Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

lunes, 1 de septiembre de 2014

El último explorador: Apuntes sobre Rolf Blomberg




En 1934 un barco arribó al puerto de Guayaquil en pleno carnaval. De él descendió un joven alto, de extremidades largas. Sus ojos eran grandes y despiertos. Tenía 22 años. Había venido desde Suecia con una misión: recolectar en las Islas Galápagos especies exóticas para el Museo de Ciencias Naturales de Estocolmo. Aunque desde niño se había sentido atraído por conocer lugares inhóspitos, él no sabía que ese viaje marcaría su destino.
Rolf Blomberg explotó sus posibilidades humanas al máximo: cronista, explorador, etnógrafo, naturalista, fotógrafo, marinero, corresponsal de guerra,  cineasta, dibujante, padre, descubridor de especies zoológicas y botánicas, buscador de tesoros, periodista… Su vida supera al más excitante personaje de ficción. Entre los infinitos lugares que visitó, hubo uno que le cautivó más. Un país que si se lo ve en el mapa, es pequeño, pero que si se lo recorre con los pies, es enorme. Blomberg decía que el Ecuador no es un papel tendido, sino uno arrugado. Tiene hendiduras. Montañas. Mares. Secretos. Para él -que viajó por casi todo el mundo-  Ecuador era una especie de microcosmos que escondía en su geografía todas las maravillas del planeta.

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Llegar a Galápagos no fue fácil, “era como el fin del mundo”[1], dice Blomberg en un fragmento de su película sobre las Islas que hoy es parte del documental El secreto de la luz, de Rafael Barriga. Blomberg recorrió las Galápagos  en el barco “Dinamita”.  “Era como haber retrocedido en el tiempo. Un paraíso en el que los animales no tienen miedo del hombre”-dice. Allí hizo su primera película en la que explica que en ese tiempo las tortugas eran mercancías, al mismo nivel del los yates y las joyas.
Rolf Blomberg fue el primero en publicar una noticia sobre Eloísa Wagner, La Baronesa de la Isla Floreana, y su compañero Phillipson. Sus crónicas sobre este drama pasional financiaron sus futuros viajes. En Galápagos, Blomberg decidió que no regresaría a su país sino que seguiría explorando el mundo. “Viajar debería ser uno de los derechos humanos”[2], diría después.
Siguió la ruta de Francisco de Orellana. Por todo el Amazonas hasta Belém de Pará, luego el Atlántico.

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Durante la Segunda Guerra Mundial viajó a Indonesia y allí se quedó seis años. Fue corresponsal de guerra, trabajó en la Cruz Roja e hizo obra social para ayudar a los damnificados. Produjo un libro de caricaturas en el que creó un personaje encantador: el profesor Luisidor Puppulund.  Pero el Ecuador lo seguía llamando a su lado. Al final de la guerra, conoció a la ecuatoriana Emma Robinson, quien había permanecido en un campo de concentración donde había sido sometida a varios tipos de maltrato. Incluso se cuenta que en una ocasión la obligaron a construir su propia ataúd.
Al terminar la guerra en 1945, el destino devolvió a Rolf y Emma al Ecuador. Tiempo después se casaron y  tuvieron dos hijos: Anders y Marcela, fundadora del Archivo Blomberg, creado en el 2000.
  
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“… Y ahora le doy un par de consejos, y uno de ellos es éste: nunca pase la noche en la margen derecha del Napo. Allí es donde viven los indios Aucas, que matan por igual a indios pacíficos y a blancos como si fuera algo lógico”[3]-le había dicho un paisano ecuatoriano a Rolf Blomberg, y esto es lo primero que él transcribe en su libro Los Aucas desnudos (1948), que, junto a Oro enterrado y anacondas, es el único que se ha traducido al español hasta ahora. A pesar de este amenazador testimonio, Blomberg fue al encuentro de los indios “Aucas”, nombre kichwa de los Waorani. Lo acompañaron el colombiano Robinson y el misionero norteamericano David Cooper. El encuentro no fue pacífico: los Waorani los recibieron con una andanada de lanzas y ellos respondieron con disparos. Pero esto no lo detuvo. Blomberg volvió a la Amazonía un millón de veces más. No solo al encuentro de los Waos, sino también de los Cofanes, los Yumbos y otras poblaciones amazónicas. “Si algún tipo humano ha estado más cerca de su afecto, ese ha sido el indio”[4], dice Lenin Oña, pues Rolf Blomberg no solo se aproximó a la Selva, también hizo un importante acercamiento a las poblaciones andinas. 



