Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

martes, 18 de septiembre de 2018

Agujero Negro



¿Salir de la infancia cultural?







Creo que fue Werner Herzog el que dijo que un director de cine puede incluso no ver cine, pero que no le perdona el hecho de no leer. La literatura es una de las principales herramientas del cine, o por lo menos, del buen cine. Ojo, no es que los realizadores deban ser unas enciclopedias vivas, pero sí se quiere hacer una película medianamente decente la lectura debe estar entre los hábitos del director o directora. Agujero Negro, la segunda película de Diego Araujo, es una película con un mundo literario, y no porque cuente la historia de un escritor.

La primera secuencia establece de entrada una estética que recuerda a la Nueva Ola Francesa: blanco y negro, música de fondo, un personaje que habita una ciudad misteriosa y romántica. Victor, así se llama él, camina por un Quito que no parece Quito sino una ciudad de una película de Godard, una ciudad que parece otra ciudad, una ciudad inventada. La voz en off de Victor empieza su relato parafraseando las primeras líneas de El guardian entre el centeno, de Salinger. Lo que sigue se entremezcla con los créditos de cabecera, y narra, de forma rápida y a manera de cuento o fábula, la historia de amor de Victor (Victor Aráuz) y Marcela (Daniela Roepke). La cita a la Nueva Ola cobra  más sentido cuando la reciente pareja, en uno de sus encuentros, pasa al lado de un afiche de Jules et Jim, esa maravillosa película de Truffaut. La historia no acaba de empezar y ya hemos entrado de cabeza a su mundo. 



El argumento de Agujero Negro podría ser fácilmente el de alguna película de Woody Allen: un escritor cuya primera novela (9 Hits) le dio respeto en el mundillo intelectual y  llevó a que lo nombren “ uno de los 25 secretos mejor guardados de la nueva literatura latinoamericana”, ya va cinco años intentando escribir su segundo libro y teme  quedar en el olvido. Es justo ahí cuando Marcela, que ya es su novia hace tiempo, se queda embarazada, y él, claro, entra en crisis. Teme pasar de moda, teme que la llegada de su hijo, que él percibe como la llegada inevitable de la adultez, sea el fin de su creatividad literaria, teme dejar de ser el secreto mejor guardado, o mejor dicho, convirtirse en secreto (guardado) para siempre. Entonces huye. Prefiere ir al parque a buscar inspiración en lugar de conectarse con el embarazo de Marcela, quien está, obviamente, cada vez más sola. En el parque conoce a una adolescente, Valentina (Marla Garzón), que de alguna manera le devuelve las ganas de escribir, o de vivir, da igual. Para Victor ella representa una supuesta libertad, quizá la juventud…   





La película alcanza una serie de metalenguajes, empezando por las referencias constantes a la literatura y al cine, como la escena del tenis entre Valentina y Victor, que recuerda a Blow Up, a Match Point, hace pensar en esa relación estética entre el tenis y la literatura, o la escena del baile de Valentina, que parecería una cita a la coreografía de Band Apàrt. Pero quizá la metáfora más fuerte tenga que ver con Salinger. Victor se identifica, por supuesto, con Holden Caulfield, ese personaje que quiere guardar la inocencia ante todo. A Victor, como a Holden, le duele crecer. No quiere convertirse en un ciudadano más. Anhela la pureza de la adolescencia, y por eso está tan aterrado de asumir la adultez que supone aceptar su rol de esposo y padre. Le teme a esa sensación de verse viejo, o no, no es eso, es peor que eso:  es el temor a no haberse dado cuenta de que se ha vivido, a mirar atrás y ver el camino recorrido y de alguna manera sentir que no ha sido uno quien lo ha atravesado, a no saber a qué rato ha pasado el tiempo. Al agujero negro, ese que mientras uno hace “otras cosas” en lugar de vivir, se lo traga todo.


