Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

martes, 19 de marzo de 2019

Bandersnatch (O una inyección de paranoia posmoderna)






Si usted es de los que piensa que sus pequeñas decisiones insignificantes,  como elegir café o té, pueden definir el curso del Universo para siempre, mejor absténgase de Bandersnatch, la película de los creadores de la serie Black Mirror, estrenada en Netflix el 28 de Diciembre del 2018.

En 1984,  Stephan Bulter, un adolescente con problemas mentales,  quiere diseñar un videojuego inspirado en una novela fantástica, de esas que estaban de moda, en las que el lector decide el destino de los personajes. El libro que Stephan está leyendo, al igual que la película que nosotros estamos viendo, tiene varias posibilidades de trama, las cuales dependen de las decisiones que tome el lector (o el espectador). Este principio recuerda a la Biblioteca de Babel de Borges, en la que existen todos los libros, pues existen todas las combinaciones posibles del alfabeto. Lo que escalofriantemente quiere decir que allí también está escrito el libro de nuestras vidas, pues este sería una posibilidad más de combinación alfabética. Esta idea vertiginosa recuerda a los principios de la Mecánica Cuántica, que afirman que el espectador tiene la capacidad de transformar la realidad con su mirada. Es decir que existen tantas realidades como observadores. Este concepto supone la existencia de mundos paralelos y desafía la existencia de un solo Dios y de un Destino. Es por eso que sobre estos mismos pilares se sostienen los principios de la filosofía posmoderna. Al ser la mirada la protagonista de la escena, todos los caminos son posibles, hay la sensación de una especie de autonomía, de libre albedrío; sin embargo, esta “libertad” se ve amenazada apenas nos enfrentamos a estas preguntas: ¿Cómo elegimos los caminos que elegimos? ¿Por qué los elegimos? Y sobre todo, ¿Quién los elige? 
¿Realmente somos nosotros los protagonistas de nuestras vidas?. La tortilla se da la vuelta. El observador es observado. Después de tener todo el poder sobre nuestro destino, nos damos cuenta de que hay algo, sólo una cosa, un pequeño detalle, que no nos pertenece: la conciencia. Esta idea se ve reflejada en la escena en la que Collin (amigo que ayuda a Stephan a diseñar el juego de video) le invita a tomar un ácido. La película interactiva da la opción al espectador de aceptar o no el ácido. Sin embargo, si se decide que no, Collin mete la droga en el té, y Stephan termina ingiriéndolo de todas maneras. Cuando Stephan le pregunta a su colega por qué lo hizo, él le responde: “decidí por ti”.  Interactivo quiere decir que podemos elegir, y he aquí la paradoja brillante de Charlie Booke, el hacernos partícipes del diseño de un destino es precisamente la forma que encuentra el sistema para esclavizarnos. Un sistema que se basa en una supuesta “libre elección” que no es más que otra forma de atadura. La tecnología, la esquizofrenia, las realidades paralelas, en el fondo esas estructuras no son más que un espejo negro de la cárcel más escalofriante: el sistema.


Esta cita a Phillip K.Dick es lo máximo.



Si con los capítulos de Black Mirror ya experimentamos un desasosiego profundo ante el capitalismo y la tecnología, con  Bandersnatch tenemos toda la sensación de ser un personaje más dentro de la trama. Esta vez somos parte del juego. Charlie Brooker pone al espectador en el lugar del protagonista. No sólo lo hace mirar a través de sus ojos, sino que lo hace elegir por él.  Si después de la invención del montaje, de yuxtaponer planos cerrados, abiertos, y sobre todo, planos “subjetivos”, se logró establecer la mirada del protagonista, con el recurso de la película interactiva (o por lo menos de esta película interactiva) se logra ir un paso más allá en el proceso de identificación espectador-personaje. Al tomar las decisiones del protagonista, el espectador se sitúa inmediatamente no solo en su mirada, sino que parece zambullirse en su mente. Hay que tomar en cuenta que en este caso se trata de una mente esquizofrénica. Entonces lo que sucede es escalofriante: mientras decidimos por Stephan, nos vamos dando cuenta de que no decidimos sobre nosotros; así como nuestra mente parece estar sobre la suya, presentimos que hay algo más que nos domina a nosotros, o por lo menos dudamos de la autonomía de nuestras decisiones. Sugestionados por la paranoia en la que nos ha sumido Brooke con maestría, nos preguntamos si alguien, algo, decide por nosotros. ¿Quién?.