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En 1946, en un barco transatlántico, Blomberg se encontró con Victor Hasselblad. Él le propuso experimentar su nuevo invento y le regaló la cámara fotográfica que hasta ahora lleva su nombre. Con ella, Blomberg registró la mayoría de su archivo fotográfico. Incitado por su suegra Clara, madre de Emma, a quien siempre le llamó la atención la búsqueda de tesoros, hizo seis peligrosas expediciones para hallar el supuesto botín de los incas escondido por Rumiñahui. Aunque nunca lo halló, Blomberg escribe: “Sin ambiciones de hacerme rico, poseía ya una mina de oro en recuerdos fantásticos alcanzados en las emociones y aventuras que me proporcionaron los Llanganatis.”[5]
En 1948 emprendió una misión hacia la tierra de los tsáchilas junto a las hermanas Emma y Lilian Robinson, Olga Fisch, y Osvaldo Guayasamín, quien viajaba para conocer poblaciones indígenas y pintar un mural en la Casa de la Cultura. 
Cuando en 1950 descubrió la especie de sapo más grande del mundo, llamada Bufo blombergi,  dijo con humor:  “hay muchas maneras de conseguir la inmortalidad”[6].
En 1952 el presidente Galo Plaza Lasso le otorgó la Condecoración Nacional al Mérito, como reconocimiento por su labor. En ese mismo año, murió su esposa Emma.
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Araceli Gilbert, su tercera esposa, fue una de las primeras pintoras no-figurativas de nuestro país. En un tiempo en el que la tendencia artística era el indigenismo, ella indagaba en el op-art. Participó en la anti-bienal organizada por Pablo Picasso. En Europa sus cuadros se expusieron al lado de los de Sonia Delaunay y otros artistas de la talla. Araceli Gilbert y Rolf Blomberg defendían los derechos de los indígenas, eran anti-taurinos y sobre todo, buscaban siempre cosas nuevas.
A Quito, Blomberg dedicó su película Quito, ciudad de contrastes. En sus fotografías de la capital se puede ver el hotel Quito recién hecho,  indígenas caminando entre iglesias, las primeras fotografías Polaroid, las corridas de toros. Su registro da cuenta del sincretismo que nacía y que caracteriza a la capital. Rescata la magia de una ciudad transitoria. Según su hija Marcela “Blomberg hace un retrato del quiteño común, la gente yendo al mercado, en el juego, en la religiosidad. Muestra al ser humano”[7].
Aunque en Quito algunos le llamaban ‘gringo’ con cariño, también era ecuatoriano. “La edad, la raza y la mentalidad en ocasiones cuentan muy poco. A las personas genuinas se las encuentra en todos lados, en todas las tierras y en todas las razas”[8] -escribe .


¿Qué hace un sueco registrando la historia y las costumbres ecuatorianas?, se preguntan algunos. Sin embargo, su condición de extranjero era una ventaja: no lo veía todo con frialdad ni cálculo, tampoco con el excesivo entusiasmo desprovisto de interés del turista,  sino con la fascinación de quien mira algo por primera vez, con su extraordinaria capacidad de asombro. Tenía la posibilidad de estar y no estar a la vez, igual que la fotografía, que registra un instante que ya no existe. Descubría Ecuador con un ojo extraterrestre. Único. Mágico. Quizá la única forma de verse a uno mismo es a través del otro. Estamos ciegos. Palpamos nuestro cuerpo en las tinieblas. Nos descubrimos a medias. Presentimos quiénes somos, pero no lo sabemos. No podemos armar el rompecabezas porque los ojos no miran para adentro. Solo a través del otro puedo saber quién soy. Entonces la distancia no es un impedimento sino un regalo. Es la distancia la que paradójicamente nos permite vernos mejor. Rolf Blomberg fue nuestro espejo. Además, pudo ver la magia que da la vida. Y eso se ve en la ternura de sus dibujos, en el rigor de su películas, en su amor por el ser humano. Fue un verdadero explorador: quizá el último. Hizo de su vida su profesión: mirar los animales y las plantas. Recorrer la tierra. Navegar los mares. No se conformó con un solo oficio. Desmitificó al periodista que reporta desde el escritorio, al antropólogo que reserva su información a la Academia. Todo lo conoció con los pies, mirando de cerca a los seres humanos, a los animales y a las plantas. Y todo lo que conoció, todo lo que aprendió, se lo dio a la gente. Alfredo Pareja Diezcansesco se refirió a Rolf como ‘el hombre más bueno del mundo’[9]. Como resultado de su experiencia vital, dejó un increíble legado: 35 mil fotografías realizadas alrededor del mundo durante 40 años,  20 libros traducidos en siete idiomas (de los cuáles por lo menos 15 son sobre Ecuador), 32 películas documentales, numerosos artículos periodísticos y caricaturas publicados en distintos medios internacionales, especies botánicas y animales que ahora se conservan en los zoológicos, museos y colecciones más importantes. Para Rolf Blomberg, dar y recibir eran la misma cosa: lo que el mundo le daba a él, era su regalo para el mundo.

BIBLIOGRAFÍA:
[1]  Barriga, Rafael. Documental El Secreto de la Luz.
[2]Blomberg Ecuador p. 1

[3]Blomberg, Rolf (1996). Los Aucas Desnudos. Ecuador: Abya Yala. p. 7

[4]--------------------  (1996: p. V, Presentación de Lenin Oña).
[5]--------------------- (1996: p. V)
[6]--------------------- (1996: p. IV)
[7]Blomberg, Marcela. Entrevista realizada en el lanzamiento del libro Blomberg Quiteño. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=BoDldfwPNTE

[8]Blomberg, Rolf (1996). Los Aucas Desnudos. P. 17
[9] --------------------- (1996: p. I, Presentación de Lenin Oña).


(Cartón Piedra)

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