Leí Mujercitas
en la escuela, como todos, o mejor dicho, como todas. Porque según recuerdo era
una lectura que no se les ofrecía a los varones, a quienes se les reservaba los libros serios,
esos sobre guerras o conquistas. La novela de Louisa May Alcott era, como las
agujetas o el delantal de cocina, “solo para mujercitas”. Aunque percibía algo
fantástico en ese mundo femenino que me recordaba tanto a mi propia casa, en la
adolescencia, orgullosa de citar a Nietzche (aunque no lo entendiera), aunque
el libro secretamente me gustaba, me jacté de despreciarlo. “Mujercitas”, su
título en diminutivo me sonaba a bazar, a las mujeres y sus cositas
pendejitas, a esas cosas, o cositas, que
nos habían hecho creer poco serias, rosaditas, inferiores. El libro me parecía
casi un manual de los años 50s de buenos modales para señoritas. Solo más tarde
entendí que ese desprecio que había sentido no era otra cosa el espejo del
desprecio de la sociedad hacia las mujeres.
Vi Frances Ha en
la compu, con mi prima y entonces compañera de piso. Cuando la película terminó y aparecieron los
títulos de cola, mi nudo en la garganta explotó y me eché a llorar como una
niña. ¡Yo era Frances Ha!. Yo también tenía una amiga con la que algún momento
nos separaríamos y nos enfrentaríamos al despiadado mundo de la adultez, yo
tampoco sabía como actuar en las reuniones sociales, yo también había corrido
por las calles escuchando a David Bowie. Después del llanto fui a googlear su
nombre y hallé que no solo había sido la actriz de esa maravillosa película,
sino también la guionista, ah cierto, y también la actual pareja del director,
Noah Baumbach. Desde ese momento seguí la pista de la dupla ganadora, dejándome
seducir con los personajes interpretados por ella, que otra vez la volvió a
romper en Mistress America, representando a esa mujer caótica, desproporcionada
en sus deseos, torpe y sincera. Estaba clarísimo: ¡Yo era Mistress Amércica!. No
sé por qué sentía que aunque Noah Baumbach era el director, había más de ella
en esas películas. Greta no era solo una actriz, no era solo una guionista. Ahí
había una autora. En el 2017 Greta debutó como directora. Escogió a Saoirse
Ronan, esa actriz rara y bella, para respresntarla en la
película. Lady Bird es el viaje maravilloso de Christine, una adolescente
rebelde (que por supuesto soy yo a los 17) que deja su pueblo natal para viajar
a Nueva York, aferrándose al sueño.
Me re-econtré
con Mujerictas en la playa, ya me había casado y llevaba a mi hijo en el
vientre, cuando, echada en la arena, re-leí esos pasajes que alguna vez me resultaron
inapropiados. El embarazo me trajo nuevos intereses, temáticas que antes había
ignorado, e incluso en ocasiones, despreciado, como el universo de lo doméstico,
se habían vuelto misteriosas y encantadoras para mi. Fue Ursula Le Guin, en su
deslumbrante ensayo La Hija de la Pescadora, quien me llevó a re/descubirir a
Jo March. A través de Le Guin supe que el mundo de las mujercitas era el propio
mundo de Alcott. Me identifiqué con la vida de Jo March, la hermana
“intelectual” que hace obras de teatro, que lee, que sueña. La hermana que
escribe. Recordé mis diarios de infancia y los cuadernos que solía llenar con
apuntes inútiles sobre la vida que espiaba de los vecinos. Todo lo que
implicaba escribir en un entorno doméstico. En una casa donde mis hermanas
correteaban y siempre se calentaba algo en la cocina. ¿Cómo no lo había visto
antes? ¡Yo era Jo March!.
