Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

jueves, 26 de marzo de 2020

Hambre



 

Hace poco terminé de leer “El nuevo Zaldumbide” de Salvador Izquierdo. Disfruté mucho esta lectura, me sacó risas irónicas y me llevó a reflexionar sobre varias cosas. Hay un pasaje que me gustó en particular. Y es cuando el autor se refiere a las cartas que Benjamín Carrión recibía, en las que varios intelectuales de la época le escribían a pedir una mano, una palanca. La carta que más me llamó la atención fue una de Joaquín Gallegos Lara, en la que después de pedirle algunos favores a este "pequeño gran patriarca", como lo llama acertadamente Salvador Izquierdo, remata diciendo: “Si es necesario le agradeceré como un perro”. No pude evitar soltar una carcajada. Claro, al principio me reí de esa típica conducta ecuatoriana de permisito disculparán nomás,  pero después la risa devino en incomodidad y en tristeza. Porque obvio, yo no me identifiqué con Benjamín Carrión. ¿Cuántas veces he tenido que acudir a colegas acomodados en puestos culturales para pedirles, o mejor dicho, rogarles algún tipo de apoyo?. 

No es fácil, al menos para mi, sacar adelante un proyecto cultural en este país. Pocas veces las políticas públicas coinciden con mis necesidades. La burocracia siempre atravesada. Que si tienen la plata pero falta un sello, es que si tienen el sello pero que mi caso no aplica, que falta una firma, que ya salió el auspicio pero que ahora,  justo ahora, no es posible, que vuelva otro día, que hoy no vino el director… Entonces después de intentar por varios medios, parecería que no queda otra que dejar la dignidad a un lado y aplicar modo Gallegos Lara. Porque la verdad es que en esta historia de hacer realidad mis proyectos cinematográficos/culturales me ha tocado rogar, llorar, por poco luchar cuerpo a cuerpo. Por eso me reconozco plenamente en la súplica de Gallegos Lara, y sobre todo, me identifico con eso de agradecer como perro, o mejor dicho, con sentirse como uno.    

Pero vamos más allá. Creo que donde hay personas dispuestas a agradecer como perros, hay hambre. Hace 10 años, cuando el Consejo Nacional de Cine estaba naciendo, la posiblidad de contar con fondos públicos y las actividades cinematográficas que llegaron por añadidura con la Ley de Cine provocaban en los jóvenes una especie de euforia. Íbamos a Festivales de cine (en provincias) y teníamos hambre. Ahí estábamos, entre acomplejados y orgullosos, disfrutando a más no poder de cada cosa, casi como el Chavo en Acapulco, como que no hubiera un mañana (quizá porque, a diferencia del colega argentino o mexicano, los ecuatorianos sabíamos que para nosotros muy probablemente no lo habría). Pero no solo en el contexto del cine, sino en los eventos culturales en general, he visto que la actitud de los ecuatorianos en general es la de sentirse menos que los  latinoamericanos, y también la de rogar, ya sea por vino, otro almuerzo o algún tipo de alianza. Sí, qué vergüenza. Pero solo una cosa: sabes que algo no está funcionando en tu país cuando te toca rogar, cuando el arrastre cultural es la única herramienta para conseguir algo.  

Cuando a un amigo artista alguna vez le preguntaron cómo se hacen realidad los proyectos culturales en este país, respondió: “a codazos”.  A codazos contra la burocracia. A codazos contra las instituciones, contra los compañeros, arranchándose el pan con los colegas, mendigando un auspicio al Ministerio de Cultura, rogando a Dios ganar un concurso o  ser descubierta por un caza-talentos, pagando los propias producciones. Porque al final no queda otra que trabajar en las noches, conseguir el dinero de chaucha en chaucha, poner del bolsillo de una, que por supuesto, está vacío, endeudarse, pedir prestado a la tía, ir con la historia de familiar en familiar, de amigo en amigo, hacer una rifa o “crowdfunding”, sentirse una especie de “vendedora de bus cultural” que no te va a robar pero...  Llamar a los lugares en los que se trabajó y nuca pagaron, y experimentar uno de los sentimientos más complejos y contradictorios: sentirse culpable por cobrar.  Sentir que el proyecto cultural es una especie de asalto a mano armada, tener ganas de perdir perdón por haber tenido el atrevimiento de solicitar ayuda #disculparánomás. Se acaba con el alma cortada en trocitos, como si hubiera pasado a través de un rallador, los sueños hechos añicos, culpable por haber estado tantas horas fuera de casa, peleando con secretarias, llorando en los pasillos públicos, aguantándose las lágrimas en las oficinas de burócratas, por haber estado lejos del hijo, del esposo, lejos, muy lejos, de eso que se sintió al crear el proyecto y que se esperó generar en la gente. Soledad y miseria. Y claro, una se pregunta: ¿Vale la pena todo este desgaste solo para conseguir una película, un libro, una obra? ¿De verdad solo tenemos dos opciones, ser herederos de Benjamín Carrión y ser funcionarios públicos, claro, si se tiene el privilegio (a veces no tan "privilegio") de la educación, o como Gallegos Lara, empeñar la máquina de escribir para realizar nuestros proyectos?,  O peor que eso: ejercer de artistas a medio tiempo, conformarse. ¿Hasta cuando vamos a soportar estas dinámicas de poder ridículas en las que los que están arriba gozan de las necesidades de los otros? ¿Hasta cuándo vamos a seguir agradeciendo como perros?  ¿Qué debemos hacer para parar con este círculo vicioso?

(Mundo Diners) 


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