El pasado 29 de diciembre del 2017
Netflix estrenó la cuarta temporada de Black Mirror, la serie creada por el
británico Charlie Brooker.
La serie, en temporadas anteriores, ya estableció una temática y una estética
propia que se caracteriza por retratar situaciones contemporáneas que devienen
aterradoras y en las que la tecnología juega un papel crucial.
Desde su estreno en 2011 la serie ha
sido perturbadora. Aunque desde la tercera temporada la produce Netflix y ya no Channel 4 de Reino Unido, la esencia sigue siendo la misma. Su
creador dijo en una entrevista: “¿Si la tecnología es una droga –y ciertamente
a veces se siente como una droga–, entonces cuáles son sus efectos secundarios?
Ese terreno, entre el placer y la incomodidad, es en el que se mueve la serie”. Y sí, alguna prensa la ha catalogado de
“tecno-paranoia”. Y en realidad esa es la sensación que provoca. Una cierta
ansiedad ante la tecnología, y como ésta atraviesa a los individuos modernos.
Con mucha inteligencia ha logrado
retratar la crueldad de la sociedad occidental además de plantear preguntas
filosóficas de alto vuelo. Por otro lado, ha logrado trascender al género del
terror involucrando a la sociedad actual como escenario fundamental. Basta
decir que Stephen King dijo a través de Twitter: “Me encantó Black Mirror.
Aterradora, divertida, inteligente. Es como The Twilight Zone pero con
contenido más adulto”.
La cuarta temporada empieza muy bien.
El primer capítulo “USS Callister” - quizá el mejor realizado de la
temporada-es un mediometraje de gran factura cinematográfica. Empieza con una cita
a Star Treck que es por un lado una
parodia al mundo geek que envuelve a los espectadores de esta serie y que rodea
al imaginario de la ciencia ficción, y por otro, es una gran herramienta de
guión que nos permite ver el yo ideal del protagonista, el capitán Kirk, quien
está acertadamente interpretado por Jesee Plemons cuyo rostro es perfecto para
representar a villanos (comprobado en Breaking Bad). En el juego de video
diseñado por él mismo para suplir sus frustraciones sociales, Plemons es el capitán de una nave espacial y
somete a sus tripulantes (clones virtuales de sus compañeros de trabajo) a horribles torturas si estos no le obedecen.
Pero en la realidad el capitán Kirk es solo un empleado de una empresa que
diseña juegos de video. Y aunque es el mejor programador, no tiene poder. Lo
tratan como a un simple técnico. Entonces aprovecha para vengarse y a partir de
muestras de cabello o saliva hace clones virtuales de sus colegas de oficina. Y
los somete. Esta realidad virtual es extremadamente realista: todos sienten de
verdad, sufren de verdad, todo es de verdad. Entonces uno de los clones deberá
darse modos para llamar a su yo-real y pedir ayuda. Fascinante. Un mundo
virtual que no está lejos. Nos plantea estas preguntas ¿O no son los
video-juegos de hoy de un nivel tan realista que esta situación no resultaría
tan lejana? Pero también nos muestra un antihéroe extremadamente perverso (pero
realista) que es el resultado del cúmulo de frustraciones de la vida
moderna.
Arkangel, el segundo episodio, es un
retrato amargo de los aspectos más oscuros de la maternidad. Dirigido por Jodie
Foster, quien también ha dirigido un capítulo de Orange is the new black y otro
de House of cards, Arkangel cuenta la historia de una madre que hace todo
proteger a su hija Sarah. Un día le inserta un chip que no solo controla donde
está la niña si no que tiene opciones para que la madre vea lo que la niña está
mirando y para que la realidad se pixele el rato que la niña mira cosas fuertes
como pornografía y violencia. ¿Qué pasa con un ser humano que no sabe lo que es
la violencia?, ¿qué pasa con una madre que ve todos los aspectos de la vida de
su hija sin respetar sus momentos íntimos?. Sarah y su madre son un experimento
de esta nueva tecnología. Y obviamente el resultado no es positivo. Arkangel revela
con maestría la ironía de la maternidad: mientras la madre más intenta retener
a su hija, más la aleja de ella.
En Crocodile, Mia (Andrew Riseborough) es
parte de un crimen por accidente. Esto le traerá grandes repercusiones a futuro.
Porque cuando ya ha pasado el tiempo y ella es una arquitecta famosa, amenaza la
posibilidad de ser descubierta. Esto le lleva a cometer un nuevo crimen que
desatará una reacción en cadena y se verá convertida, de repente, en una
asesina en serie. Todo esto se complica por unas nuevas aseguradoras que pueden
acceder a los recuerdos de los seres vivos grabados en sus ojos. Charlie
Brooker juega con estas preguntas: ¿Qué es
capaz de hacer una persona por el éxito?, ¿todos llevamos un asesino adentro?.
