Ya
hace mucho tiempo que el principito desapareció en el desierto. Digo
hace mucho tiempo, pero si queremos ser exactos (no olvidemos que a las
personas mayores les encantan las cifras) habría que decir que fue hace
77 años. Pero digamos que fueron 100. ¡Cien años! Eso explica que mis
recuerdos a estas alturas ya sean tan ambiguos como mi infancia. Solo
me quedan pedazos de luz que se fugan cuando los pienso: una serpiente
amarilla, sus rizos brillantes, sus baobabs. Mi edición pequeña forrada
con plástico, las manos de mi madre, su voz. El Principito
era una especie de mapa que intenté descifrar. Un manifiesto
extraterrestre. No lo recuerdo como un libro dulce, sino como algo
bello… Y triste. Infinitamente triste. Insoportablemente triste. Y he
aquí el secreto, señores: la infancia también es soledad. El principitodelira en el desierto, le ha picado una serpiente y alucina estrellas. O tal vez él mismo seala
alucinación de un aviador que no ha probado agua en días. Algo así es
la infancia. Además, dura un segundo y después… Quizás por eso el libro
es un mapa; una partitura que hay que descifrar para recuperar sus
vestigios de la infancia, ese planeta brillante en el que solo alcanza
uno.
Para su evasión, aprovechó una migración de aves silvestres...
II. El viaje del principito (o el miedo al silencio.)
Un
día, el principito abandonó el asteroide B-612. El asteroide B-612 es
del tamaño de una casa. Tiene 3 volcanes. Dos en actividad y uno
extinguido. Pero nunca se sabe. El principito aprovechó la migración de
aves salvajes y se aventuró al espacio sideral. Voló lejos. Huyó de una
rosa con 4 espinas. Huyó porque amaba a esa rosa. Y cuando uno ama lo
mejor es volar. El principito recorrió varios planetas en los que
encontró hombres tan egoístas que no eran hombres, sino hongos.
El
viaje del Principito es una metáfora de la ceguera humana. Nos
equivocamos al decir que los adultos no imaginan. Pues sí lo hacen:
imaginan infiernos, mueren y matan por fronteras que no existen. Los
niños no imaginan, eso es un cliché: los niños ven de verdad la magia
que existe en el mundo de verdad. Los adultos no son malos, más bien son
seres tristes que se esclavizan para no enfrentarse a la inmensidad de
las estrellas o de sí mismos (si es que hubiera alguna diferencia).
En
el primer planeta el principito encuentra a un Rey. A pesar de que el
pequeño asteroide no tiene más habitantes que el Monarca, el hombre se
empeña en gobernar. Sueña el Rey que es Rey. Pero, ¿qué gobierna? Las
estrellas, los planetas, los cometas… “ Si ordeno a un general que se
transforme en ave marina y el general no obedece, no será culpa del
general”. Si ordeno a la lluvia caer en abril y a los arupos florecer en
agosto, seguro me obedecerán. El Rey sabe este secreto y se guiña el
ojo a sí mismo. Él es feliz así. En otro planeta igual de pequeño el
principito encuentra a un vanidoso solitario. El ser más vanidoso del
mundo está completamente solo: no podría ser de otra manera. Después
encuentra a un hombre rojo que hace sumas y restas todo el día, a un
borracho que bebe para olvidar que es un borracho y a un geógrafo de
escritorio que jamás se ha movido de su puesto. El capítulo del farolero
es tan bello que podría ser otro libro: El farolero o la historia más
triste del mundo. El farolero habita un asteroide pequeño, muy pequeño.
El asteroide tiene un farol que el farolero debe encender y apagar un
millón de veces. Lo hace porque es la consigna. La consigna es la
ceguera: la fe en una actividad absurda que sostiene una inmovilidad con
el fin de ocultar la nada. La actividad del farolero recuerda al típico
rito obsesivo-compulsivo de apagar y encender la luz 80 veces antes de
dormir para que no suceda una desgracia. Todos los personajes que el
principito encuentra en su viaje hacen actividades compulsivas. Encender
y apagar un farol. Sumar y restar. Beber para olvidar que se es un
borracho. Actividades absurdas. Actividades-ruido que buscan silenciar.
El obsesivo habla para callar, busca para ocultar, y se mueve para
detener. ¿Qué más le queda a alguien que habita un planeta abandonado en
el universo?, ¿qué más puede hacer si no encender y apagar mil y un
veces un farol? Inventar leyes y creer ciegamente en ellas para olvidar
que estamos solos, que no tenemos súbditos, que somos unos borrachos…
III. La tercera roca alrededor del sol
(O pequeña crónica del mamífero bípedo)
—¿Qué me aconseja usted que visite ahora? —preguntó.
