, ya estoy llorando. El tiempo se encoge. Veo el día en que entré al quirófano temblando, lo veo tomando teta por pimera vez, como un cachorro; veo las montañas en las que le conté a mi madre de mi embarazo, y ahora mi niño va a la escuela. Tengo pesadillas. Estoy a punto de pedir que me devuelvan el dinero. Al otro día nos levantamos tempranito, él está feliz, le pongo su mochilita de dinosaurios, casi no alcanza a llevarla, tomamos una foto forzada, él  finge una sonrisa mostrando los dientes. 

Cuando llegamos a su escuela, mira todo con atención. Contra todo pronóstico, no llora. Solo observa. Cuando le digo que ahora se quedará con su profe, me dice que sí, y me da un beso. Mientras nos vamos, ve para otro lado. Se hace el valiente. Y sí, la que llora soy yo, lloro porque entiendo que a partir de hoy se abre otro mundo, un universo paralelo en el que el Lucas hace experiencias de las que yo ya no soy parte. El bebé que abrazo por las noches es el niño que en las mañanas suelta mi seno y va hacia la aventura, hacia eso que, aunque me duela el corazón, solo le pertenece a él. 

Ilustración: Mario Salvador

(Mundo Diners) 

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