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Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...
miércoles, 22 de mayo de 2019
Clímax: sangre, esperma, tiempo
Nacer es una oportunidad única
Una mujer agoniza en la nieve, sangre sobre el vacío, alaridos de
dolor, Eric Satie. Después de esta desconcertante escena, lo que aparece
en pantalla no son los créditos de cabecera, sino los de cola. Unos
subtítulos a manera de dedicatoria: “A los que nos hicieron y ya no
están” seguidos de otros que anuncian que la película que “acabamos de
ver” (aunque ni siquiera hemos empezado a verla) está basada en hechos
reales.
Después del bajón de Love (2015), Gaspar Noé regresa con fuerza y se revindica con Clímax (2018)
un viaje pesadillezco hacia el inconsciente o el Hades. Esta película
cuenta la historia de un grupo de bailarines que en un invierno del 96,
sin querer, toman LSD mezclado con sangría. Lo que sucede es
escalofriante.
La primera vez que vi una película de Gaspar Noé tenía 15 años. Irreversible era
un nombre que sonaba entre los pequeños círculos artísticos
intelectuales. Yo lo único que sabía es que era“cine independiente” y
había que verla. Entonces, en la inocencia de mi adolescencia, alquilé
el VHS en un video club, preparé canguil, y convoqué a la familia
entera. Ya se imaginarán las caras de todos cuando empezó la escena de
la violación en plano secuencia. Obviamente la proyección fue
suspendida, y a nadie le dio ganas de seguir comiendo el canguil.
Supongo que si Gaspar Noé hubiera presenciado este momento se
hubiera regocijado. Porque si hay algo seguro es que él busca herir a
ese espectador cómodo y “canguilero”. Más de quince años después, volví a
hacer canguil para ver otra película de Noé, Clímax. Por
supuesto, recibí el merecido castigo. A los 30 minutos quería apagarla
(y lo hubiera hecho de no ser porque tenía que escribir este artículo).
Desde sus primeros cortos, Gaspar Noé estableció un estilo propio en
el que la violencia y el sexo eran los principales ingredientes. Un
cine carnal, ultra-violento y despiadado que muestra sin eufemismos ni
elipsis, lo que nadie quiere o, mejor dicho, puede ver. Porque
resultaría insoportable.
Por ahí en el 2000, mientras trabajaba en la preproducción de Enter the void (2009), Gaspar decide filmar algo más sencillo. Con un guión de 3 páginas rueda Irreversible
sin sospechar el éxito que le traería. Con esta película se convirtió
en otro niño mimado de Cannes. Quizá por primera vez se veían escenas
tan explícitas en tiempo real. La actuación y la puesta en escena de
corte completamente realista hacía que el espectador, al menos por un
momento, viva la película en carne propia. Daba la sensación de estar
ahí, en medio de ese túnel rojo, siendo testigo de una violación. Además
del recurso, en ese tiempo innovador, de contar la historia al revés. Y
las escenas de Monica Belucci en el patio con sus posibles hijos y
Beethoven de fondo, dolían más que la misma escena de la violación,
porque eran como un cruel reflejo de lo que no pudo ser. Estaba claro
que ahí había un autor. En Enter the Void (2009) Noé explora un punto de vista jamás pensado, el de un muerto. Inspirado en por el libro de Bardo Thödol, El libro tibetano de los Muertos,el
que es una guía para que los moribundos aprendan a moverse en el plano
astral, el franco argentino muestra una ciudad bizarra vista desde
arriba, desde los ojos de alguien que ya no existe. Lleva al espectador
hacia un viaje espiritual que dura nada menos que dos horas y más.
Esperé con ansias Love (2015), su siguiente película
que prometía pornografía en 3D, pero la encontré falsa e incluso
aburrida. Está claro que este “enfant terrible” quiere incomodar. Pero a
veces que lo que incomoda no es necesariamente lo que muestra, sino
precisa y paradójicamente, sus ganas de incomodar. Eso que suele
llamarse “marca de autor” por momentos corre el riesgo de convertirse en
arrogancia narrativa. Incluso da la sensación de que solo le faltaría
poner un letrero que diga “si no les queda claro, hago cine
independiente”. Me pregunto entonces, si es que hay un momento muy
delicado en el que estos recursos innovadores dejan de ser necesarios y
más bien se convierten en el reflejo de un enorme ego. Pero bueno, así
es Gaspar Noé, un genio, claro.
