Conocí (o mejor
dicho, vi) a Delfín Quishpe, por ahí en el 2012, cuando yo trabajaba en un
canal de televisión. En ese entonces él estaba en su época de mayor fama; sus
videos, que se habían hecho virales en YouTube, se caracterizaban por narrar,
desde la más pura inocencia, la realidad de los migrantes latinos en países
desarrollados, pero sobre todo, por ser una mezcla estrambótica de lo que, a
los ojos de un músico indígena que quería triunfar, significaba el primer
mundo: un traje de vaquero, el uso indiscriminado de efectos especiales de baja
calidad, la condolencia por los
problemas “mundiales”, como el atentado a las Torres Gemelas o Isarrael. En
medio de imágenes documentales de Nueva York o Isrrael, Delfín aparecía,
recortado y chiquito, gritando con un dramatismo impostado, su frase
carácteristica: “¡No puede ser! ¡Noooo!!” y hacía reír a la clase media (no
solo de Ecuador) con sus “ocurrencias”.
Yo le pedí un autógrafo y me sorprendí cuando me contó que las letras
para sus canciones se las mandaban “los
fans de Argentina”. ¿Había alguien más atrás de este héroe posmoderno? ¿Eran
los productores los que construían esta imagen bizarra y cómica de la
latimoamericanidad para vendérsela al primer mundo? ¿Quién era realmente Delfín
Quishpe? Muchas preguntas. Una certeza: el fenómeno Delfín Quishpe encerraba
varios aspectos de eso que significaba ser ecuatoriano y latinoamericano. A
través de este personaje, esta estrella de "tecnofolklore andino"
(que ahora también es alcalde de Guamote) cuyos videos eran más vistos que
quizá los de ningún otro músico ecuatoriano, había mucho que entender sobre
nuestra propia cultura. Por eso me alegré cuando me enteré que Esteban Fuertes
y Fernando Mieles se habían decidido a hacer el documental que desde hace
tiempo esperaba a ser narrado. Al fin.
Hay algo triste
en la película “Hasta el fin de Delfín”. Algo parecido a la nostalgia. Quizá
ese “algo” tenga que ver con ese rostro de Delfín que no conocíamos y que aquí
se nos muestra por primera vez. Ese que está debajo del traje. Mieles presenta
a un personaje con varias dimensiones humanas, un personaje que es capaz de
generar más 5 millones de visitas en YouTube y es el mismo que para sobrevivir
maneja un local de pollos asados. A través de él reflexionamos sobre
cómo miramos a los primer mundistas, a veces desde la inocencia, y cómo ellos nos miran, a veces con cierto
menosprecio, o en otras palabras, desde arriba. Esto queda claro con la escena
en la que un español se ríe de los videos de Quishpe y lo analiza desde un
lugar completamente ajeno. ¿Qué es eso sino la prueba de que el colonialismo
sigue presente?. Pero el documental va más allá y nos invita sutilmente a
preguntarnos ¿Con quién nos identificamos? ¿Con Delfín o con el español?. El
documental nos enfrenta, nos lleva a reflexionar sobre los complejos tejidos
que componen nuestra identidad.
(Periódico Festival Edoc)
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