-Usted está muerto
-¿Ah?
-Aquí está su acta de defunción, ¿alguna otra prueba?
- ¡¿Muerto?!
-Usted murió hace dos años. Señor, me hace el favor y se retira, que hay más gente esperando en la fila…
Este lunes me despertó una noticia hermosa. Un hombre no puede renovar su cédula porque el Registro Civil lo declara muerto. Según los funcionarios el sujeto lleva dos años enterrado. Sin embargo el hombre aún habla, y cuenta enojado que los burócratas obligaron a su esposa a poner "viuda" en su cédula. "¿Dónde quedó el sentido común?, señores del registro civil?", dice Bernardo Abad indignado, y después, "Señores del registro civil: ¡Hablen serio!"
¡Absurdistán! Kafka hubiera flipado en Ecuador, pienso todavía dormida, y obviamente se me ocurre escribir un cuento inspirado en pasillos largos, archivos, burócratas con sombrero, juzgados interminables. Un sujeto a quien El Gran Otro da por muerto. El infeliz intentará probar que está vivo pero la sociedad se encargará de ningunearlo. Entonces, con todos los juicios perdidos, no le quedará más remedio que morir.
"El hombre muerto en Absurdistán" podría ser el título . El relato sería una especie de diario y empezaría así “Dicen que estoy muerto”.
El hombre describe en primera persona el incidente del registro civil. Es un burócrata sin dientes quien le da detalles de su muerte. Ha sido hace dos años y ha sido un suicidio. Su esposa lo ha encontrado en el piso de la cocina, con los ojos abiertos en medio de un mar rojo.
El hombre resuelve en que es mejor zampar un puñete en la cara del enternado sin dientes, y los guardias lo sacan a patadas .
¿Y después qué ?
Desesperado visita a un psicoanalista. Aunque está seguro de encontrar apoyo en esa cita, el doctor también sostiene que ha fallecido, "debes aceptar tu muerte" le dice parcamente. Angustiado acude a un Padre, pero en la Iglesia también lo consideran cadáver. Su mujer es la única que le cree, a pesar de que le han obligado a poner “viuda” en su cédula.
¿Y el juzgado?, ¿Qué pasa con sus antagonistas, los burócratas?
Los señores del registro civil le convocan a un juicio para tratar su caso. Si gana, tendrá cédula y podrá votar, si pierde, será enterrado. El tipo busca un excelente abogado y se prepara para el gran día, sin embargo cuando camina en la calle la gente no lo mira, cuando cuenta un chiste nadie se ríe y cuando intenta intervenir en una conversación todos le hacen callar. Es inútil, el ser es cada vez más impotente. Su abogado ya no le cree. Tampoco su mujer le cree.
Es verdad que hace mucho que no se enamora, que no ha gritado de placer, ni de dolor, que sus últimos viernes más han parecido lunes, que tiene tos, migrañas y a veces le falla el corazón; que ya no le gusta salir, que su soledad es cada vez más celosa y se vuelve cada día más egoísta. Si bien es cierto todo eso, el señor todavía llora cuando ve el mar, todavía tiene hambre y come y tiene sexo. Pero ellos dicen que está muerto.
Si, claro ¿Y el final?
La sangre es la única prueba de su existencia, piensa mientras se corta la piel con una navaja. La sangre es tan roja y espesa, tan densa, que el hombre se asusta y llama a una ambulancia. Pero se detiene ¿para qué haría algo así? Si él ya ha muerto….
Entonces prepara las medidas para su ataúd. Hace una lista de la gente a la que invitará a su funeral, consigue un lindo traje, se baña y se perfuma.
La historia ha llegado a su fin, ahora sólo falta escribirla...
Kafkiano pero muy bien pensado. El final me mató, ¿para qué escribir más? Me pregunto. Hay que seguir escribiendo, sin pausa, con prisa, como si nos estuviera persiguiendo el diablo. Porque así mismo es.
ResponderEliminarJaneko.
http://www.onironauticas.blogspot.com/
Escribir para escapar de la realidad pero escribir la realidad. O como decía el mismísimo Kafka, escribir como si uno estuviera muerto. Salud!
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