Ver
una película se parece mucho al acto de soñar. Porque significa entrar a
otro mundo que más bien es volatil. A un mundo etéreo. Se apagan las
luces y empieza el viaje. Las imágenes proyectadas en la pantalla se
confunden con nuestras sensaciones, pensamientos, fantasías, recuerdos.
Estamos en el terreno de lo intangible, en el mundo de las ideas. El yo
se confunde con la pantalla. Cuando se encienden las luces volvemos a la
realidad. El barco ha llegado a tierra firme. Si la película es buena
salimos de la sala todavía mareados, aún sintiendo el movimiento de esas
olas en el cuerpo. Pero cuando el tiempo pasa, esas imágenes
inevitablemente se funden en nuestra subjetividad, regresan, de a poco, a
la oscuridad de ese mundo imaginario del que vinieron.
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