En Hang the Dj, la primera comedia
romántica de ciencia ficción dirigida por Brooker, Amy (Georgina Campbell) y Frank (Joe Cole) tienen
una cita en un restaurante. Aunque todo parece normal, no lo es. Nos damos
cuenta de que están en una especie de juego, se trata de una aplicación para
encontrar pareja. “El sistema” elige a una persona con la que cree que debes
tener una cierta compatibilidad. En la primera cita ambos tienen un dispositivo
electrónico en el que pueden ver cuánto tiempo deberán permanecer con esta
pareja. Pueden ser dos horas o diez años. Eso lo decide el sistema. El sistema,
que en este caso cumple la función del destino, hace que el individuo pase por
varias parejas hasta dar con la “indicada”. Aunque estas parejas pasajeras no
son las definitivas son relaciones por las que el individuo debe pasar hasta
llegar hasta el amor real. Como en la vida misma. El sistema reproduce el
karma. De a poco nos damos cuenta de que este lugar en el que se encuentran los
personajes no es del todo normal. ¿Por qué no envejecen?, ¿ Por qué no
trabajan?, ¿Se pasan la vida teniendo citas?.
Aunque Amy y Frank se enamoran de
verdad “el sistema” los separa. Y ambos están condenados a estar con otras
personas. En soledad, cuando han perdido el amor, el sistema se vuelve una
metáfora de la soledad de la contemporaneidad. Las secuencias de Amy y Frank
teniendo sexo con distintas personas a las que no aman, casi por obligación,
son el espejo del vacío que deja una época que se caracteriza por relaciones
vacías y efímeras. El culmen de esta idea está cuando Frank se acuesta con una
chica que también sufre por un amor pasado. Él le pregunta: ¿Puedo pensar en
ella?. Ella responde: ¿Y yo puedo pensar en él?. Ambos acceden, y tienen sexo
con los ojos cerrados. ¿No funciona así nuestra sociedad?, ¿como una cama de
autómatas donde varios cuerpos se encuentran para olvidar a otros cuerpos, para
olvidarse a si mismos?.
Charlie Brooker
juega con artillería pesada: El ser humano no decide sobre su destino. El
sistema es su destino. Amy y Frank no
pueden escapar del sistema, pero el amor parece ser una salida. Entonces,
cuando casi lo logran, resulta que esa estrategia de escape en la que se
pensaron libres, era la última artimaña del sistema para unirlos. Hang the Dj resulta
tan aterrador como hermoso. Hermoso porque parecería una metáfora de las
peripecias que una persona debe pasar hasta alcanzar el amor verdadero, y como
todo lo que parecía una pesadilla era parte del plan para encontrar a la
persona indicada. Horrible porque ese destino es un sistema que elige por la
gente. Una vez más Brooker
habla de una red invisible que nos quita la voluntad, que decide por nosotros,
la prisión de la modernidad.
Metalhead es una especie de Terminator
pero con un perro electrónico. Este capítulo tiene la trama de una película de
terror clásica, incluso está filmado en blanco y negro. Escenas paralelas en
las que por un lado vemos a la víctima intentando desesperadamente abrir la
puerta, mientras que en la otra escena, vemos al monstruo acercarse despacio.
Lo interesante de este capítulo es el perro electrónico que aunque no es un ser
vivo, resulta malvado. Otras veces el cine ha explorado esta idea con robots
pero no resulta tan escalofriante quizá porque los robots son muy abstractos y
no se parecen mucho a nada que hayamos visto.
Black museum es realmente despiadado. Juega
a la estructura de película de terror en la que a la chica se le daña el carro
y va a dar a un castillo encantado, pero esta vez en lugar de un conde Drácula
o un científico loco con los pelos parados, hay un perverso hombre, también
científico, pero que no cose restos de personas muertas para crear una vida sino
que crea otros experimentos macabros pero adaptados a la tecnología actual. Así, encontramos en su circo científico perverso, una
madre que termina viviendo en un mono de peluche, un hombre que termina
encerrado en un dispositivo electrónico mientras sufre eternamente descargas
eléctricas, una mujer que comparte espacio en el cerebro de su marido. Juegos
macabros que reducen la dignidad humana a cero. Lo que fueron seres humanos con
vidas, piel e historias, terminan siendo horribles caricaturas encerradas en
plástico. Y desde otra lectura: la obsesión por vivir termina haciendo muñecos
ridículos y macabros de lo que alguna vez fue un ser humano.
El horror de Black Mirror radica en que
retrata situaciones que si bien no pasan, podrían pasar. Es un futuro muy sutil
y construido con una verosimilitud impecable. ¿Llegará un día en el que hayamos
construido nuestra propia cárcel?, ¿La hemos construido ya?, ¿No son las
escenas más terribles de Black Mirror una metáfora de lo que estamos viviendo ahora?,
¿No hay atrás de todo esto una mordaz e inteligente crítica al sistema de
consumo? No resulta curioso que Black
Mirror tenga una gran popularidad en
China, donde tiene más rating que cualquier otra serie extranjera. El periódico
chino The Beijing News la ha descrito como “el apocalípsis del mundo moderno”,
y la ha calificado de “desesperada pero profunda”. Quizá Charlie
Brooker sea uno de los realizadores actuales
que mejor ha retratado a la sociedad occidental.
(Babieca)
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