Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 15 de marzo de 2017

Fábula de las dos líneas azules…




El baño de nuestra casa de Cuenca no mide más de dos metros. El Mario y yo entramos en él con las justas. Cerramos la puerta. Él me ve orinar sobre el pedacito de plástico que definirá nuestro futuro. Las otras veces, aunque estuviera segura de no querer un hijo, desde que iba a comprar la prueba, imaginaba la vida de mi posible vástago capítulo por capítulo, como si se tratara de una telenovela. Veía el restaurante en el que le daría la noticia a mi padre, lo que diría  mi madre, la cara que pondrían mis amigas y ex novios. Luego fantaseaba con el parto, y después con toda la vida del posible niño, por poco hasta que se graduara de la universidad. Orinaba en la prueba, no despegaba los ojos de la bandita, esperando- con cierto morbo- a que se formaran dos líneas. Pero eso nunca pasaba. El resultado siempre era una línea solitaria, que aunque era un alivio, de alguna manera  era aburrido. Tengo 30 años y en mi historial sexual, que es un poco menos de la mitad de mi edad, nunca se han pintado dos líneas en mi prueba de embarazo. Casi todas las mujeres que conozco han tenido por lo menos un aborto. Casi todas tienen hijos, hijos y abortos. Tener 30 y no tener ni lo uno ni lo otro, aunque debería haberme hecho sentir orgullosa, me hacía sentir extraña. 
Esta vez no esperamos el resultado viendo la prueba. Cerramos la cajita y ponemos un cronómetro. Estoy segura de que saldrá negativo. Nunca me ha pasado y esta vez no tiene por qué suceder. ¿Si sale positivo? Qué miedo ¿Si sale negativo? Qué aburrido. ¿Qué quería?. Pensaba que saldría negativo y sería decepcionante y por eso me mentía a mi misma o me intentaba convencer de que los hijos, como el trabajo, son para los que no tienen nada mejor que hacer. Las mujeres somos contradicción pura. Las embarazadas los son aún más, empezando porque están partidas en dos, tienen dos corazones adentro. Como dice Gabriela Wiener, “Las mujeres jugamos todo el tiempo con el gran poder que nos ha sido conferido: nos divierte la idea de reproducirnos. O de no hacerlo. O de llevar bajo un vestidito un vientre redondo que luego se convertirá en un bebé para abrazar y mimar. Cuando tienes quince la posibilidad es fascinante, te atrae como un pastel de chocolate. Cuando tienes treinta, la posibilidad te atrae como un abismo.” Siempre había creído que el hecho de que una vida se empiece a formar en tus entrañas, así como así, era un milagro, algo imposible. Siempre me ha resultado difícil creer en los procesos del cuerpo. El cuerpo humano es tan mágico que me resulta inverosímil la perfección de su funcionamiento. O bueno, con las justas podía creer que esas cosas pasaran en el cuerpo de las otras, pero jamás en el mío. Cuando nació el Bruno, el hijo de mi prima Sara, lloré inexplicablemente al verlo a través de un vidrio en su primer día de vida. No sé por qué lloré. Supongo que por ver el milagro, por sentir que ella y yo ya nunca seríamos las mismas, porque empezaba otra vida, por el tiempo, por las ganas de tener un hijo y las ganas de no tenerlo, ese sentimiento doble y ambiguo que nunca se definirá. Pienso en mi infancia, ¿Qué habrá sentido mi madre cuando supo que yo venía?. Pienso en la libertad… ¿Quién sufre menos, una madre o una no-madre?. Si alguna vez tengo hijos quiero que tú seas el padre, le digo al Mario en un ataque de inexplicable cursilería. El cronómetro sigue corriendo. ¿Qué haré con un niño si a mi nunca me han gustado los niños?, ¿Y la tesis?, ¿Y la plata?... No, seguro no sucederá, yo estoy destinada a ser la tía, seguro en unos días se irán con mi sangre las posibilidades de esas vidas que tanto he imaginado….  El cornómetro se detiene. Nos miramos a los ojos. Él tiene miedo, yo finjo tenerlo (no lo tengo porque en el fondo estoy segura del resultado). Él abre la cajita… y zaz, dos líneas descaradas se ríen de mi. No hay gravedad. Pisé mal y ahora caigo. Me veo palidecer en el espejo. No jodas, hijueputa, alcanzo a decir en un hilo de voz. El vacío. Solo atino a llorar. Pero no precisamente de emoción, lo que siento es TERROR. TE-RROR. Quisiera huir, pero no se puede huir de una misma. ¿Cómo se huye de lo que te habita?. Bueno, hay maneras, sí. Pero no quiero hacerlo. Me gusta este vértigo. Lo he venido deseando y ahora ha sucedido. Ese milagro que creía imposible ha ocurrido, y ha ocurrido en mi cuerpo. El Mario me dice que ya no podemos tener miedo, o bueno, que tenemos que tener cada vez menos miedo. Yo pienso en mis sueños, dicen que cuando tienes hijos debes renunciar a tus sueños… pero, esperen un momento, este era mi sueño.

(Mundo Diners) 

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