Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 8 de julio de 2015

El discreto encanto del tercer mundo





Cada mañana se repite la misma historia: abro la llave de la ducha y cae un mísero chorro de agua helada. Entonces sé que ha llegado el momento de aplicar “la maña”. Todos los aparatos proletarios tienen su respectiva "maña". La maña es algo que se debe hacer para que el artefacto funcione. Por lo general no es nada lógico, es más bien místico, una extraña asociación entre el objeto en cuestión y otro objeto cualquiera dentro de una misma casa. Por ejemplo: para que sirva el enchufe de la cocina, se debe encender el foco del baño; para que vuelva el agua, se debe encender la sanduchera. Mi madre incluso afirma que en su hogar, el internet mejora si se apaga la luz de la sala. La pobreza nos vuelve surrealistas, lo digo porque la falta de recursos me ha llevado a ver imágenes que dejarían loco a Dalí. Conozco una amiga que hizo spagetthi al pesto en el calefactor porque se le había acabado el gas y no había otra forma de cocinar, así llegó a la conclusión de que el calefactor era una excelente parrilla. Conozco a otro que ha hecho fideo en la cafetera, a una que usaba la plancha de ropa para planchar su cabello, y, ya lo he dicho, yo misma he usado el microondas para secar mis medias.


Pero, volviendo al tema. La “maña” de mi ducha es esta: para que el agua se caliente, primero debe abrirse (quién sabe por qué) la llave del lavadero de la la cocina. Entonces se prende el calefón y hay que correr hasta el baño y abrir la llave de la ducha. El siguiente paso es regresar (desnuda, por su puesto) a la cocina y cerrar la llave. Ahora sí, volver al baño, meterse en la ducha, descubrir que el agua al fin se ha calentado y disfrutar de ella alrededor de 20 segundos. Porque después se sobrecalienta tanto que te toca salir saltando a riesgo de ser hervida. Abrir la llave del agua fría no es una posibilidad, pues se enfría por completo hasta quedar helada. Mi ducha no entiende de puntos medios. Es caprichosa, extremista, bi-polar. Te quema o te congela. Te ama o te odia. No parece quiteña, pues no entiende de tibiezas. La única salida es la clásica técnica “cerrar y volver a abrir”, claro que no al instante, sino después de un tiempo, que puede ser variable. En dicho tiempo quedan dos opciones: tomarlo con calma y aprovechar para hacer una rutina de ejercicios mientras aplicas tratamiento para el cabello; o volverte histérica y correr desnuda y enjabonada por la casa, abrir la llave del lavadero para luego correr a la ducha en tiempo récord y enjuagarte en cámara rápida. He llegado a entrar y salir de la ducha hasta siete veces en una misma sesión. El que funcione no depende de un electricista, sino de la onda que una le ponga.


Para que los aparatos de los proletarios funcionen, más que de calidad, se requiere de altas dosis de fe. Por lo menos, mi ducha hace milagros. Vuelve creyente al ateo. Podrá estar dañada, pero desarrolla en el individuo una cierta espiritualidad.  Miras la llave, cierras los ojos y, con mucha convicción, piensas: esta vez sí va a funcionar. Entonces, con ímpetu, abres la llave. Tocas el agua con buena energía, intentando hacer que tus electrones positivos la calienten. Te vuelves mística, crees en la ley de la atracción, entrecierras los ojos como quien hace magia y miras el agua, intentando no convertirla en vino pero sí subir su temperatura. Debo confesar que en ocasiones esta espiritualidad ha devenido en un cierto rito obsesivo- compulsivo que podría ser considerado pagano. El rito consiste en aprovechar para hacer preguntas con trampa a la ducha-oráculo. Si esta vez el agua no se calienta- piensas- es porque el nosecuantito me quiere, si se calienta, es que no me quiere. Así, tienes dos posibilidades de ganar: si el agua se enfría, el man te quiere (sabes que es lo más probable y por eso preguntas eso) y si no te quiere, por lo menos te bañas en agua caliente.

(DINERS)

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