Con Love, Noé se propuso “eyacularle en la cara al
espectador”, pero ni así consiguió hablar de esa compleja relación
Eros-Thanatos que irónicamente en sus otras películas sí está presente. Love
no es una historia escrita con “esperma y sangre”, porque las historias
de esperma y sangre suelen haber deseo. Y aquí, tras el bombardeo de
imágenes explícitas que abruman, no por su contenido sexual como hubiera
querido Noé sino por su sobrenarración, el deseo parece exluído. O al
menos, el deseo femenino. Porque Electra es un personaje construido
desde el cliché, desde la fantasía estereotipada masculina, tanto en el
plano físico como en la caracterización. Sin embargo se rescata algo
interesante pero que apenas está esbozado, y es la idea de que el deseo
muere cuando aparece el amor.
Con Clímax regresa esa fuerza narrativa brutal. La banda
sonora fluctúa entre música electrónica, en su mayoría francesa, de los
80s y 90s tipo Daft Punk, una versión distorsionada de Erik Satie hasta
Los Rolling Stones. Pero su mayor acierto es sumergir al espectador en
una marea de sensaciones que si bien no son nada positivas, hacen
vibrar, incluso al punto del terror. Porque si con Irreversible y Enter
the void logró impactar, con esta se llega a sentir no solo asco o
desprecio, sino terror.
Esta sensación comieza con los planos secuencia tan bien logrados
que siguen a Selva (Sofía Boutella) por la fiesta. Hay una danza maestra
entre Noé y su director de fotografía Benoît Debie, que logran situar
al espectador en un lugar invisible desde el que parece estar presente
en la fiesta.
En una entrevista, Noé cuenta, orgulloso, de no dar la respuesta que
cree que esperan de él, que dos de las escenas más bizarras y
contemporáneas de Clímax (el intro de la nieve y las
entrevistas a los bailarines) no le llevaron ningún esfuerzo, no le
tomaron días de sudor frente a la pantalla, sino que fueron producto de
un “brote de inspiración” en el rodaje. Mientras el crew
almorzaba, preguntó si había un dron, llamó a la actriz y le pidió que
se acostara en la nieve. Entonces supo que esa sería cronológicamente la
escena final, pero la montaría al principio. Y es que el cine de Noé
encuentra el sentido en la búsqueda más que en el resultado, su estilo
está en la improvisicación. De hecho, el guión de Clímax
tuvo 3 páginas y se rodó en 15 días. Decidió trabajar con no actores,
con excepción de Sofía Boutella, quien más que actriz es modelo de Nike y
el director le contactó a través de Instagram.
Despacio, en pequeñas olas, sin darnos cuenta, hemos empezado el
descenso al infierno. Los personajes bailan, beben sangría, Selva, que
es a través de quien vemos un poco todo, se sienta al lado de otra
chica, quien, acontecida se cuestiona sobre el aborto. Entonces
intempestivamente aparece el primer letrero a lo Godard, con una frase
densa, entre existencial y provida: “nacer es una oportunidad única”
Vivir es una imposibilidad colectiva
Cuando le preguntan a Noé en qué se inspiró para crear la película,
él contesta, hecho el loco, que en las fiestas de los festivales de cine
que son como bacanales modernas. Pero basta ver la escena en la que se
encuentra al inicio del filme, en la que desde un televisor, los
bailarines responden a preguntas sobre el baile, las drogas y la vida.
Entre las cintas que se ven al costado del televisor están Suspiria de Dario Argento (cómo no iba a citarla, al fin y al cabo, las dos películas son historias de baile y horror) y Los 120 días de Sodoma (es clara la cita al infierno), entre otras.
Gaspar Noé siempre amó el cine de Buñuel. Clímax, de hecho, podría ser una suerte de Ángel Exterminadorgore.
Porque comparte la misma estructura en la que varias personas (por lo
general burguesas) quedan encerradas en un mismo lugar y sufren un viaje
hacia la degeneración. De hecho, en este encierro las personas
reproducen una pequeña sociedad. Y aquí queda clarísimo que se trata de
Francia. Empezando por el letrero que pone, con ¿algo de ironía?: “Una
película francesa y orgullosa de serlo”. Uno de los personajes negros
dice, refiriéndose a la bandera de Francia gigante colgada en la sala de
baile, que “no le gusta la decoración”, a lo que otro, negro también,
sugiere tener sexo con una chica sobre la bandera. Esta academia de
baile es una pequeña Francia con su diversidad, en la que negros,
blancos, migrantes, homosexuales, conviven, pero sería falso decir que
conviven armónicamente, respetando los famosos lemas: liberté, égalité y fraternité.
De hecho, hay intolerancia pura en estado latente, el racismo
crece en silencio y explota en una de las escenas más densas, esa en la
que varias personas negras rodean a una mujer blanca embarazada y la
agreden hasta niveles absurdos. No hay lugar para una “convivencia
armónica”. La tolerancia no existe. Vivir es una imposibilidad
colectiva.