Brooke consigue situar al espectador en un punto panóptico, desde el cual, al principio se siente poderoso. Desde allí parece observar y dirigir a los personajes, pero al final termina sintiéndose inevitablemente observado. Bandersnatch es una metáfora (o una experiencia metafórica) de la paranoia posmoderna. Collin lo explica en sus propias palabras, cuando en su vuelo de ácidos, le dice a Stephan: “Piensas que tienes libre albedrío, pero en realidad estás atrapado en un laberinto, en un sistema. Todo lo que puedes hacer es consumir, las personas piensan que es un juego feliz, no es un juego feliz, es un mundo de pesadilla, y lo peor es que es real y vivimos en él”.

(Babieca) 

lunes, 18 de marzo de 2019

Elegí la vida



"Odio la realidad, pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete"
-Woody Allen

Preferí la cabeza a la tierra. De niña, mis cuadernos de matemáticas estaban llenos de dibujos de extraterrestres o astronautas. Cuando empezaban las clases, también empezaba una película en mi mente. Puede que en parte haya sido por la miopía, es cierto, pero prefería el mundo interior al exterior.

Recientemente, en una clase de inglés a la que asisto, tuve que hacer un ejercicio que consistía en describir acciones a partir de una imagen. Utilicé perfectamente la gramática requerida, pero hubo un detalle: no usé el dibujo; es decir, me inventé otra historia. Creo que esta anécdota podría resumir mi historia académica. Allí donde los otros miraban el borde, yo veía el vacío; si todos veían la isla, yo veía el agua. Tal vez sea una mirada extraña o simplemente dislexia, pero eso que me hace ser quien soy, es lo mismo que llevaba a los profesores a hacerme bullying, porque todos sabemos que son ellos quienes más lo ejercen. Hoy en día me reconozco completamente inútil en varios aspectos de la vida práctica y no me importa, pero en esa época, en la infancia, sí me molestaba, como una pequeña espina en el corazón. Tal vez haya sido eso lo que me llevó a buscar un mundo que fuera más habitable. Tal vez haya sido un mecanismo de defensa, nunca lo sabré, pero los libros, los cuadernos en blanco, las pinturas, los sueños, las películas, se convirtieron en el único lugar seguro para mí.

Podría afirmar que vivía en las nubes. Allá, en ese reino que se parece al del agua, el tiempo pasa más lento, pero no existen los buenos filetes ni las experiencias. Además, ese mundo se empieza a agotar si en el otro (en la realidad) no pasa nada.

Llegué a la Tierra por voluntad propia, no debido a un “golpe brusco” o a una circunstancia externa. Yo admiraba ese mundo fantástico en el que mis amigos hacían cosas maravillosas e imposibles como tener relaciones sentimentales, hornear pasteles de vainilla o fabricar nuevos seres humanos. Para mí esas tareas terrenales resultaban lejanísimas y por lo mismo eran un reto. Entonces, en un punto, abandoné las nubes para infiltrarme, como una agente secreta, en los dominios de la realidad. Desde entonces voy tambaleando. Es difícil caminar en la Tierra cuando una solo se ha movido por los caminos acuáticos/espaciales del interior. Solo en la realidad se pueden conseguir un buen filete y una buena cerveza, sí, pero solo en la realidad está ese afán de la gente por llegar más rápido a ninguna parte y por “alcanzar la perfección”. Es curioso, pero muchas veces esa sed de trascendencia, de éxito, se opone a la vida.

"Mi mano derecha es una golondrina. Mi mano izquierda es un ciprés", dijo Huidobro. Mi mano ciprés, la que se aferra a la tierra, es la que me lleva a pensar que debería leer más, hacer más ejercicio, conseguir un trabajo fijo, publicar un libro, ir más allá, siempre más allá....
Pero la mano golondrina me salva. 
La semana pasada estuve en el hospital debido a una intoxicación severa. Mientras el suero llegaba a mis venas, el cerebro (o el corazón) evocaba imágenes para resistir. Lo curioso es que ninguna de estas imágenes tenía que ver con las preocupaciones que suelo tener a diario. De las tinieblas de la memoria emergía despacio la mano de mi hijo sujetando la mía en medio de la oscuridad, el olor del mango en diciembre, una mañana de agosto en el páramo, la presencia de mi madre en un viaje a la playa: de repente, sin razón, ella se volteaba y, desde el asiento delantero del carro en el que viajábamos, me miraba. Mi madre sonreía como si solo ella y yo supiéramos algo. ¿De qué éramos cómplices? De nada más que de ser compañeras en esta nave.

(Mundo Diners)