"Hombres cobardes, nacidos para la servidumbre, ¿De qué tenéis miedo?"
-Manuela Cañizares.
¿Guapa?, por lo menos no a la manera clásica. Estoy lejos del prototipo de belleza standard y me ha costado sangre aceptarlo. Porque eso de "la belleza interior" muchas veces es un eufemismo, y sí, creo que aunque La Belleza es un misterio que aún no ha sido resuelto (por suerte), existe también una belleza clásica, única y absoluta. ¿A quién no le parece hermosa Scarlet Johansson?. Nos guste o no, ella representa un prototipo de belleza que prima en nuestra sociedad. Ser mujer y aceptar que una no pertenece a ese standard no es fácil. Al menos para mi no lo ha sido. Yo quería ser Marilyn.
No seré Marilyn, pero tengo bonita letra. No, ya, hablando serio. Sé que soy sexy. Y disfruto de mi cuerpo a cada minuto. No me visto para mi misma. ¿De verdad pensamos que alguien se creería el cuento de que nos arreglamos para nosotras mismas? Bullshit. Yo, cuando me pongo camisetas escotadas y faldas cortas, no lo hago para mi misma. No me molesta que los hombres (ni las mujeres) me miren. Me gusta. Tampoco me molesta que me lancen piropos, que los carros piten, ni que se detengan a mirarme. Que me miren, no que me toquen. Que me digan piropos, no que me insulten. Y ahí está la delgada diferencia: la ofensa machista empieza cuando el hombre –herido en su ser más profundo– siente una amenaza de poder. Entonces no piropea: ofende. En su “piropo” no hay un halago sino una daga de castigo porque encuentra en la mujer algo que le amenaza. Lo que le indigna –o más bien aterra– es el presentimiento de que en ella hay algo que jamás podrá controlar. Poder. No se trata más que de poder. Somos seres sociales y estamos luchando. ¿Amor? No, la palabra es guerra. Amor- así como está concebido en nuestra sociedad- es lucha de poder. Lucha de cuerpos. Sublimación del canibalismo.
El deseo existe a partir del poder. El impulso sexual no. Eso es algo innato y bilógico. Pero la complejidad del deseo no existe sin lucha de poder. Someter / ser sometida. El papel de la sometida, delegado casi siempre a la mujer, está subvalorado. Como si el dominador tuviera placer, y la dominada, dolor. Sin embargo, hay un goce en el sometimiento y va más allá del puro placer físico. Hay un goce que la mujer moderna se ha negado a aceptar. La mujer moderna es dominatriz y para ella sería terrible sentir placer al ser dominada. Tiene vergüenza de ser frágil (como si ser frágil no fuera lo más bello). Además en la fragilidad está la mayor fortaleza: el esclavo es el más perverso. El esclavo siempre gana por ventaja. Entonces, ¿por qué vernos como víctimas si en realidad somos victimarios?. A identificarme como víctima, prefiero la posición de Esther Villar que dice que la mujer debería disfrutar de su lugar privilegiado. Aplico la filosofía de Ignatius Railly : ¿para qué luchar para entrar a un sistema caduco que nos ha relegado?, ¿No es mejor estar al margen?.
Tampoco estoy de acuerdo con que el cuerpo de la mujer sea igual a una planta: asexual. En dotar al cuerpo de un sentido casi zen, en el que una montaña es igual de sexual que un cuerpo humano. Gracias a Dios, el cuerpo femenino (y el masculino) no es como un árbol. Es sexy: produce y provoca deseo. Ante el deseo, el hombre cobarde se siente anticipadamente castrado y saca sus garras. "Each man kills the thing he loves". Tal vez porque la encarnación de su deseo amenaza con destruir su fantasía –que es el único lugar donde se siente seguro–. Y como decía el refrán: la única mujer perfecta es la mujer muerta.
(Diners)
No hay comentarios:
Publicar un comentario