Imaginemos
un Banquete de Platón, pero esta vez
en lugar de mancebos, hay varias mujeres. Una conversación en la que las discípulas
(en este caso alumnas) reunidas alrededor del profesor, discutan, conversen,
seduzcan. Inventen- a través de la palabra- al amor y al deseo. Este es el
planteamiento de La academia de las musas,
la última película del cineasta español José Luis Guerín, quien fue el
invitado del Festival Eurocine 2016, organizado por Ochoymedio. Para concretar
su experimento de docu-ficción, Guerín
grabó las clases del profesor de filología Raffaele Pinto en las que los
estudiantes (en su mayoría mujeres) reflexionaban sobre el amor y la palabra a través del mito griego
de Orfeo y de la poesía de Dante. La película fue estrenada en el Festival de
cine de Locarno, fue seleccionada en el festival de cine Europeo de Sevilla,
dentro de la Sección Oficial, y ha conseguido el Giraldillo de Oro.
Raffaele
Pinto, basándose en el mito de Orfeo y en la literatura de Dante, reflexiona
sobre el poeta y su relación con las musas. Lo curioso es que mientras da sus
clases, en su aula sucede algo parecido: él se convierte en una especie de
poeta y sus alumnas en sus musas. Entonces se van dando distintas relaciones de
poder entre ellos (admiración, erotismo, deseo). La relación de Mireia (una de
las alumnas) con un chico de internet que solo es posible en la escritura y en la
que ella se convierte en una especie de musa; la amistad intelectual de
Raffaele con su esposa, quien proclama la amistad como el amor más elevado; el
sentimiento de posesividad del porfesor hacia las alumnas, y los celos que
ellas sienten a cuasa de él. Lo que quizá une a todas estas formas de amor y
deseo es la palabra, y lo curioso, es que las mismas ideas que aparecen en
teoría van tomando forma en las relaciones de los personajes. No se sabe hasta
qué punto el fenómeno es solamente el resultado de la interacción que surge en
las clases de Pinto o en qué medida es inducido de alguna manera por la mirada de
Guerín. Más que de imagen, La academia de
las musas es una película de diálogos. Al igual que Raffaele en sus clases,
se nota el énfasis de Guerín de mantener el deseo del espectador a través de la
palabra.
La
película empieza como un documental, pero cuando la trama avanza ya no se sabe
a qué momento la cámara ha alcanzado un grado de intimidad tan alto; las
relaciones entre los personajes se complican, no se entiende a qué rato Guerín
ha alcanzado un nivel de registro tan íntimo. Intuímos que hemos pasado al
terreno de la ficción.
Al
contrario de El Banquete de Platón,
este es un Banquete femenino. Mujeres filósofas que investigan la naturaleza del
amor a través de su palabra y de sus
vivencias, sin embargo, giran alrededor de una figura masculina, el profesor
Rafaelle Pinto, igual que los planetas alrededor del sol. Forman una especie de
harem intelectual. Guerín presenta a una mujer dividida entre la
intelectualidad y los celos, aquello que parece superarla. La
esposa de Raffaele Pinto es el único personaje femenino que no gira alrededor
de él. El único que no entra en el coro de musas. La única capaz de enfrentarse
intelectualmente a él. Su figura arquetípica recuerda- ya no a la Nínfula ni a
Afrodita, sino a Artemisa, esa diosa activa vinculada a la caza, a la guerra y
desde ciertas lecturas, a la intelectualidad. Una especie de anti-musa, en el
sentido de que no lo inspira sino que lo enferenta, aunque, paradójicamente,
este enfrentamiento se vuelve su mayor inspiración.
Tras la muerte de su amada
Eurídice, Orfeo, dios de la poesía y la música, baja a los inframundos para
buscarla. Hades y Perséfone se apiadan de él y le permiten llevar a Eurídice de
vuelta al mundo de los vivos. Pero con una condición: que no mire atrás ni una
sola vez hasta haber salido del Hades. A un paso de haber cumplido su objetivo,
Orfeo voltea su mirada. Y su amada regresa con los muertos, esta vez para
siempre. ¿Qué hay de “acto fallido” en esta acción autodestructiva?, pregunta
Raffaele a las alumnas, y una de ellas se aventura a decir que Orfeo lo hizo
conscientemente, para, así, seguir
deséandola. Orfeo miró atrás porque algo
de su inconsciente sabía que solo al perderla físicamente, Eurídice podría
convertirse en un ser inmortal, y así, él podría amarla siempre. Estas ideas llevan
a pensar en el análisis de la película Vértigo
que hace el filósofo Slavoj Zizek. Zizek afirma
que Socottie-personaje masculino protagónico del film de Hitchcock- no puede amar a la mujer de carne y hueso,
sino a su fantasía. Scottie convierte a otra mujer (que al final resulta ser la
“verdadera”) en el objeto de su deseo: Madeleine. Le viste con su ropa, le tiñe
el cabello del color de la otra, le peina del mismo modo, y, sin embargo,
cuando al fin lo logra, cuando al fin de la sombra emerge su fantasía hecha
realidad y Madeleine camina hacia él, Scottie no puede hacer otra cosa que
huir. Zizek explica-basándose en la filosofía lacaniana- que
cuando el objeto del deseo se hace real, se deja de desearlo. Y como
sabemos, el amante ama-ante todo y más que nada- el deseo. Entonces, para
mantenerlo vivo es preciso tenerlo siempre a la distancia, mantenerlo
inexistente. Al igual que Orfeo con Eurídice, Scottie no puede amar a la
Madeleine de carne y hueso, sino a su fantasma. “La única mujer buena es la
mujer muerta”, dice Zizek, parafraseando un dicho popular. Idea
que remite de nuevo a Raffaele Pinto y su concepto de poesía como “diálogo con los muertos”. Amar a
la mujer muerta, a la mujer que no es real, es decir, a la musa. Para que el
poeta exista, es necesario que muera la mujer, porque solo así puede nacer la figura de la musa. O en
palabras más drásticas: para que la poesía exista, es necesario que la mujer no
exista. Y esta sería la razón de la sobrevaloración y fetichización de ciertos personajes femeninos
en la literatura y en el cine. Pero Pinto habla de una “musa deseante” una
“musa activa”. ¿Realmente puede existir una “musa deseante” sin perder su
condición ideal?.
La
musa es un ser etéreo (femenino) que inspira al poeta (masculino).
Partiendo del prinicipio en el que el hombre es el creador, y la mujer la que le
ayuda a llevar a cabo su obra. Un concepto que sabemos patriarcal, pues lleva
implícito los roles hombre-hetero (activo-poeta) mujer-hetero
(pasiva-inspiradora). ¿Cómo hablar de
una “musa moderna” si por más “activa” que sea mantiene el rol de inspirar al
hombre anulando su papel de creadora inspirada?, lo más moderno, ¿No sería
hablar de musos que inspiren a las mujeres creadoras, de musas que inspiren a
otras mujeres, de musos y musas que se inspiren entre sí?.
“No
hay amor sin literatura”, dice una de las alumnas. La filosofía que se predica
en las clases de Pinto proclama el romanticismo, el amor ideal, el deseo alimentado por la distancia, por la
imposibilidad. Pero la esposa de Pinto devuelve a realidad con golpes secos en
los que dice frases memorables, llenas de ironía como “El amor es un invento de la poesía”. Quizá el
llevar a la práctica el amor literario que se profesa a través de la palabra
sea igual de utópico que hablar de “musas activas”.
(Revista Babieca)
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