Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 22 de mayo de 2019

Un poco de la historia del Del-fín (Sobre el documental de Delfín Quishpe)




Conocí (o mejor dicho, vi) a Delfín Quishpe, por ahí en el 2012, cuando yo trabajaba en un canal de televisión. En ese entonces él estaba en su época de mayor fama; sus videos, que se habían hecho virales en YouTube, se caracterizaban por narrar, desde la más pura inocencia, la realidad de los migrantes latinos en países desarrollados, pero sobre todo, por ser una mezcla estrambótica de lo que, a los ojos de un músico indígena que quería triunfar, significaba el primer mundo: un traje de vaquero, el uso indiscriminado de efectos especiales de baja calidad,  la condolencia por los problemas “mundiales”, como el atentado a las Torres Gemelas o Isarrael. En medio de imágenes documentales de Nueva York o Isrrael, Delfín aparecía, recortado y chiquito, gritando con un dramatismo impostado, su frase carácteristica: “¡No puede ser! ¡Noooo!!” y hacía reír a la clase media (no solo de Ecuador) con sus “ocurrencias”.  Yo le pedí un autógrafo y me sorprendí cuando me contó que las letras para sus canciones se las mandaban  “los fans de Argentina”. ¿Había alguien más atrás de este héroe posmoderno? ¿Eran los productores los que construían esta imagen bizarra y cómica de la latimoamericanidad para vendérsela al primer mundo? ¿Quién era realmente Delfín Quishpe? Muchas preguntas. Una certeza: el fenómeno Delfín Quishpe encerraba varios aspectos de eso que significaba ser ecuatoriano y latinoamericano. A través de este personaje, esta estrella de "tecnofolklore andino" (que ahora también es alcalde de Guamote) cuyos videos eran más vistos que quizá los de ningún otro músico ecuatoriano, había mucho que entender sobre nuestra propia cultura. Por eso me alegré cuando me enteré que Esteban Fuertes y Fernando Mieles se habían decidido a hacer el documental que desde hace tiempo esperaba a ser narrado. Al fin.

Hay algo triste en la película “Hasta el fin de Delfín”. Algo parecido a la nostalgia. Quizá ese “algo” tenga que ver con ese rostro de Delfín que no conocíamos y que aquí se nos muestra por primera vez. Ese que está debajo del traje. Mieles presenta a un personaje con varias dimensiones humanas, un personaje que es capaz de generar más 5 millones de visitas en YouTube y es el mismo que para sobrevivir maneja un local de pollos asados. A través de él reflexionamos sobre cómo miramos a los primer mundistas, a veces desde la inocencia, y  cómo ellos nos miran, a veces con cierto menosprecio, o en otras palabras, desde arriba. Esto queda claro con la escena en la que un español se ríe de los videos de Quishpe y lo analiza desde un lugar completamente ajeno. ¿Qué es eso sino la prueba de que el colonialismo sigue presente?. Pero el documental va más allá y nos invita sutilmente a preguntarnos ¿Con quién nos identificamos? ¿Con Delfín o con el español?. El documental nos enfrenta, nos lleva a reflexionar sobre los complejos tejidos que componen nuestra identidad.  

El tercer Delfín que el filme nos presenta ya no es la estrella de tecnofolklore andino, tampoco el dueño de los pollos asados. Es el Delfín que da las fiestas más grandes en Guamote, el que baila con su esposa, el que vende sus propios discos a un dólar en su comunidad y  el que sufre por amor. Aquí no hay lugar para una mirada compasiva, es más, entendemos que si alguna vez existió una mirada compasiva no era más que otro síntoma poscolonial. Pero sí hay, todavía, ese sabor a nostalgia. Que tiene que ver con el ritmo, o más bien el aura, del filme. La lluvia, la música, las escenas del casamiento. Y quizá esto se deba a que solo Mieles puede narrar con tanta belleza un pedazo de vida humana. 

(Periódico Festival Edoc)

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