Cuando supe que Greta Gerwig haría una adaptación de Mujercitas, empecé a soñar
con verla en el cine. ¿Cómo sería esa fusión de los mundos de Alcott y Gerwig? Sin
embargo, me resultó algo
confusa. En lugar de concentrarse en la fuerza de sus personajes como ya lo
hizo ya en Lady Bird, Gerwig le apostó a un guión cuyo mayor desafío está en la
complejidad de una trama que se basa en los saltos temporales, los cuales, no
aportan mucho al alma de la historia, sino que la llevan por lugares más bien
descriptivos, y a ratos, innecesarios. Se intuye que al igual que Jo March tuvo
que negociar sus licencias creativas con su editor, Gerwig quizá también lo
haya hecho con sus productores y/o casas productoras, sacrificando seguramente
varias cosas que para ella seguro eran
importantes. La autora resiste en medio de una gran producción (que ella
consiguió pero que finalmente fue un encargo), intentando
dejar su impronta, la cual se inscribe, por ejemplo en esa
escena en la que las hermanas March bajan las escaleras, componiendo una
imagen
que a pesar de no ser tan activa desde el punto de vista dramático,
poetiza la
realidad, o en las escenas de Jo negociando con su editor. Gerwig intenta deshacerse de los clichés de película de época, a
través de los diálogos que buscan ser contemporáneos pero que resultan un tanto forzados (como ese de Amy con Laurie al inicio del filme)
o la introducción de costumbres actuales al pasado, como cuando dos personajes
juegan Ninja en segundo término. Esto, por ejemplo, Sofía Coppola (otra
cineasta que hubiera sido otra super buena candidata para hacer esta
adaptación) sí lo logró perfectamente en Marie Antoinette (imposible olvidarse
de aquel zapato coverse intruso entre
los tacones de la reina).
En Mujercitas,
la guerra (tema principal en la literatura universal, es decir, masculina),
sucede fuera de cuadro, el padre (esa figura masculina arquetípica
predominante) en este caso está ausente,
mientras la trama se centra en la casa, donde las mujeres, más que proponerse
grandes objetivos y/o aventuras, esperan. Esperan a que pase (o no) la
enfermedad. A que la estación cambie. A que llegue el padre. A casarse.
Quizá el mayor
acierto de Gerwig haya sido su apuesta por crear una analogía entre los
alter-egos Jo March y May Alcott, a quienes obviamente asocia consigo misma,
empezando por escoger como actriz protagónica a quien fue su alterego, Saoirse
Ronan (es inevitable no ver en la
historia de Jo a Lady Bird, o en otras palabras, Jo podría ser una Lady Bird de
1800) . Incómoda del destino predecible que según Greta Gerwig (una mujer del
siglo xxi) Alcott dio a sus personajes (todas encuentran su sentido en el
matrimonio, en el amor romántico) Gerwig intenta justificarla sugiriendo, y de
cierta forma hasta inventando, que esas decisiones dramáticas Alcott las tomaba
como única salida para poder publicar. Gerwig nos muestra a una Jo que no tiene
escapatoria, que está entre la espada y la pared, con un editor que abusa de su
poder, condicionándole a casar a sus personajes para publicarla. Aunque por supuesto
esto tiene mucho de cierto, también es cierto que Louisa May Alcott no escribió
Mujercitas con la intención de hacer un retrato intimista de su familia, sino
porque su editor le pidió por encargo, apostándole, precisamente a lo contrario
de lo que muestra el segundo film de Gerwig, a vender a un público femenino. Greta Gerwig se da la licencia de cambiar el final, otorgándole a Jo March el
final de May Alcott (Porque hay que mencionar que aunque Jo termiana casada,
Alcott nunca lo hizo) y sugiriendo que el matrimonio de Jo con el profesor (ese
personaje tan del mundo Gerwig/Baumbach, parodia del intelectual, que funciona
como una especie de hipster victoriano) es solo un recurso desesperado de la
escritora para poder ver la luz de su novela. Pero ¿Por qué justificarla? ¿Por qué ver como inferior el hecho de que una mujer quiera casarse? ¿Por qué ver como
inferior el hecho de que una mujer escriba sobre el amor, sobre relaciones,
sobre matrimonios? ¿No era esa, precisamente, la vida de las mujeres, sobre
todo en 1800? ¿Mirar esas temáticas como inferiores no es de cierta forma mirarlas
como las mira un hombre? ¿Por qué el amor romántico y los líos domésticos
significan menos que las historias de guerra, las historias de terror o los
ensayos filósoficos? Y sobre todo, significan menos cuando las escribe una
mujer. Porque no recuerdo a nadie cuestionando a Flaubert el haber escrito una
novela sobre pasiones y amor romántico.
