"No
me convencen esas nostalgias reaccionarias: pretender no seguir creciendo. Eso
es la nostalgia.”
-Andrés
Caicedo
“La
juventud es una estafa”
-Roberto
Bolaño
O esa vez que nos fuimos a Montañita,
los cuatro, y nos metimos en una carpa que luego quedó hecho mierda porque
manchamos el colchón con arena y fumamos adentro, y luego salimos a la playa y
cuando regresamos a las 3 de la madrugada decidimos dormir en la carpa de los
vecinos que estaba limpia, y cuando ellos llegaron les tocó dormir en la
nuestra. Y luego nos peleamos todos porque estábamos chiros y la vida no es
fácil cuando uno está chiro, pero nos reconciliamos en Manglaralto. Y atardecía.
Y en la tienda aún habían bielas. O la vez que fuimos a Mindo y nos acabamos esa
de norteño con el Mariano, ¿Así se llamaba ese argentino? Pero al final ninguna
vaciló con él. Y al otro día el auto se dañó y tuvimos que regresar a Quito con
wincha. O la vez que a los 18 nos fuimos dizque a vivir solas y arrendamos un
dizque departamento en Guápulo que no tenía ni muebles, y cada vez que queríamos
tomar una sopa nos golpeaba la puerta algún pana. Y ahí mismo fue que eran
fiestas de Guápulo y cuando regresamos a dormir el dueño de casa nos había
puesto un candado en la puerta porque hace meses que no pagábamos el arriendo y
luego no nos quería devolver la tele ni el vhs ¿te acuerdas?. Pero esa noche
nos tocó subir a la casa de un francés que vivía arriba y pedirle que por favor
nos deje dormir ahí. Y nos dejó pero el muy hijueputa no nos dio ni una cobija
y nos tocó taparnos con el mantel. O la vez que cruzamos el mar de Galápagos en
panga a medianoche y terminamos haciendo fiesta en la casa que nos habían
prestado, era de un ex marinero, Angermeyer, que había dado la
vuelta al mundo en su barco con un saxofonista, y solo comían pasta a la
bolognesa y dicen que a medianoche en altamar cuando no tienes certezas de nada
ver las estrellas es casi como caer de cabeza al universo, pero la cosa es que años después de sus viajes este man se había quedado con el tic de mover la cabeza hacia un lado y
otro, como si todavía estuviera en el mar; y era súper buena gente y nos hizo unos tragos deliciosos y no sé por que pero
empezamos a tocar las maracas. Y nos metimos al mar a media noche y yo
veía el cielo y estaba en un tripsazo, de esos que te dan en la
adolescencia cuando te apartas un segundo de la fiesta y juegas a que te
conectas con la naturaleza o contigo misma, piensas en el futuro, piensas en
que algún día esto va a cambiar, y puta que cambia. Pero esa vez en la playa
nos quedamos sin ni para un pan, y con el único dólar que teníamos nos
compramos un encebollado y nos fuimos a comer en la arena y había un perro que
parecía que se reía, ¿te acuerdas?. De ley se reía, se reía de nosotros. Luego
regresamos a dedo pero antes hicimos unos sánduches de tomate que casi se come
un caballo. O la primera vez que salí a un bar sola y le conocí a una europea
con rastas y me pasé con ella toda la noche, de bar en bar, y nuestra historia pudo ser la de alguna
película independiente indie lésbica, pero no fue así. O cuando pasamos primer
semestre y nos creíamos estrellas de rock, nos creíamos importantes, y
brindábamos por todo lo que estaba por venir o porque en la tienda aún habían
bielas.
Ahora una miel desordena el tiempo. Y es como si estuviera ahí y
a la vez acá, y creo que soy un poco como el marinero que ya no está en el mar,
hace años que está en tierrafirme, pero todavía siente el movimiento de las
olas. Y mueve la
cabeza. Mueve la cabeza al ritmo de sus olas imaginarias.
(Mundo Diners)