La película  no maneja un lenguaje solemne, de hecho, se percibe cierto tono irónico. Araujo retrata con humor al circulillo intelectual quiteño. Empezando por el personaje de Victor, que es una especie de parodia del escritor misántropo y burgués, esto queda clarísimo en la ya citada primera secuencia en la que la cámara se detiene y encuadra el nombre del bar al que entra Victor: El Pobre Diablo, bar  donde solían reunirse los quiteños intelectuales de clase media. Otro momento del mismo tipo es el cameo del cineasta quiteño Javier Izquierdo. Mientras Victor queda embelesado con Marcela, Izquierdo parecería improvisar una pequeña crítica sobre la novela de Victor. Sus diálogos suenan como los que se han escuchado en cualquier fiesta del medio quiteño-intelectual. Y si no quedara claro, está la escena del auto en la que Victor le dice a Marcela que siente excluido porque no le han mencionado en un artículo sobre escritores ecuatorianos publicado en El Comercio en el que mencionan a Varas (Eduardo Varas, escritor guayaquileño)  y a Picachú (se refiere a Juan Fernando Andrade, escritor y editor de esta revista) pero no dicen nada de él. Para no ir más lejos, en el mismo hecho de que Victor sea “uno de los 25 secretos mejor guardados de la nueva literatura latinoamericana”.  Aunque desde cierta mirada esto podría parecer localista, es oportuno recordar que es muy típico del cine Indie posicionar a sus personajes categóricamente en un entorno burgués. Además estos detalles le dan a la película una dosis de verosimilitud, estas chispas de ironía y de autoreferencia hacen que sea una película única, la alejan del cliché a la que fácilmente hubiera podido caer debido a sus interminables citas en la puesta en escena. 



Algunas decisiones de dirección de la segunda película de Diego Araujo (el balnco y negro, el formato 4-3) hacen pensar en el movimiento cinematográfico denominado por algunos críticos como  "Mumblecore" que viene de ya citada Nueva Ola Francesa, del cine de Woody Allen, y que se caracteriza por el naturalismo,  por tratar las relaciones de pareja, por entrelazar la tragedia y la comedia, por principalizar la historia a un gran despliegue de puesta en escena. Las primeras películas consideradas mumblecore, eran, por ejemplo, las de Eric Rohmer o algunas de Jean Luc Godard, también las de Woody Allen, sobre todo Manhattan, algunas de Jim Jarmush (como Stranger than paradise o Mistery Train).  Alrededor del año 2008, debido a una fuerte influencia del movimiento indie, surge un regreso de esta tendencia con películas como Frances Ha, Wendy y Lucy o Tiny Furniture. En cuanto a Latinoamérica, como una especie de antítesis al realismo social, surge también una corriente cuya mirada ya no está dirigida hacia las grandes temáticas sociales sino hacia las historias minimales. Entonces tienen lugar una serie de películas, hijas de estos grandes movimientos independientes, que también se caracterizan por aspectos similares a los antes citados: la mayoría de sus protagonistas son jóvenes, están filmadas en blanco y negro, tienen una estética minimal, su diálogo se caracteriza por un cierto encanto en la trivialidad. La mexicana Temporada de Patos (2004), la mexicana Güeros (2014), la uruguaya 25 watts (2001) y la argentina 76 89 03 (2000) son algunos ejemplos. Curiosamente todas estas películas surgen después del fin del realismo social, es como si sólo después de haber cerrado ese tema (o gran tema) el cine se permitiría la posibilidad de contar historias más íntimas, pero más burguesas también. Es como si irónicamente se podría reconocer cierta (madurez?) del cine cuando logra (o gana el derecho) de narrar estas historias más mínimas… o en otras palabras,  como si el cine madurara contando historias de gente inmadura, o gente que madura. En el caso de Araujo se puede ver ese mismo salto en sus dos películas. Pasa de una temática social (Feriado) a una más intimista o independiente (Agujero Negro)  Entonces es inevitable preguntarse: ¿Será que después del boom de películas que siempre estaban vinculadas de cierta forma hacia temáticas sociales (feriado bancario, delincuencia, violencia familiar) el cine ecuatoriano empieza a contar historias más independientes?,  y por último, ¿Será eso salir de la infancia cultural a la que se refiere Victor en la misma película?...  No lo sabremos, por ahora, sabemos que tenemos en cartelera una película divertida, refrescante,  que definitivamente vale la pena ver.

(Mundo Diners) 

1 comentario:

  1. No entendí en qué sentido abordar temáticas sociales es un signo de infancia cultural, ni como «independiente» es todavía una categoría crítica, más que mercantil... con todo, ¡ganas de ver la película!

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