Tras reflexionar y preguntar a sus amigos sobre la imagen que se
les viene a la mente cuando piensan en una mujer escribiendo, y darse cuenta de
que no existe una imagen que represente a las escritoras, Ursula Le Guin
descubrió que su figura/imagen/idea de “la escritora” había nacido a partir del
personaje de Jo March. Y es por eso que Jo es un personaje tan recordado y apreciado por varias intelectuales, desde Patti Smith hasta De Beauvoir. Y es que Jo es una mujer
que escribe. Y no solo eso, Jo March gana dinero con su escritura. Es conocido
que a lo largo de la historia, a las mujeres siempre les ha resultado difícil
ganar dinero por su trabajo (empezando porque la mayoría de veces las labores
realizadas por mujeres han sido gratuitas), más aún en una época en la que las
mujeres ni siquiera eran consideradas hábiles para otras labores que no sean
las del hogar. Pero Jo se “atreve” a escribir, y no conforme, se “atreve” a cobrar por sus libros. Jo negocia
con hombres. Se enfrenta a ellos y a la institución.
Y es así como, a
diferencia de las otras adaptaciones de la novela, Gerwig decide empezar su
película: con una Jo, todavía algo insegura, intentando vender sus textos a un
hombre. Sin embargo, esta Jo "empoderada" tampoco es del todo valorada. Cuando en
un pasaje de la novela Jo publica por primera vez un texto en un periódico, la familia
March organiza un agasajo para celebrarle, “Pues esta gente tontita y cariñosa
hacía de cada alegría doméstica una celebración” escribe May Alcott, rebajando
el logro de su personaje escritora a una “nimiedad doméstica”, como dice Le Guin.
Mujercitas es
una historia sobre crecer, sobre dejar la niñez, sobre la hermandad, pero sobre
todo, es una historia de una mujer que resiste. Que a pesar de la muerte y de
la adversidad, se aferra al sueño. Que escribe a pesar de un editor que le pide
cambiar pasajes, a pesar de las críticas “intelectuales” de su colega letrado,
a pesar de que sus hermanas queman sus textos ( y rebajan este crimen a una
travesura de niñas). Es la historia de una mujer que no duerme
para escribir. Porque al igual que May Alcott, Jo March escribía casi a
escondidas, en una bohardilla, sobre lo que alguna vez fue un asadero. Escribía
sobre eso que nadie consideraba importante, sobre las mujeres y su
cotidianidad, sobre el mundo doméstico. Escribía para saberse viva, para
comprobar que existía, o, en otras palabras, escribía para existir. En un mundo en el que nadie nos nombraba a las mujeres, quizá Louisa May Alcott haya empezado a hacerlo. A ella le debemos
el habernos regalado una de las primeras imágenes de una
mujer escritora, el haber retratado lo doméstico como un tema literario. El
haber creado unas hermanas con las que, estoy segura, casi todas las mujeres
nos hemos identificado.Y a Greta Gerwig, el haber conferido a esta novela la
importancia que se merece, llevándola al cine, y subrrayando, a pesar de todo,
la faceta de la Jo escritora. O más que eso, analizando sobre lo que para una
mujer implica escribir.
Quizá por eso la mejor
parte del filme de Greta Gerwig se resume en un diálogo.
"¿A quién le interesaría una historia sobre
riñas domésticas y alegrías?” Se pregunta Jo, refiriéndose a su propia obra. Entonces
Amy, a quien se pensaba inocentemente
como la más superficial de las hermanas, quizá justamente por el prejuicio de
subvalorar a la mujer romántica, responde: “Quizá no parezca importante porque la gente
no escribe acerca de ellas.” Tal vez antes de Louisa May Alcott, nadie se había
propuesto narrar esos mundos femeninos. A nadie le habían parecido dignas de
ser contadas esas historias mínimas, esas historias de mujercitas.
(Periódico Ochoymedio)