(Sobre la novela de Sandra Araya)
“Por lo
que un hombre acaba de mendigo, de borracho o de monstruo, es por la luz. Y la luz no es nuestra”
-Leopoldo María Panero
En la casa de Los Donoso alguien ha muerto. Quizá Juan Pablo
o quizá su hermana Catalina. O su padre, o Beatriz, su madre. Los donoso viven a la sombra de una muerte
ajena. Que tuvo su origen en un incendio que quizá “ellos,
los otros”, provocaron. La trama de “Orange”, primera novela de
Sandra Araya, se teje en un espacio imaginario en el que la luz enceguece hasta
borrar los límites entre vigilia y sueño, recuerdo y fantasía.
A pesar de que la novela propone una trama llena de suspenso, su mayor fuerza no
está en el argumento, sino en su universo sensorial. A través de la atmósfera,
Sandra se aproxima a un mundo imposible de nombrar: las luces que se ven con
los ojos cerrados. La humedad impregnada en la piel una mañana de verano. El
faro naranja como única salvación en una noche de insomnio, a los siete años.
La hierba amarilla encendida. La luz en la piel de Los Donoso, en su piel
blanquísima.
Todas estas imágenes-voces - sensaciones, crecen pero no
explotan. La novela es ante todo una energía contenida. Juan Pablo abre la boca
y el grito no le sale. Su voz se ha quedado congelada en algún rincón del
Tiempo. “Orange”
es un grito sordo. O una voz sin cuerpo. ¿Cómo escribir algo que no se puede nombrar?. La firma de Sandra se inscribe en el silencio.
Cada línea es una flecha que da cuenta de aquello que jamás nombra.
“Orange”
es también el terrible mundo de la infancia donde vemos a una Catalina niña
provocándose una asfixia prolongada en las cortinas, envolviéndose en ellas
hasta quedar atrapada en el ojo del huracán, escondida detrás de las cortinas
para que sólo él, Juan Pablo, la encuentre. Catalina vive el destierro en la
propia familia. “Quiere
hacer del espacio debajo de la cama su destierro, pero no quiere estar sola”. La sensación de no
pertenecer empieza en su infancia. Donde
se presiente una condena. Una desgracia que no se encuentra en la oscuridad
sino en la luz: la peor pesadilla no es una noche que persigue, sino un día
luminoso del que no se es merecedor. En “Orange”
el horror está en la luz. La pesadilla empieza cuando el sol destella y el
viento revuelca el cabello. Seca los ojos. Entonces, los recuerdos se mezclan
con los sueños donde una caricia en la pierna, bajo el vestido, es la condena y
a la vez la salvación.
“Orange”
llegó a Sandra como una pesadilla tajante. “La
historia vino a mi. Solita. Es como que no fuera yo”,
dice ella. La novela fue escrita en una suerte de posesión. Más que recordar, reconstruir o inventar, el
proceso creativo de Sandra fue recibir. La historia de la familia Donoso llegó
a ella como una pesadilla. El inconsciente sobrevino, atacándola con imágenes,
palabras y rostros ajenos. Pero, ¿de dónde vino la pesadilla?, ¿de dónde viene aquello
que nos posee?, y, sobre todo: ¿Qué es “aquello”?
.
La tercera persona, en el caso de “Orange”, ocupa un lugar simbólico. La novela está dividida en tres capítulos. El
primero se llama “Él”.
El segundo “Ella” y el tercero -y en cuyo
título está contenida su esencia - se llama “Los otros, ellos…”. “ Dicho de una persona o de una cosa: Distinta de aquella
de que se habla.” . “El infierno son los otros”, dijo Sartre. ¿Quién es el otro, ése que no soy yo?. Esa voz aislada y que sin embargo, siempre
está. La ausencia/presencia. El vaho. La sombra. Las partículas diminutas que
están en la luz. En la piel. En todas partes y a la vez en ninguna. La presencia
silenciosa. La caricia invisible en la nuca de la víctima. El ojo del gran
pájaro que lo devora todo y en cuya pupila se pulveriza el Universo. El
fantasma. Tercera persona. Tercera mirada. Tercera voz. ¿Quién es ese otro?,
¿Ese tercero?, ¿Quién esa conciencia que habla al oído, y que cuando susurra no molesta?. El viento que
mueve el trigo. La brisa que calienta el pastizal. El fuego que enciende la
hierba. Y la luz “
la luz cuando duerme, la luz cuando despierta, la luz, siempre la horrible luz
del sol le pega en los ojos, la deja ciega, no sabe si duerme, si está
despierta, no sabe si recuerda o sueña”. La luz que origina la desgracia. La luz
encandiladora que es presagio de lo innombrable. La luz que no es nuestra. El
prisma devuelve los colores que no le pertenecen. Sandra devuelve las palabras
que la contienen y a la vez se despoja de ellas. Y en ese aparente “cuerpo
inerte” “cuerpo-puente” que parece solo recibir
órdenes de los personajes, está la esencia. En esa desposesión es donde
encuentra su origen. Es allí donde se traza el alma de la historia. Ese cuerpo
vacío, es la matriz. El instante en el que no me reconozco es el único en el
que me habito. “Yo
soy otro”. Esa tercera voz que me desposee,
es mi propia voz.
“Por un segundo, solamente, a
Beatriz Donoso se le ocurrió que su hija Catalina era en realidad un ser humano
que estaba indefectiblemente unido a ella, por la carne, por algo más que la carne.” La
herencia- elemento tan presente en la novela- es la metáfora de la encarnación
de un tercero en el propio cuerpo. La herencia es la materialización de aquello
que no somos, pero somos. Los vestigios del otro, aquello que no se puede
controlar, la pesadilla, eso que sobreviene, la tercera persona, ellos, los
otros. Los otros son la herencia. La familia. El linaje. Aquello que viene por
añadidura. Aquello que no se puede controlar. ¿Qué es la maldición de los Donoso
sino la metáfora de esta “tercera persona”, la voz omnisciente, el otro, el yo que está fuera de
mi?. Somos el otro. Y eso aterra. Somos
lo que arrastramos. Lo que llevamos escrito en la piel. Lo que nos devela. La
piel de Catalina que se reconoce en Philip y es repugnancia y es deseo. La
oscuridad de Beatriz que la lleva también Juan Pablo y Tomás y Catalina. La cruz. La marca. Aquello que nos avergüenza
y que acarreamos inevitablemente. Eso que nos repugna y que sin embargo grita
nuestro nombre. Desmintiéndonos. Devolviéndonos un reflejo terrible.
Inevitable.
Esta tercera persona, esta voz separada del cuerpo, esta mirada que toca, se convierte en el lugar del lector. Así como la pesadilla se apoderó de Sandra y casi le dictó lo que ha de escribir, la novela posee a quien la lee. Sandra sitúa al lector en el lugar del narrador, de este “tercero”, de esta voz sin cuerpo. Y éste, desde su punto panóptico termina sintiéndose inmerso. Porque las sensaciones de “Orange” parecen insertarse en la sangre hasta convertirse en recuerdos propios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario