Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

martes, 25 de noviembre de 2014

Tips para suicidarse Y DESPUÉS ir a la oficina





Olvídese de terapias de autoayuda. De darse palmaditas en el pecho y decir “Yo quiero” “Yo puedo” “Yo confío”. Olvídese de Walter Mercado, del Doctor Albuja, de la señorita Laura. Olvídese del gimnasio. Del aire puro. Del sí se puede. Olvídese del diván. Olvídese de la hipnosis. Usted no está bien. No finja lo contrario. Eso sería terrible. Doloroso. Patético. No pretenda comer bien ni sonreír ni compartir con sus amigos. El huracán se aproxima y lo mejor que puede hacer es abrir los brazos. La única cura es el veneno. Escuche lo que más le duela. Recomendamos Paloma Negra, de Chavela Vargas. Encienda un cigarrillo y cante a capela frente al computador. Deje que ese vacío oscuro le corroa la piel. Llore. Llore hasta partirse en dos. Sienta cómo esa daga le atraviesa el esófago. Duerma. Parece imposible, pero con poco esfuerzo y muchas pastillas se puede lograr. Compre antidepresivos en la farmacia (valen un dólar) y, perdone nuestra insistencia, somníferos. Si no consume químicos llene una taza pequeña con agua hirviendo y vierta dentro ocho o nueve o diez sobres de té de valeriana. Encienda el televisor y beba el veneno. Antes de ingerir el último sorbo ya habrá perdido la consciencia. Cuando la lluvia lo despierte en medio de la madrugada y descubra que todo es real, respire, grite, sangre… pero no se ahogue. Intente no dormir con otras personas. El impacto de abrir los ojos y descubrir que el que descansa a su lado es otro cuerpo podría ser mortal. Escuche una y otra vez la misma canción (esta puede elegirla por su propia cuenta). Vea sus fotos. Recuerde sus manos. Su sonrisa. Su pelo. Cierre los ojos y sienta cómo poco a poco la herida se abre. Láncese al piso. Revuélquese. Vomite. Escuche a Nacho Vegas. Escuche con él las canciones que estuvieron prohibidas en los días de felicidad. Tome café y mire cómo le tiemblan los huesos. Si bebe alcohol, debe saber que el dolor sólo se multiplicará, así que piénselo bien. El dolor que pierde en la borrachera lo recupera en el chuchaqui. Tiéndale la cama al ángel negro y ofrézcale una taza de café. Mire películas tristes. Escuche música triste. Lea poemas tristes. Lea poemas tristes en voz alta. Llore (con más razón). Lea el poema de Wilde una y otra vez. Repita en voz alta: “Each man kills the thing he loves”. Y ahora en español: “Cada hombre mata lo que ama”. Deje que la lluvia que cae dentro de su habitación le moje las tripas. Si puede, salte por la ventana. Eso sería plausible (probablemente no lo hará, usted también es cobarde). Elija un destino y busque pasajes. Aunque no vaya a viajar nunca. Imagínese en Grecia. En Lituania. En Japón. Soñarse en un avión siempre alivia un poco. Mire la televisión: novelas mexicanas, noticieros que no entiende, películas baratas para niños. El zapping salva la vida. Escuche How?, de Lennon. Consulte en internet al oráculo, el I ching y el tarot. Piense en la posibilidad de una terapia junguiana. Olvide la posibilidad de una terapia junguiana. Cuando el fuego sea insoportable y le queme las entrañas, escuche a Abdalá declamar en YouTube repitiendo la pregunta que usted también comparte: "¿Y ahora?, ¿Y Ahora? ¡¿ Y AHORA?!." Báñese, y no solo por higiene, hágalo una y otra vez. 20 veces, 30 veces. Deje que el agua corra por su cuerpo. Arregle su habitación mientras canta los éxitos de Yuri. Coma un pastel de chocolate (entero). Si ya no le quedan lágrimas… abrace a la muerte. Baile con ella las canciones de Jinsop. Abrácese a si mismo y siéntase el loser más grande de la Tierra. Escuche God, de Lennon. Una vez en la oficina,  puede ir al baño periódicamente, quizás cada quince minutos, llorar en silencio, acurrucarse en el piso y dormir o fingir que duerme. Después se levantará, se sonará la nariz, se lavará la cara y volverá a su puesto de trabajo.

(Diners) 


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