Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

sábado, 13 de mayo de 2017

“El amor es un invento de la poesía” A propósito de La Academia de las musas, de José Luis Guerín.






Imaginemos un Banquete de Platón, pero esta vez en lugar de mancebos, hay varias mujeres. Una conversación en la que las discípulas (en este caso alumnas) reunidas alrededor del profesor, discutan, conversen, seduzcan. Inventen- a través de la palabra- al amor y al deseo. Este es el planteamiento de La academia de las musas, la última película del cineasta español José Luis Guerín, quien fue el invitado del Festival Eurocine 2016, organizado por Ochoymedio. Para concretar su experimento de docu-ficción,  Guerín grabó las clases del profesor de filología Raffaele Pinto en las que los estudiantes (en su mayoría mujeres) reflexionaban sobre  el amor y la palabra a través del mito griego de Orfeo y de la poesía de Dante. La película fue estrenada en el Festival de cine de Locarno, fue seleccionada en el festival de cine Europeo de Sevilla, dentro de la Sección Oficial, y ha conseguido el Giraldillo de Oro.

Raffaele Pinto, basándose en el mito de Orfeo y en la literatura de Dante, reflexiona sobre el poeta y su relación con las musas. Lo curioso es que mientras da sus clases, en su aula sucede algo parecido: él se convierte en una especie de poeta y sus alumnas en sus musas. Entonces se van dando distintas relaciones de poder entre ellos (admiración, erotismo, deseo). La relación de Mireia (una de las alumnas) con un chico de internet que solo es posible en la escritura y en la que ella se convierte en una especie de musa; la amistad intelectual de Raffaele con su esposa, quien proclama la amistad como el amor más elevado; el sentimiento de posesividad del porfesor hacia las alumnas, y los celos que ellas sienten a cuasa de él. Lo que quizá une a todas estas formas de amor y deseo es la palabra, y lo curioso, es que las mismas ideas que aparecen en teoría van tomando forma en las relaciones de los personajes. No se sabe hasta qué punto el fenómeno es solamente el resultado de la interacción que surge en las clases de Pinto o en qué medida es inducido de alguna manera por la mirada de Guerín. Más que de imagen, La academia de las musas es una película de diálogos. Al igual que Raffaele en sus clases, se nota el énfasis de Guerín de mantener el deseo del espectador a través de la palabra.


La película empieza como un documental, pero cuando la trama avanza ya no se sabe a qué momento la cámara ha alcanzado un grado de intimidad tan alto; las relaciones entre los personajes se complican, no se entiende a qué rato Guerín ha alcanzado un nivel de registro tan íntimo. Intuímos que hemos pasado al terreno de la ficción.
Al contrario de El Banquete de Platón, este es un Banquete femenino. Mujeres filósofas que investigan la naturaleza del amor  a través de su palabra y de sus vivencias, sin embargo, giran alrededor de una figura masculina, el profesor Rafaelle Pinto, igual que los planetas alrededor del sol. Forman una especie de harem intelectual. Guerín presenta a una mujer dividida entre la intelectualidad y los celos, aquello que parece superarla.   La esposa de Raffaele Pinto es el único personaje femenino que no gira alrededor de él. El único que no entra en el coro de musas. La única capaz de enfrentarse intelectualmente a él. Su figura arquetípica recuerda- ya no a la Nínfula ni a Afrodita, sino a Artemisa, esa diosa activa vinculada a la caza, a la guerra y desde ciertas lecturas, a la intelectualidad. Una especie de anti-musa, en el sentido de que no lo inspira sino que lo enferenta, aunque, paradójicamente, este enfrentamiento se vuelve su mayor inspiración.


Tras la muerte de su amada Eurídice, Orfeo, dios de la poesía y la música, baja a los inframundos para buscarla. Hades y Perséfone se apiadan de él y le permiten llevar a Eurídice de vuelta al mundo de los vivos. Pero con una condición: que no mire atrás ni una sola vez hasta haber salido del Hades. A un paso de haber cumplido su objetivo, Orfeo voltea su mirada. Y su amada regresa con los muertos, esta vez para siempre. ¿Qué hay de “acto fallido” en esta acción autodestructiva?, pregunta Raffaele a las alumnas, y una de ellas se aventura a decir que Orfeo lo hizo conscientemente, para, así,  seguir deséandola.  Orfeo miró atrás porque algo de su inconsciente sabía que solo al perderla físicamente, Eurídice podría convertirse en un ser inmortal, y así, él podría amarla siempre. Estas ideas llevan a pensar en el análisis de la película Vértigo que hace el filósofo Slavoj Zizek. Zizek afirma que Socottie-personaje masculino protagónico del film de Hitchcock-  no puede amar a la mujer de carne y hueso, sino a su fantasía. Scottie convierte a otra mujer (que al final resulta ser la “verdadera”) en el objeto de su deseo: Madeleine. Le viste con su ropa, le tiñe el cabello del color de la otra, le peina del mismo modo, y, sin embargo, cuando al fin lo logra, cuando al fin de la sombra emerge su fantasía hecha realidad y Madeleine camina hacia él, Scottie no puede hacer otra cosa que huir. Zizek explica-basándose en la filosofía lacaniana-  que  cuando el objeto del deseo se hace real, se deja de desearlo. Y como sabemos, el amante ama-ante todo y más que nada- el deseo. Entonces, para mantenerlo vivo es preciso tenerlo siempre a la distancia, mantenerlo inexistente. Al igual que Orfeo con Eurídice, Scottie no puede amar a la Madeleine de carne y hueso, sino a su fantasma. “La única mujer buena es la mujer muerta”, dice Zizek, parafraseando un dicho popular. Idea que remite de nuevo a Raffaele Pinto y su concepto de  poesía como “diálogo con los muertos”. Amar a la mujer muerta, a la mujer que no es real, es decir, a la musa. Para que el poeta exista, es necesario que muera la mujer, porque solo así  puede nacer la figura de la musa. O en palabras más drásticas: para que la poesía exista, es necesario que la mujer no exista. Y esta sería la razón de la sobrevaloración y  fetichización de ciertos personajes femeninos en la literatura y en el cine. Pero Pinto habla de una “musa deseante” una “musa activa”. ¿Realmente puede existir una “musa deseante” sin perder su condición ideal?.

La musa es un ser etéreo (femenino) que inspira al poeta (masculino). Partiendo del prinicipio en el que el hombre es el creador, y la mujer la que le ayuda a llevar a cabo su obra. Un concepto que sabemos patriarcal, pues lleva implícito los roles hombre-hetero (activo-poeta) mujer-hetero (pasiva-inspiradora).  ¿Cómo hablar de una “musa moderna” si por más “activa” que sea mantiene el rol de inspirar al hombre anulando su papel de creadora inspirada?, lo más moderno, ¿No sería hablar de musos que inspiren a las mujeres creadoras, de musas que inspiren a otras mujeres, de musos y musas que se inspiren entre sí?.

“No hay amor sin literatura”, dice una de las alumnas. La filosofía que se predica en las clases de Pinto proclama el romanticismo, el amor ideal,  el deseo alimentado por la distancia, por la imposibilidad. Pero la esposa de Pinto devuelve a realidad con golpes secos en los que dice frases memorables, llenas de ironía como  “El amor es un invento de la poesía”. Quizá el llevar a la práctica el amor literario que se profesa a través de la palabra sea igual de utópico que hablar de “musas activas”.     

 (Revista Babieca)

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