Fuimos peces y después fuimos dinosaurios. Fuimos monos, hombres, Planetas. Sangre, sexo, cielo. Libros que no leímo...

miércoles, 22 de mayo de 2019

Si la película habla (o debería hablar) por sí misma, ¿para qué pensar el cine?, ¿Para qué escribir el cine?

 
 
 

 
Ver una película se parece mucho al acto de soñar. Porque significa entrar a otro mundo que más bien es volatil. A un mundo etéreo. Se apagan las luces y empieza el viaje. Las imágenes proyectadas en la pantalla se confunden con nuestras sensaciones, pensamientos, fantasías, recuerdos. Estamos en el terreno de lo intangible, en el mundo de las ideas. El yo se confunde con la pantalla. Cuando se encienden las luces volvemos a la realidad. El barco ha llegado a tierra firme. Si la película es buena salimos de la sala todavía mareados, aún sintiendo el movimiento de esas olas en el cuerpo. Pero cuando el tiempo pasa, esas imágenes inevitablemente se funden en nuestra subjetividad, regresan, de a poco, a la oscuridad de ese mundo imaginario del que vinieron.  
“Pensar el cine significa de algún modo estar continuamente fuera de él (estar en el mundo) para poder estar mejor dentro de él, para comprenderlo en su centralidad inalienable cuando se trata de dar forma a nuestra experiencia” dice Roberto De Gaetano, director de la gran revista de cine Fata Morgana. Entonces escribir de cine, podría ser, de cierta forma, separarnos de la película, tejer ese puente entre el mundo imaginario/subjetivo que es la película particular que hemos percibido, y el mundo fuera de ella. O en otras palabras: separarnos de la experiencia simbiótica cinematográfica, para, una vez fuera de ella, intentar comprenderla mejor. Un intento de reconstruir la subjetividad, hecho que a su vez cumple, a veces sin querer, con otra función: la de hacer existir al espectador, reafirmar su mirada.  
La escritura de cine va de la mano de la cinefilia. Porque nace de la necesidad de ver películas como enfrentamiento con uno mismo, y no como método de evasión o puro entretenimiento (para eso está el Cineplex). Grandes movimientos cinematográficos han tenido lugar gracias a individuos que no se conformaron con ver las películas sino que se preguntaron, cuestionaron, analizaron, desmenuzaron, deconstruyeron, resignificaron las películas. Son varios los autores que se han construido (una parte por si mismos, eso no está en duda) pero otra parte, gracias a la mirada del otro, a la mirada de la crítica. Es el caso Hitchcock y Truffaut. Y no sólo de Hitchcock. Tampoco Howard Hawks, ni Jerry Lewis, ni Nicolas Ray, ni Clint Eastwood ni Fritz Lang, hubieran sido quienes son ahora sin Les Cahièrs du cinéma. Su nombre es el resultado de una creación conjunta. Preguntarse ¿Hubiera existido La Nouvele Vague sin Les Cahièrs du Cinéma? o ¿Qué nació primero, el cine de autor o la crítica? sería casi como preguntarse, qué fue primero, el huevo o la gallina. Tal vez lo importante sea recalcar que la crítica- o por lo menos la buena- no se conforma con hacer un resumen de las películas para que no se pierdan en el tiempo, sino que trata de ver más allá, de encontrar aspectos que quizá hayan pasado desapercibidos no sólo para los otros espectadores, sino incluso para el propio autor/a. Porque la función del crítico/a o del escrtitor/a de cine es la de ver más allá. El cineasta está en el terreno de la creación pura, lanza los colores en el lienzo, pero el crítico, fuera del mundo caótico de la creación, mira desde afuera. Y encuentra eso que ha brotado del inconsciente del creador y que él mismo no ha sido capaz de analizarlo. O en algunos casos, quizá sí, pero simplemente no le ha competido. A David Lynch se le vino a la cabeza la imagen de una habitación roja. Y en un arranque de inspiración decidió filmarla. Porque presentía en esa imagen cierto misterio y encanto que él mismo no alcanzaba a comprender. Fueron los críticos los que encontraron en ella múltiples significados que ayudaron a construir el universo Lynchiano. Si bien no todos los autores son tan sensoriales como Lynch, si bien existen otros mucho más racionales, el material de trabajo de los realizadores es principalmente la imaginación, mientras que el de los críticos, el del pensamiento. Encuentran placer en analizar, en encontrar repeticiones, rasgos característicos, obsesiones de los autores. Y a partir de eso desmenuzan las obras. Las resignifican. Entonces la crítica, al contrario de lo que se suele pensar a veces, también es creación. La obra de arte, al igual que la partícula al ser observada por el científico, se transforma con la mirada. Por eso la crítica cinematográfica-al menos la que a mi me interesa- tiene el poder de crear realidades a partir de la mirada. De encontrar otros mundos en lo que aparentemente era uno solo. 
(Ochoymedio)
 
Nota: Este artículo fue publicado en el blog de Ochoymedio en el marco del Festival Eurocine 2018, en el que edité un periódico de crítica cinematográfica. En ese periódico este texto fue el Editorial. Pueden leer el artículo completo aquí: http://eurocineecuador.com/para-que-pensar-el-cine/

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