Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 3 de septiembre de 2018

Para qué inventar un Walter White cuando tenemos a Luisito Rey (A propósito de Luis Miguel, la serie)








Aceptémoslo, somos unos adictos a las telenovelas. Aceptémoslo, las series son las nuevas telenovelas, telenovelas aptas para millenials. Sólo Netflix tiene la capacidad de hacer que un cantante de pop que ya casi no se escuchaba, sea ahora el tema de conversación de todo el mundo. Porque ahora todos hablan de Luis Miguel. Las mamás, los adolescentes, los rockeros, las amas de casa, los oficinistas, todos. Antes de su serie, para un buen grupo de gente, Luis Miguel no era más un un artista indudablemente virtuoso pero cuyo tiempo había pasado y ahora no hacía más que sumarse a la lista de celebridades endeudadas.  Quizá por eso cuando salió la serie nadie se esperaba que atrás de ese “niño bonito” que no había sido lustra botas como Juan Gabriel hubiera una historia tan desgarradora. Ni la más entreverada telenovela mexicana es tan dramática como la vida de El sol de México. Un padre dual, que cultiva su genio pero destruye a la familia, una madre que desaparece sin dejar rastro. La historia ya estaba escrita. Casi que los guionistas de Luis Miguel, la serie,  no tuvieron que hacer más que transcribir los hechos de su vida, que es más compleja que cualquier engranaje de la ficción.

La serie, que hasta ahora tiene alrededor de 300 millones de espectadores, maneja dos tiempos. En el primero son los años ochenta. La familia Gallegos acaba de llegar a México buscando futuro. Luisito Rey (Óscar Jaenada), un artista virtuoso pero frustrado, se da cuenta de que su propia carrera no tiene oportunidades pero que la de su hijo, Luis Miguel (Diego Boneta, Izan Llunas, Luis de la Rosa) en cambio, promete demasiado. Vemos a Marcela Basteri (Anna Favella) como una madre completamente entregada a la que le parecería imposible abandonar a su familia. En el segundo tiempo, un Luis Miguel ya famoso, busca a su madre que ha desaparecido. Nadie sabe cómo. En el camino se da cuenta de que su padre le ha ocultado muchas cosas relacionadas a este hecho. Nos preguntamos: ¿Qué pasó en el medio?, ¿Por qué desapareció la madre?, ¿Cómo alcanzó la fama?. Estas preguntas que oscilan entre estos dos tiempos son el mayor hallazgo de la estrategia de los guionistas.

Una de las constantes en la fiebre de las series de moda es que sus protagonistas son antihéroes. Los buenos pasaron de moda, son los villanos los que tienen cosas más interesantes que decir.Vemos la historia desde el punto de vista del villano, nos identificamos con él, lo entendemos. Ejemplos de ello son Breaking Bad, Mad Men, Los Soprano, etc.  Luego esta tendencia influye también en las series latinoamericanas, con la diferencia de que en este caso los personajes ya no son ficticios (Escobar, Chávez, El Chapo). Parecería que no hace falta inventar un Walter White cuando existe un Luisito Rey. Si Ecuador hiciera su serie de Netflix, ¿cuál sería el personaje? ¿El cuentero de Muisne?,  ¿Abdalá, la serie?, ¿Correa, una historia real? 

¿El genio nace o se hace?, ¿Ese Luis Miguel que arrasó con el público de Viña del Mar en 1990 hubiera sido posible sin su padre?, ¿Ese Luis Miguel al que se le ocurrió la idea brillante (o al menos así está planteado en la serie) de hacer covers de canciones populares hubiera sido posible sin Luisito Rey?... He aquí la maestría de la serie: el personaje de Luisito Rey (interpretado por el gran Óscar Jaenada que ya hizo su aparición en Piratas del Caribe y sorprendió en otra biopic, Cantinflas, por el gran parecido con el original)  

Además que el trabajo del actor es magistral, el personaje de Luisito Rey está muy bien construido. Por un lado es el monstruo capaz de drogar a un menor de edad, a un menor de edad que además es su hijo, un mosntruo al que no le importa nada más que la fama y el whisky, que engaña a su mujer y claro, lo más fuerte, capaz de “desaparecer” a su mujer con tal de controlar la fama de su hijo (o al menos esto es lo que sugiere la serie, aprobada por el propio Luis Miguel) . Pero ese mismo monstruo es capaz de tocar la guitarra increíblemente, y, sobre todo, de heredar su devoción por la música a su hijo. Ese mismo mosntruo es el que, antes del concierto de Viña del Mar, se sienta con Miky (así le dicen a LM en la serie)  se pone a tocar, y se transforma. Por eso estremece tanto (cuidado, alerta de spoiler) la escena en la que Luis Miguel sale de un concierto y su padre le espera con una pata de chancho, a manera de reconciliación, pero él pasa de largo. Luisito Rey se queda solo,  empieza a sonar La Malagueña, esa canción que le enseñó a su hijo y que fue la primera que cantaron juntos. Esa canción que resume la devoción por su hijo, por la música, el amor, el odio, el dolor. Si dejaban el estribillo se nos partía el corazón. Luisito Rey encarna al  padre del genio, ese padre dual, que ama y somete a su hijo, ese padre que se parece al padre de Mozart, al de Bethoven, que es perverso pero riguroso, que inculca la música con sangre. Nos preguntamos si eso que llamamos genio, eso que se llama éxito, no es un don divino sino el resultado de una educación severa, una mano dura, un sacrificio de sudor y sangre.

Sabemos que la serie es buena porque ¿de cuándo acá un millenial, o un metalero, o un punkero o simplemente alguien cuyo oficio nada tiene que ver con el pop, de repente se interesó por la vida de una estrella pasada de moda?. Sabemos que la serie es buena cuando nos sorprendemos, un sábado cualquiera, escuchando Luis Miguel en vez de nuestro repertorio de rutina. Sabemos que la serie es buena porque Luis Miguel ya puede pagar sus deudas. La serie está bien tiene factura cinematográfica. Las actuaciones funcionan, sobre todo, como ya hemos dicho, la de Óscar Jaenada. El guión atrapa tanto que después de que el capítulo termina nos ponemos a googlear sobre la vida de Luis Miguel, o nos dedicamos a buscar en YouTube alguna pista sobre la desaparición de Marcela. De todas maneras me pregunto ¿qué hubiera pasado si no se estrenaba en Netflix sino en Televisa?, es decir, ¿qué hubiera pasado si en vez de la elegante etiqueta de “serie” hubiera estado catalogada como el temido género de “telenovela”? ¿Hubiera tenido el mismo pegue?, ¿La hubieran visto los millenials?, ¿La hubiera visto yo?. 

(Babieca)

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