—La Tierra —le contestó el geógrafo—. Tiene muy buena reputación...
Y el principito partió pensando en su flor.
El
principito llegó a la Tierra. La Tierra: planeta del Sistema Solar que
gira alrededor de su estrella en la tercera órbita más interna. Se formó
hace aproximadamente 4.500 millones de años, pero la vida surgió 1.000
millones de años después. La vida: aquello que distingue a los reinos
animal, vegetal, hongos, protistas, arqueas y bacterias del resto de
realidades naturales. Implica las capacidades de nacer, crecer,
metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse. La vida, en
este caso, incluye la formación de millones de especies, entre ellas, el
ser humano. Ser humano: especie de primate de la familia de los
homínidos. Animales bípedos medianos. Se reproducen mediante la
intervención de dos personas de diferente sexo, con más frecuencia en
verano. El pulgar oponible permite a los humanos manipular cosas con
precisión. Las personas aman las cifras. Las personas caminan sobre la
Tierra. La Tierra flota sobre fuego. En la Tierra hay alrededor de
7.046 miles de millones de personas. Entre ellas
ciento once reyes. Siete mil geógrafos. Novecientos mil hombres de
negocios. Siete millones y medio de ebrios. Trescientos once millones de
vanidosos, es decir, alrededor de dos millones de personas mayores. Los
hombres tienen fusiles y cazan. También crían gallinas. Es su único
interés.
¿Dónde están los hombres? —Dijo el principito—. Se está un poco solo en el desierto.
—Con los hombres también se está solo. —Dijo la serpiente.
Aunque
haya más seres humanos, cada uno es un planeta. La Tierra es grande y
hay millones de hombres y mujeres iguales los unos a los otros. Millones
de rosas iguales las unas a las otras. ¿Dónde está el sentido si nos
repetimos una y otra vez?, ¿si lo que pienso hoy ya lo han pensado
antes?, ¿si mi piel tiene rastros de estrella que ya fueron de otra
piel?Nos repetimos, y aún así,
estamos solos. Somos eco que devuelve soledad. El principito lloraba
amargamente pensando en todas estas cosas, pero el zorro le contó
algunos secretos: las rosas se repiten como estrellas pero pueden ser
únicas. El Quijote de Pièrre Menard es diferente al de Cervantes. Las
cosas son únicas cuando los ojos las transforman. Se transforman cuando
las domesticamos. Domesticar quiere decir “crear lazos”. Por eso el
principito quería a la rosa de 4 espinas. Pero el principito quería
tanto a esa flor que tuvo que dejarla… Porque cuando uno domestica,
corre el riesgo de llorar un poco. “Para mí el trigo es inútil, pero
cuando me hayas domesticado, el trigo dorado será un recuerdo de ti, y
amaré el ruido del viento en el trigo” —le dice el zorro al principito—. Y el principito lo domestica. Pero cuando debe seguir con su viaje y dejar al zorro, este llora.
- Pero vas a llorar —dijo el principito—.
- Sí —dijo el zorro.
- Entonces, no ganas nada.
- Gano —dijo el zorro— por el color del trigo.
IV. Lo que no tiene cuerpo.
Las estrellas que son bellas por una flor que no se ve.
¿Qué
pasaría si en un segundo, al mismo tiempo, el farolero dejara de
encender su farol, el hombre de negocios de contar las estrellas, el rey
de gobernar, el geógrafo de leer y el borracho de beber? Caería la
Mátrix: bienvenidos al desierto de lo Real (que es el mismo en el que
apareció y desapareció el principito, el mismo en el que Exupéry chocó
con su avión para reencontrarse con el pequeño extraterrestre).
El
sonido de las estrellas sería insoportable: escuchar al Universo es tan
aterrador como escuchar la circulación de la sangre. Pero es hermoso…
Poco a poco empezaríamos a entender que lo que verdaderamente existe es
lo que no se ve. En el desierto de ‘Lo Real’ no se ve nada, no se oye
nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio…
El Principito
es todas esas imágenes invisibles: la caja del cordero. La piel de la
serpiente que contiene al elefante. La risa de las estrellas. El cabello
dorado en los campos de trigo. Las cosas tienen sentido por otras
cosas: las estrellas están llenas de flores, las flores de manos, las
manos de planetas, los planetas de ojos. El mundo está lleno de huellas.
Fantasmas que bailan en el cielo. Prehistoria cósmica.
Ganamos, por el viento en el trigo.
(Cartón Piedra)
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