En la segunda parte de la película, después de los créditos de
cabecera que están justo en el medio, la droga surte efecto y el caos se
desata. Lo peor, cuando una madre encierra a su hijo pequeño en un
cuarto con tensión de alto voltaje, donde lo más probable es que se
electrocute. En este punto quiero apagar la película, se ha pasado de
sádico. Odio a Gaspar Noé. Lo que sigue son imágenes infernales que
recuerdan a pinturas como La nave de los locos, de El Bosco, o El
Triunfo de La Muerte, de Brueghel. Un hombre con fuego en la cabeza, una
mujer que se arrastra por el piso, los alaridos del niño que no
entiende la crueldad de su madre, el odio de los negros que agreden a la
mujer blanca a manera de venganza, y todo esto con esa luz de discoteca
barata que recuerda a las películas de Argento y acentúa la sensación
de pesadilla o infierno. Clímax también es un retrato de la angustia, porque es, en efecto, un clímax prolongado.
En este caso, es la droga la que borra esa capa de moral o “superyó”
que mantenía un mínimo de “tolerancia”. La pregunta que cabe aquí es:
¿la droga altera los estados inherentes al ser, o más bien revela su
verdadera esencia? Parecería que Noé se va por la segunda opción,
concibe a la moral como falsa, ajena, es decir una “construcción
cultural” que al caer, devela la pureza del ser humano, (“porque el
hombre es un animal”) y claro, eso es violencia, pulsión, incesto. Un
mundo en el que no existe diferencia entre el Bien y el Mal. La ausencia
de Dios. Quizá esta idea se construye desde ese plano cenital tan
característico de la película en el que se ve a los bailarines desde
arriba, los muestra como una especie de torrre humana. Gaspar Noé ha
afirmado esa imagen le recuerda a La Torre, ese arcano del Tarot de
Marsella cuya historia está vinculada a la leyenda de la torre de Babel;
cuando los hombres quisieron desafiar a Dios y él los castigó con el
idioma. No hay comunicación posible. A pesar de estar juntos, los
peronajes están solos. Sí, sí, vivir es una imposiblidad colectiva.
Morir es una experiencia extraordinaria
Pero cuando recuerdo Enter the Void pienso que al fin y
al cabo Noé no es tan nihilista. Después de la muerte, Óscar no se ha
disuelto en la nada, no a pasado al desconcertante “no ser” sino que ha
persistido, es decir, que Noé afirma, al menos por unas horas, la
existencia de una consciencia ya sin cuerpo. Es decir que hay, en medio
de la violencia, de la desesperanza y de la crueldad, un espíritu. Y esa
también puede ser la causa de la belleza de algunas de sus imágenes, o
si no. ¿Cómo se explica la escena de la nieve en Clímax, comparable a la escena de Belucci en el patio, en Irreversible?
Gaspar Noé también es experto en construir momentos bellos. Hay algo en
su obra que vibra en un registro más etéreo. Es Satie, es Beethoven, es
la nieve, es la sangre, es el tiempo. Hay, en medio de la sangre, la
concepción de algo etéreo, pero que no necesariamente implica una
esperanza, sino lo contrario. Es el Destino/Tiempo el que determina la
existencia humana. Lo que estableció de manera más evidente en
Irreversible al contar la historia de atrás hacia delante acentuando la
idea de que más que un Dios, es el Tiempo el que determina el destino de
los seres humanos en la tierra. “Porque el tiempo lo revela todo: lo
bueno y lo malo”.El Tiempo
que es irreversible y que escribe la historia en los cuerpos. La danza,
como el cine, es el arte del tiempo. Pero en la danza la herramienta
directa es el cuerpo. Y un poco también podrían ser Eros (cuerpo)
Thanatos (Tiempo). El cuerpo como vida, animalidad, carne, en contra
posición a cierta sacralidad del tiempo vinculado a la muerte. Lo
sagrado y lo mundano. No en vano uno de los personajes dice “¿Desde
cuándo se mezcla Dios con la danza?”.Y
esto lo vemos con claridad en la imagen de Selva desesperada, bailando o
convulsionando en el piso, en un intento desesperado por revelarse al
tiempo, porque la ansiedad no es más que la imposibilidad de habitar el
tiempo en armonía.
Gaspar Noé concibe al tiempo como un depredador salvaje, que ciego,
teje el destino humano. En su mirada la presencia de una divinidad (en
este caso el destino/tiempo) no es más que la confirmación de la más
absoluta soledad.
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