Escribo en una cocina, cocino en una cocina, lavo los platos en una cocina, me alimento en una cocina. Casi podría decir que vivo en una cocina. Combino tareas domésticas con otras intelectuales. Aunque sí tengo un estudio, cada vez que entro en él me da frío y siempre regreso a este lugar en el que puedo calentar interminables tazas de té que me acompañan en mi trabajo. Nada mejor que escribir y cocinar, que leer y comer. Aquí, en esta cocina, he editado los textos del periódico, he escrito otros, me he reunido por skype para los asuntos del festival, he visto varias de las películas de la programación. Mi cocina me hace pensar en Jeanne Dielman. Y claro, por un momento imagino que mi cocina es la de Jeanne Dielman. Y fantaseo con ser ella. Después de verla lavar los platos, comer y pelar papas en una cocina a través de la pantalla de Youtube de mi computadora ubicada, por supuesto en la cocina, pienso en cómo la cocina – ese espacio considerado femenino, asociado para bien o para mal a la mujer – se convierte en un espacio de libertad intelectual. O de viaje intelectual. Imposible no pensar en eso después de ver películas de Chantal Akerman. Cocina. Chantal Akerman. Mujeres. Tal vez parezcan ideas sueltas, pero hablo de ello porque coincide que este Eurocine ha habido una línea editorial que se ha forjado de manera casi azarosa, casi invisible: la mujer, las mujeres, la feminidad. A excepción de Joseph Morder y Juan Romero Vinueza (con sus aportes excelentes) las colaboradoras del periódico de este año conforman un repertorio femenino. Pero más allá de los nombres, del sexo, del rol, es el concepto, la mirada, la que es femenina. Están las películas de Chantal Akerman que vuelven sagradas a las escenas cotidianas, que enrarecen la realidad hasta el punto de embellecerla, de volverla única. Por otro lado, La Academia de las musas, película del cineasta español José Luis Guerín (invitado de este año al festival Eurocine) que también muestra un universo femenino. Una especie de Banquete de Platón moderno, pero no con mancebos sino con “musas-activas” (¿será posible?) que a veces son seductoras afroditas y otras artemisas intelectuales. En esta película también se habla de la música que producen los planetas al caminar por su órbita, los cantos de las esferas. Esto me lleva a pensar en la música. Y en el silencio. Justamente el concepto de programación que diseñó la Ari para la sección “Memorias”. ¿No es hermoso hablar del cine clásico a través de la música y del silencio? Pienso en la Tristana a la que describe Sandra Araya, una Catherine Deneuve entre la crueldad y la inocencia… y el silencio. Y como contraparte a ese silencio, la música, las banda sonoras de Ennio Morricone que hicieron memorables a las películas de Sergio Leone, esas de las que habla Marcela Ribadeneira en su texto.
“Desiderare” es una palabra que dice una
de las musas de Guerín. Desiderare es una mezcla entre deseo y
estrellas, significa desear bajo las estrellas. Vincula al deseo con el
cosmos. Esto me hace pensar en el azar. En el destino. En el azar que
hizo posible, por ejemplo, que Joseph Morder, el cineasta francés que
fue nuestro invitado del año pasado, escriba este año un texto sobre
Chantal Akerman. Pues fue el azar también el que hizo que él se enterara
del suicidio de la cineasta a la que consideraba su “gemela de cine”
justo el día de su cumpleaños, mientras estaba en Ecuador, país de su
infancia.
Una sección de la programación de este
año se llama “Mapas” y muestra películas sobre la Europa de los
desplazamientos, un continente que empieza a convertirse en tierra de
extranjeros. El mundo siempre ha sufrido por los límites ¿Por qué no
empezar a cambiar a través de la imaginación? Por ejemplo, pensar en
estas palabras: mapas, territorios, viajes. Viajar es perder países,
decía Pessoa. Y eso me hace imaginar al festival como una invitación a
un viaje. Un viaje, por supuesto imaginario, a un lugar sin países, sin
límites. El territorio es –casi siempre– masculino. Marcar territorio,
trazar límites, dividir. Desde una concepción freudiana la cultura falo
centrista implica una sociedad territorial. El ansia de conquista de la
tierra (y por qué no del cuerpo) es algo que se ve en la literatura de
Joseph Conrad o en el cine de Werner Herzog. Una necesidad también
estética – sobre todo masculina. Pero en la mentalidad femenina el
territorio funciona de manera distinta. “El territorio es siempre
fantasma” dijo Raúl Ruiz. La concepción del territorio femenino se
parece más a Pangea, a la primera tierra sin continentes, sin países ni
ciudades. Esa tierra que existió antes de que los continentes floten en
el mar como un rompecabezas. Algunos geólogos dicen que alguna vez las
piezas se volverán a unir y la tierra será otra vez una. Más allá del
sueño utópico y casi cursi de “una sola tierra”; más allá de una mala
interpretación feminista, la línea editorial que atraviesa este
periódico no busca asociaciones literales sino imaginarias, crear hilos
invisibles, poéticos, que conciban al festival y a la lectura de este
periódico como un viaje imaginario, y por qué no, femenino. Que
propongan una mirada femenina sobre el cine y sobre la territorialidad.
Un recorrido que no delimita ni conquista sino que recorre, habita,
deambula.
(TEXTO DE LA EDITORA PUBLICADO EN EL PERIÓDICO EUROCINE 2016. VER PERIÓDICO COMPLETO AQUÍ: http://eurocineecuador.com/2016/09/17/filosofia-en-la-cocina/)
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